Sí
amigos. Habéis leído bien el título de esta entrada. Nuestros fieles cedeses,
esos que compramos de jovenzuelos seducidos por la idea de que ese iba a ser el
soporte definitivo para nuestra música, de tamaño ideal, diseño perfecto y de
número de reproducciones en teoría infinitas… Se van al garete. ¿Y eso como es
posible? Yo os lo explico.
Como ya
cantaba esa bella canción que servía de cabecera para esa bonita serie de
adolescentes psicóticos, “Nada es para siempre”, ni el pelo, ni los libros, ni
el pan, ni los cedeses, que no iban a ser una excepción. Y es que por lo visto
la información binaria de esos simpáticos discos de plástico viene grabada en
la parte interna del dibujo que hay encima del cedé y la pinturilla en la que
eso está escrito, aunque depende de la calidad de la misma, no es infinita.
Dicho de otro modo (y haciendo un pequeño homenaje a nuestro querido
presidente) es finita.
Finita
como las hojas de los árboles.
Como el
amor que se desvanece con el fin del verano.
Como la
esperanza de aquellos que ven su camino truncado,
cuando
tratan en vano de encontrar los pasos que la nieve ha cubierto.
Finita
como el mismo universo.
Como
las estrellas que se extinguen en explosiones silenciosas.
Como
las galaxias que viajan a la deriva como barcos sin timonel,
cuando
todos se han arrojado al mar presas del pánico a la tormenta.
Finita
como el sentido de todo lo que es.
Como
mis ganas de seguir adelante cuando todo pierde el sentido.
Como el
viento que sopla en la cara de aquellos que no se preocupan,
cuando
la vida demuestra que no queda nada por lo que morir,
más que
ella misma, que es el todo y el nada al mismo tiempo.
Ahora
miro mi colección, reunida sin prisas pero con dedicación y cariño y me
pregunto cuanto más le queda. Si hay alguno por ahí que cuando lo ponga en el
reproductor en busca de recuerdos de juventud me dirá que no, que error, que no
se puede leer porque el tiempo pasa inexorable para todos.
Y mis
cedés serán plástico inerte, mis libros papel quebradizo y mis imponentes
músculos de escritor, polvo que llevará el viento.
Al final ni
transhumanismo ni pollas en vinagreta.
Sólo los mutantes sobriviviran.
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