La
harley negra como la noche del Motorista Ninja aterrizó suavemente
sobre el ombligo de uno de los monjes malvados, el cual se sintió
repentinamente incómodo y dejó escapar un quejido de indignación.
La Madre miró al recién llegado con sorpresa y se sorprendió aún
más al comprobar que el individuo, además de ser capaz de conducir
su moto con la mente para así poder esgrimir un arma en cada mano,
esgrimía un arma en cada mano. En la derecha llevaba el ninja-to,
una espada similar a una katana pero mas corta y de filo recto; en la
izquierda manejaba con destreza una kusarigama, que vendría a ser
como una pequeña hacha unida a una cadena con un contrapeso en el
otro extremo. Con un derrapaje se situó junto a ella y le dijo algo
así como “¿Tienes problemas, muñeca?” frase que a pesar de lo
cutre, causó un efecto desbraguerizador en La Madre, la cual, por
supuesto, no sabía que debajo de la máscara de ese motorista
misterioso se escondía su marido, y compartía tal ignorancia con
él, el cual pensaba que su mujer estaba de viaje de negocios y por
ello había aprovechado para dejar a su hijo solo en casa y salir a
patrullar la ciudad para acabar con el mal*. Pero los monjes no
estaban dispuestos a dejar que esos dos fantoches les arruinaran el
negocio y, gritando al unísono, se lanzaron al ataque.
Tres
monjes emplearon el ataque aéreo, enganchando sus bufandas en
numerosos apéndices de estatuas que adornaban el lugar, mientras que
tres más atacaron desde el suelo, lo que viene siendo normal. Los
tres restantes optaron por una táctica de desaparición para
posterior ataque por sorpresa por la espalda, cosa harto habitual en
este tipo de contiendas.
La
Madre aprovechó el balanceo del primer monje para esquivarlo con un
salto y aferrarse a su bufanda, posición clave para patearle la
cabeza antes de soltarse y evitar el ataque de los otros dos. El
Motorista Ninja, también conocido como El Padre, optó por la
escasamente sutil técnica de enganchar a un monje por el cuello con
su arma de cadena y estrellarlo contra otro mientras despachaba al
tercero con la espada. Los tres monjes que se mantenían ocultos
saltaron sobre él propinándole toda clase de golpes y otros gestos
de enemistad mientras la madre pelaba en ligera desventaja contra sus
otros dos rivales en los aires, en lo que parecía una actuación del
Circo del Sol.
Viéndose
superado, El Padre utilizó sus poderes ninja para dirigir su moto
hacia la mesa donde estaban tejiendo los monjes antes del ataque,
haciéndola volcar y desparramando el aceite de los candiles por las
telas todavía sin hilar. En cuestión de segundos, un terrible
incendio comenzó a devorar el lugar, lo cual hizo que los monjes
dejaran a sus enemigos para correr a sofocar las llamas.
-Ésta
es nuestra oportunidad de escapar -dijo el Motorista a la Madre.
-No
puedo irme de aquí sin los cuadros -respondió ella.
-Olvidate
de esos cuadros. ¿Qué cuadros?
-He
venido aquí buscando unos cuadros que…
Pero
la frase quedó interrumpida cuando el techo de la catedral se hundió
repentinamente debido a que toda la estructura era de madera y toda
la iluminación a base de aceite y además todo estaba lleno de
bufandas colgadas por todos los sitios y no había un miserable
extintor que pudiera evitar que aquello se convirtiera en un
polvorín. Y así, en cuestión de segundos todos e vino abajo y se
hizo el silencio.
Silencio
que fue roto por el rugido característico del motor de una harley
abriéndose paso con un ninja sobre ella el cual llevaba en brazos a
una dama semiinconsciente. ¿Más épico? Pues también volaban
palomas y la nube de humo formaba el símbolo de la hoz y el martillo
y… y ya está bien de epicidad.
Los
dos héroes, únicos supervivientes de la catástrofe se miraron a
los ojos y sin decirse nada se besaron apasionadamente, sin saber que
en realidad estaban besando a su respectiva pareja de veinte años de
matrimonio. Porque ya se sabe que no hay nada como una misión
suicida con final apoteósico para reavivar la llama de la pasión.
Y así se despidieron, sin un adiós ni un hasta luego, pues ambos
sabían que ese momento iba a durar para siempre.
Epílogo:
El
niño volvió a casa después de unos días raros y se encontró a
sus padres tirados en el sofá llenos de moratones y quemaduras. Por
supuesto ambos intentaban disimular ya que no querían que el otro
les hiciera preguntas incómodas y cada vez que algo les dolía
fingían cantar o llamar a gritos al perro, que por cierto, no
tenían.
-Hola
papá, hola mamá, me voy a mi cuarto -fue todo lo que les dijo.
-Luego
te llamo para la cena -dijo su madre-. Te he traído un regalito.
El
niño suspiró y subió arrastrando los pies.
* si
Madre mía...
ResponderEliminarMe quedo con el adjetivo "desbraguizador". Qué bonita palabra.
digna de añadirla a mi selecto vocabulario
Eliminar¿Otro regalo? ¡Bien, sigue la saga de los regalos!
ResponderEliminarque giro... ¿pero no se han dado ni el teléfono y el correo?
ResponderEliminarEl hijo ¿hace artes marciales?
Yo me quedo con la madre que pelaba en desventaja y me voy a practicar eso de desbraguetizar, aunque como no soy un ninja que conduce con la mente no creo q me salga tan bien.
ResponderEliminarSuper epico todo y a la espera de la historia del padre y sobretodo de mas regalos de mierda!!!