Detengo
el camión frente a la oficina de una fábrica. No estamos ni a febrero pero el
calor es insoportable. El apacible clima alicantino. Abro la puerta con la
esperanza de encontrar algo de brisa fresca, pero no. Bajo al suelo de un salto
y me quito la camiseta, le exprimo el sudor y una vez escurrida me la vuelvo a
poner. Ya aseado, me dirijo hacia la oficina.
Nada
mas cruzar la puerta el frío me golpea. El zumbido de varios aparatos de aire
acondicionado me revelan que alguien en el interior padece todavía más que yo
por el calor, pero lo realmente inquietante es la decoración del lugar: Un
árbol de navidad preside el centro de la sala de espera, cubierto de nieve
artificial, guirnaldas y estrellitas. Las ventanas están decoradas con motivos
navideños y felices años nuevos y encima del mostrador, entre nieve y papases
noeles, descansa un plato con dos polvorones. Cuando me oye entrar, una
sonriente secretaria con un gorro rojo luminoso
me saluda.
-Buenas
tardes –me dice.
-Buenas…
-le respondo.
-¿Has
descargado lo de Mr. Stoneman?
-Justo.
-Pues
ve rellenándome los papeles que te estábamos esperando.
Comienzo
a firmar albaranes mientras tirito de frío y aunque sé que debería callarme, la
extraña escena me impide mantener la boca cerrada.
-Veo
que no habéis superado que se acabara la navidad… ¿Eh? –
Trato
de parecer gracioso, pero el semblante de la secretaria se vuelve sombrío y un
par de personas del interior de la oficina salen a mirarme muy serios. Los dos
llevan gorros navideños.
-La
navidad no termina hasta que uno no lo desea –me dice.
-Discrepo,
pero no tengo demasiado tiempo para quedarme a discutir –le respondo algo
intimidado.
-Entonces
coge los papeles y márchate –me dice ya sin rastro de simpatía. –Pero llévate
un polvorón.
Miro
los polvorones y hay algo extraño en ellos. Incluso envueltos en el papelito se
adivina un atisbo de decrepitud en ellos. Ningún polvorón debería sobrevivir
hasta febrero. No los fabrican con esas intenciones y nadie sabe en qué se
convierten pasado el 15 de enero.
-No.
Creo que no me apetece ahora mismo porque… -comienzo a decirle hasta que una
presencia nueva me llama la atención.
En la
puerta de entrada hay un operario de la fábrica ocupando todo el hueco posible
para salir. Dos metros y medio de altura por dos veinte de ancho. Botas
desgastadas, pantalones agujereados, camiseta manchada de grasa y el gorrito
rojo con luces en la cabeza.
-…pensándolo
mejor me voy a llevar uno para el camino, jeje.
-Llévate
los dos –dice el bruto. –Uno para le camino y el otro te lo comes ahora –sonríe
y sus dientes están tan mellados que cualquiera creería que sierra el mármol
con ellos.
Agarro
los dos polvorones, que dejan una extraña mancha en el plato, como si su sola
existencia desafiara todas las leyes referentes a la materia y ésta se hubiese
replegado sobre si misma tratando de escapar de ellos. Me meto uno en el
bolsillo y comienzo a desenvolver el otro. No sabría adivinar de qué color es.
Lo acerco a mi boca. No huele a polvorón. No huele a nada que pertenezca a este
mundo. La secretaria me mira, el grandote me mira, los dioses me miran. Me lo
meto en la boca y sonrío. Todos sonríen y la puerta queda libre.
-Feliz
navidad –me dicen al unísono.
-Fediz
babidad –les respondo.
Subo al
camión a la velocidad del relámpago y arranco el motor. Éste no me falla y me
permite alejarme de cualquier mirada curiosa. Cuando estoy lejos, en medo del
campo, saco la cabeza por la ventanilla y trato de escupirlo pero lo tengo
pegado al paladar. Toso, me lleno la boca de agua, intento sacarlo con los dedos
pero no puedo y comienzo a notar como algo extraño se apodera de mí. Algo
oscuro y atemporal, algo de otro mundo que trata de apoderarse de mi ser.
Desesperado salto por la ventanilla y me lleno la boca de gravilla, la mastico,
la revuelvo en mi boca y parece que
funciona. Y allí, arrodillado en el suelo logro escupirlo. Luego saco el
de mi bolsillo, lo tiro al suelo y lo muelo a puñetazos mientras grito eso de
“muere maldito polvorón, regresa al lugar de donde nunca deberías haber
salido”. Cuando termino con mi trabajo me relajo un poco, levanto la cabeza y
veo a dos jubilados que estaban recogiendo setas observándome con los ojos como
platos.
-Feliz
navidad –les digo, y salen corriendo como liebres.
Seguro que inspirado en (des)hechos reales ¿verdad? El toque de los jubilados, marca de la casa.
ResponderEliminarNo me gusta la navidad, pero los polvorones me los comeria en pleno Agosto.
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