Como ya
anuncié en la anterior entrada, a partir de ahora se acabaron las tonterías en
este blog; el que quiera risitas y cachondeo tendrá que comprarse un libro de
Groucho Marx porque yo, lo que vengo a ser yo, estoy un poco cansado de
aparentar y de ir de bueno, por lo que desde este momento mis entradas hablarán
de cosas reales, con crudeza, sin florituras, os gusten o no. Pero voy al tema,
que ya toca.
Resulta
que esta semana se cumplen 20 años del estreno de la película Pulp Fiction,
para muchos la obra maestra de Tarantino y para otros “esa película de trozos
mezclados”. Pero no, no voy a hablar de cine porque en ese campo (como en
todos) soy bastante inútil. Hoy voy a hacer una reflexión sobre el paso del
tiempo, teniendo en cuenta que yo fui a verla al cine. Y eso es horrible. Pero
paso a la anécdota insulsa de rigor.
Tenía
yo 15 añitos cuando acudí al cine de debajo de mi casa (sí, antes habían cines
por todas partes) acompañado por JM y su hermano a ver una “peli que me han
dicho que está muy bien”; debo reconocer que no me apetecía, pero no tenía
mucho más que hacer y al fin y al cabo el cine estaba debajo de mi casa y la
entrada me la pagaba mi abuelo.
Lo
curiosos del caso fue que detrás de nosotros se sentaron tres señoras mayores,
jubiladas, que al parecer acudieron por el reclamo del entonces guaperas John
Travolta; pero las señoras no tenían ni idea de Tarantinos ni cosas Pulp; ellas
iban a ver bailar a Travolta y aunque bailar bailaba, parece ser que no estaban
entendiendo nada y a nuestros oídos llegaban frases como “¿Pero qué pasa
aquí?”, “¿Por qué ese vuelve a estar vivo?” o “¿Para qué serán esas pelotitas
rojas de la boca?”. Al final de la película salieron completamente perplejas y
confusas y apostaría a que no volvieron al cine jamás.
Y ahora
viene la hora de la verdad. ¿Qué conclusión sacamos de esta historia? Pues que
lo recuerdo todo perfectamente, lo que demuestra que veinte años no son nada,
que pasan como un suspiro y que cuando nos queramos dar cuenta habrán pasado
veinte más, y otros, y otros, y todo lo que hayamos hecho en esta vida,
nuestros sueños, nuestras luchas, victorias y derrotas, se habrán convertido en
polvo que se llevará el viento del olvido. Y es que no somos más que condenados
desde el momento en que nacemos; moribundos aferrándonos a algo que no nos
pertenece; sombras efímeras en el mural de la existencia… Mirad si no a las
jubiladas que compartieron el cine con nosotros ese día: Posiblemente ya estén
muertas.
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