Es domingo por la
mañana y me aburro. Llevo tantos años sumido en las rutinas
familiares que cuando me encuentro, por una de esas raras carambolas
de la vida, solo y sin ninguna tarea que hacer, no sé donde meterme.
No tengo ningún libro a medias, ningún videojuego instalado ni
nadie a quien buscar para echar una partida rápida de algo. Solo me
queda dar vueltas por mi cuarto, echar miradas fugaces a las
estanterías y finalmente encender el ordenador para procrastinar
viendo porn… Pero de pronto suena el timbre y todo cambia.
Voy a ver quien es
ilusionado, abro la puerta y me encuentro con una pareja de señores
vestidos de traje y que llevan sórdidos maletines de cuero marrón y
varias revistillas y panfletos en las manos, Testigos de Jehová, sin
duda, y pienso que a falta de pan buenas son tortas.
-Buenos días don
caballero -me dicen. -¿Le gustaría escuchar acerca del gran y
poderoso..?
-Claro que sí, será
un placer, pasen, pasen -les interrumpo abriendo la puerta de par en
par.
Los dos hombres se
miran extrañados pero parecen contentos y entran en casa. Les guio
hasta el sótano donde tengo mi zona personal y les muestro un par de
sillas. Se sientan con algo de inseguridad mientras observan las
miniaturas de monstruos a medio pintar y los libros de vampiros y
licántropos.
-¿Me vais a leer la
biblia? -Les digo contento.
-Si, bueno, claro.
Es lo que solemos hacer cuando no… ya sabes.
-¿Cuando no qué?
-Cuando no nos
cierran la puerta en las narices, que es… Siempre.
-La gente es que es
muy poco considerada -les comento. -¿Pero sabéis qué?
-Qué.
-Hoy habéis tenido
suerte. ¿Os parece bien Corintios? Siempre me ha gustado esa parte,
pero tengo algunas dudas que seguro que os gustará aclararme.
Los dos hombres se
miran extrañados. Uno saca su biblia y comienza a buscar la parte
señalada, pero noto cierto temblor en sus manos. No se sienten
cómodos, miran alrededor sin parar y empiezan a sudar. Por algún
motivo (quizás sea la primera vez que alguien les abre la puerta)
desconfían de mi y su incomodidad es perfectamente visible. Debo
hacer que se sientan cómodos como sea.
-Mientras buscáis
el capítulo voy a subir a prepararos algo. ¿Qué queréis tomar?
-No gracias, es
usted muy amable pero no quere…
Pero cuando termina
la frase yo ya estoy arriba buscando por los armarios.
-¿¡Agua o
refresco!? -Les grito desde la cocina.
-...agua, gracias…
-¿¡Algo para
picar!? ¿¡Frutos secos, frutos mojados, preparo unas longanicillas
de esas sin sangre para que no os traguéis el alma de un cerdo y
dios no os rechace cuando os muráis!?
-Ehhh… No se
moleste. Si nosotros ya nos íbamos.
Busco un cuchillo
para cortar el cordelito de las longanizas pero no hay ninguno
limpio, así que cojo el jamonero que me regalaron por mi cumpleaños.
Una afilada hoja de casi medio metro con el filo curvo y un mango de
plástico imitando cuero del serengueti. Bajo un momento a
preguntarles si quieren una o dos cada uno y al verme aparecer por la
puerta dan un salto y uno se monta en brazos del otro como Escubi Dú.
-No os marchéis
-les digo apuntándoles con el cuchillo. -Si ahora viene lo mejor.
Dadme un minuto y estoy con vosotros… para siempre.
Ambos asienten
mientras subo otra vez.
Preparo la sartén,
chorrito de aceite y un par de ajos cortados. Cebolleta pochada con
un toque de azúcar y las longanizas en rodajas para que no se queden
crudas por dentro. Dos vueltas a fuego rápido, toque de pimienta y
listo. Las pongo en platitos, los decoro con una brizna de césped
(no me queda perejil, pero total nadie se lo come) y contemplo mi
pequeña obra de arte. Menudo lujo de almuerzo nos vamos a pegar
mientra me leen cosas de Judea. Pero al llegar abajo ya no están.
Dejo los platos en la mesa y veo por el desorden de las sillas que se
han marchado apresuradamente y de forma sibilina. Y para colmo se han
dejado la biblia abierta encima de la mesa. Su herramienta de
trabajo. Debo devolvérsela.
Salgo a la calle y
olfateo el aire. Detecto un leve rastro de miedo que se dirige hacia
la esquina más próxima. La giro y ahí están, caminando a paso
rápido. Les llamo la atención.
-¡Eh, vosotros!
¡Volved! ¡Os habéis dejado..!
Pero no parecen
oírme porque aceleran el paso y voy tras ellos. Cuanto más corro
más corren y al final la cosa termina en un sprint desenfrenado. No
comprendo como pueden alcanzar tanta velocidad vestidos así,
cargando sus maletas y con zapatos rígidos. Doy lo mejor de mi mismo
pero parecen imbuidos por algún tipo de fuerza y resistencia
sobrenatural. Adelantan a unos corredores profesionales que acaban
picándose y protagonizan una carrera de fondo espectacular, cruzan
un puesto de frutas tirando todo el género por los suelos ante la
furiosa mirada del tendero chino, se deslizan sobre el capó de un
coche que está a punto de atropellarles, saltan entre tejados,
rebotan en toldos de bares, se balancean en lianas y cruzan ríos
saltando sobre cocodrilos que protestan. Finalmente me doy cuenta de
que no voy a poder atraparles, así que cojo impulso y les lanzo la
biblia con todas mis fuerzas.
El libro describe un
arco en el aire y se dirige justo a uno de ellos, que no se lo espera
y recibe el impacto de los textos sagrados en la sien; pierde el
conocimiento y cae a los pies del segundo que tropieza, da una
voltereta en el aire y cae de espaldas en el suelo quedando
inconsciente también. La biblia acaba en el regazo del segundo y al
ver la escena doy mi buena obra del día terminada.
Además, lo bueno de
la gente tan religiosa es que si les hieres de gravedad y se mueren,
les haces un favor al permitirles reunirse con su dios antes de
tiempo.
Al volver a casa
pongo un lavavajillas. Esto de ir por ahí con cuchillos jamoneros no
da buenos resultados. ¿Veis? Ya tengo algo que hacer.
Me parto, ¿Ha quién no le ha pasado algo parecido? La persecución es espectacular y el final apoteósico.
ResponderEliminarEl lavavajillas siempre está ahí para recordarte que tienes algo que hacer.
😂😂😂😂.... Quiero todos tus libros ya!!!...
EliminarPero de donde has salido!.... Aquí repartiendo endorfinas a diestro y siniestro.... Me parto
Buenísimo crack!!! Me esguevooo
ResponderEliminar