Cuando
yo era niño (joder, ya empiezo igual que siempre) fui adoctrinado en la fe
católica (pero es que he tenido una infancia taaan interesante…) por mi abuela,
que era una mujer de bien. Puede parecer raro para quien me conozca
actualmente, imaginarme arrodillado ante la virgen rezando el jesusitodemivida,
pero así era. Por aquella época yo no me cuestionaba nada, ya sabéis cómo
funciona eso de la fe (tanto si sois creyentes como si no) con conceptos tan
abstractos y confusos como el de “eternidad, sabiduría infinita, omnipotencia,
omnipresencia…” y otras muchas cosas que nuestras pobres mentes no son capaces
de asimilar, reforzando así los cimientos de unos y otros por igual. Pero no
nos vayamos del tema que lo que quiero contar es mucho más sencillo.
Hubo un
momento en mi vida en el que llegué a creer que dios, al estar en todas partes,
verlo todo a la vez y poder afectar a la realidad de nuestro mundo sin esfuerzo
alguno, era directamente responsable de todas las cosas que pasaban, y que cada
vez que me pasaba algo malo, era obra suya, reprochándome así alguna falta.
Entonces, si yo un día me tropezaba y me caía, luego me esforzaba en recordar
qué podría haber hecho ese día para ofender a tan misericordioso ser;
acordándome entonces de ese día que no quise terminarme el plato o engañé a mi
madre diciéndole que no tenía nada que ver con la rotura de ese vaso. Y así una
y otra vez hasta que mi existencia se convirtió en una paranoia en la que debía
medir mis acciones para no sufrir un castigo divino en forma de esmorramiento
contra el suelo. Pero a pesar de poner toda mi voluntad en ello, recibía a
menudo los castigos divinos en forma de caídas y en cada una de ellas me
esforzaba en recordar mis faltas que, claro está, cada vez eran más rebuscadas.
Y así fue
durante un tiempo que no me siento capaz de determinar, en el que mis rodillas
ya no recordaban qué era estar recubiertas de piel y mis valores morales se
tambaleaban desconcertados tratando de imaginar qué sería realmente justo y
agradable ante los ojos de un Dios que cada vez me caía peor. Y es que lo peor
de que un ser omnipotente te castigue, es ver cómo los demás hacen cosas peores
y no les pasa nada. Porque anda que no conocía yo niños cabroncetes que
merecían, no caerse cada dos por tres como me pasaba a mí, sino despeñarse por
un acantilado sobre un mar embravecido. Y fue por ello que no aguanté más.
Un día
me levanté del suelo tras una caída especialmente dolorosa, miré mis rodillas
que más que heridas tenía estigmas y alcé mi puño al cielo renegando de Dios y
de sus injustas normas, gritándole algo así como:
¡Yo
quiero ver, yo quiero ver, mi Dios!
¡Quiero
saber, quiero saber, Señor!
Si he
de caer...
Dime si
es porque he de ser mejor de lo que fui,
Dime si
mi vida con mis rodillas he de cumplir.
Yo
quiero ver, yo quiero ver, Mi Dios
Quiero
saber, quiero saber, Señor,
¡Con caer
que voy a conseguir!.
Quiero
saber, quiero saber, Señor,
¿Por
qué he de caer? ¿Por qué?....
Dime por
qué quieres que me claven en su cruz,
Muéstrame
el motivo, dame un poco de tu luz,
Di que
no es inútil tu deseo y caeré,
Me
enseñaste el cómo, el cuándo, pero no el por qué.
Muy
bien, ¡yo moriré!,
Pero
por favor,
Cuando
muera, cuando muera
¡Mírame!,
Por
favor, ¡mira mi caída!...
Es
curioso, pero ahora que lo he escrito, no tengo claro si es eso lo que dije
exactamente o si es una canción del Jesucristo Superstar del Camilo Sexto. Pero
es igual, porque al final me llevaron al médico y resultó que tenía los pies
planos.
Yo una vez también me caí y me cagué en Dioxxx.
ResponderEliminarUn saludo
Jajajaja!! Impagable.
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