Sé que viendo mis
últimas entradas muchos de vosotros (y alguna de vosotras) pensará
que estoy forrándome de pasta gracias a mis habilidades literarias y
los numerosos eventos de alto nivel cultural a los que asisto, pero
no. Nada más lejos de la realidad. Soy igual de miserable que
siempre, quizás más, y necesito autoinmolarme día tras día,
madrugón tras madrugón y kilómetro tras kilómetro para poder
mantener a mi familia bien cuidad y alimentada. Es por ello que
aclarado este punto me dispongo a contaros una anécdota camioneril
que como siempre que me pasa algo, estuvo a punto de costarme la
vida... o algo peor.
Resulta que como
todos/as/ es sabréis, los transportistas debemos disponer de
herramientas para cargar cualquier tipo de mercancía y entre los
utensilios para transportar piedra hay caballetes de hierro, tablones
de madera, cadenas, cintas, carruchas y un largo etcétera que
incluye, en caso de cargas delicadas como láminas de piedra caliza o
areniscas, protectores para el hierro de los soportes y cinta de
precinto para mantener esos soportes unidos. ¿Si? ¿Estamos en
situación? Pues empiezo.
Hace relativamente
poco (de una semana a un año) abrieron en mi querido lugar de
residencia un bazar chino nuevecito, con una tele de plasma gigante
en la fachada que anuncia el mismo bazar y pasillos y pasillos de
objetos útiles o no, pero en cualquier caso de bajo precio. Y allá
que fui en busca de un rollo de precinto porque el que tenía se
estaba terminando y sin él no soy nada, como la canción de Amaral.
Me hice con el rollo, pagué, me lo llevé al camión y cuando lo usé
quedé maravillado por sus prestaciones. Era elástico pero
resistente, con un grosor perfecto y un adhesivo increíblemente
fuerte. Todos los que lo veían quedaban asombrados a su vez,
preguntando donde lo había comprado y anunciándolo a los cuatro
vientos. En cuestión de semanas todos los camioneros de la provincia
se habían comprado el mismo y yo, el pionero descubridor del
precinto perfecto me había convertido en un ser adorado e idolatrado
por todos. Que ya era hora, joder.
Y esos fueron los
días de bonanza que precedieron a la tormenta. Me invitaban a cafés
en el bar, me cedían la mesa en los restaurantes y el paso en las
rotondas. Podía conducir dormido que un enjambre de camiones se
encargaban de guiarme y apartar los obstáculos a mi paso para que
llegara sano y salvo a mi destino. Cambios mal devueltos a mi favor,
la mejor fruta del mercado, funcionarios renunciando a su almuerzo
por atenderme, partidas de rol semanales, mosquitos evitando
picarme... Todo era maravilloso hasta que sucedió el terrible
infortunio que da sentido a este texto que ya se está haciendo largo
y pesado.
Un buen día saqué
mi flamante rollo de precinto para asegurar unos tablones sobre el
metal de los caballetes cuando me di cuenta de que a medida que lo
desenrollaba perdía efectividad. Cada vez era más fino y
quebradizo, pegaba menos y al cortarlo quedaba hecho un desastre.
Pensé que se trataba solo de una mala racha pero no; cuanto más
desenrrollaba peor se ponía la cosa y entonces llegué a la
conclusión de que la primera mitad había sido excelente para
ocultar el desastre que seguía. Debí haberme imaginado tal estafa
cuando salí del bazar tras hacerme con la cinta y todos los chinos
reían mientras me señalaban. Que iluso fui... y lo peor de todo era
que ahora una legión de camioneros estaría a punto de descubrir el
engaño y apuntarme a mi como culpable con sus gruesos y poderosos
dedos.
Y estaba yo
conduciendo y pensando en como informarles del infortunio del
precinto cuando vi que en la autovía me seguían varios trailers,
todos de la zona y cuyos conductores sacaban sus gruesos brazos por
las ventanillas, monstrándome sus puños poderosos. Era demasiado
tarde. Habían descubierto el engaño. Y yo era el culpable de todo.
Tomé un desvío tratando de despistarles pero me siguieron y gracias
al milagro de las emisoras cada vez tenía más detrás de mi. La
cosa se ponía fea pero por suerte iba con el depósito lleno y la
caja vacía con lo que no iba a dejarme atrapar tan pronto. Comencé
un ascenso por un camino secundario que bordea una conocida montaña
de la zona y noté los primeros estragos en mis perseguidores; los
que iban cargados con bloques o palés comenzaban a quedarse atrás,
aunque seguía con una docena detrás de mi, de todos los tamaños y
formas.
Mi camión es
rígido, es decir que no es un articulado y eso supone una ventaja
cuesta abajo pues se pueden alcanzar mayores velocidades sin miedo a
las curvas por lo que me lancé por un puerto de montaña
especialmente retorcido y pude ver como algunos tráilers, incapaces
de coger bien las curvas acababan haciendo la tijera, bloqueando el
paso a otros y explotando en bellas bolas de fuego, color e
imaginación. Apenas tenía cinco camiones detrás, cuatro rígidos y
un tráiler superviviente.
Traté de dejarles
atrás en una recta pero no fue posible. Limitadores de velocidad
trucados, supongo. Debía soltar lastre y lo más pesado a mano era
la caja de herramientas. La tiré por la ventana y al chocar contra
el suelo se abrió, llenando el asfalto de destornilladores, llaves
inglesas, tornillitos y otros objetos pnzantes/ resbalantes con lo
que uno de mis perseguidores perdió el control y volcó, derramando
su cargamento de odio. Oro más se quedó atrás al recordar que era
el aniversario de su mujer y que todavía no le había comprado nada,
dejándome solo con tres perseguidores y la esperanza de poder salir
de una pieza de tal situación.
Un camión pequeño,
de tan solo dos ejes (el mio tiene tres) se situó a mi lado y
comenzó a embestirme para sacarme de la carretera, pero el mayor
volúmen y peso de mi vehículo hizo que saliera despedido, cruzara
un campo de alcachofas, atravesara un granero, subiera a una colina,
saliera volando en la parte superior y aterrizara en una charca de
aguas fecales donde se hundió hasta las ventanillas. Solo quedaban
dos. Un tráiler y otro camión como el mio se situaron a ambos
lados, me estrujaron para que no pudiera escapar y comenzaron a
arrojarme objetos por las ventanillas. Uno me lanzaba llaves inglesas
y el otro hacía lo mismo con repuestos, bombillas y bolas de papel
albal de los bocadillos. Yo lo esquivaba todo con gran habilidad y
los objetos iban a parar al otro camión, proveyéndoles de más
munición para un conflicto que parecía que iba a prolongarse hasta
el infinito, hasta que sucedió lo inesperado.
Me pareció ver a
una inocente y desvalida oveja en la carretera y frené en seco (al
final resultó ser una camiseta vieja arrastrada por el viento)
haciendo que los dos camiones que avanzaban en paralelo se
autoagredieran, saliendo uno herido de muerte y estrellándose para
hacer una crisálida en su cabina y esperar renacer, seguramente en
una forma superior, algún día de esos. El otro chófer no pudo
hacer otra cosa que frenar, cruzarse en la carretera y bajar de su
cabina. Me miró. Le miré. El sudor resbalaba por nuestras frentes y
nucas, empapándonos las camisetas. El sol de casi verano era el
único testigo de ese duelo que terminaría con uno de los dos
mordiendo el polvo.
-Hace calor -le
dije.
-Ya lo creo -me
respondió.
-Y eso que todavía
no ha entrado el verano verano.
-Verano verano...
Veranero.
-Verano verano,
veranero veranoide.
-No sabes como
acabar esta entrada... ¿Verdad? -me dijo.
-Es que no tengo ni
ganas de escribir, pero ahora que he llegado hasta aquí siento que
debo terminar lo empezado.
-¿Y si te digo que
hace un calor que tetorr..?
-No por favor. Ya no
pongo ese tipo de fotos en el blog. Habré madurado o habrá madurado
la sociedad o quizás todos hemos cambiado un poco sin darnos ni
cuenta, convirtiéndonos en personas no necesariamente mejores pero
sí más útiles para este sistema que nos empuja a actuar según
designios que ni siquiera controlamos.
-Pues para no tener
ganas de escribir te estás explayando.
-Calla y muere.
Y así le arrojé la
punta seca de un bocadillo olvidado en el bolsillo interior de mi
chaleco de verano terminando con él y con este sindiós.
A tomar por saco.
Que llarg, ya no se llegir tant... deu ser la edat
ResponderEliminarEl fantasma de las entradas pasadas a rondado por aquí... ¡al palo!
ResponderEliminarGracias a ambos por comentar.
ResponderEliminarLa verdad... No sé qué decir.
Pues no digas nada
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