martes, 10 de diciembre de 2019

Un relato sin nombre, parte 2

Como ya sabréis, la semana pasada decidí publicar un relato (quizás una novela corta) por entregas en este mismo blog. De momento la aceptación ha sido mínima, por lo que seguiré ponindo fragmentos hasta que os guste o me quede sin seguidores (lo que antes suceda).
Si acabáis de llegar, os sugiero que comencéis leyendo la primera parte o no entenderéis nada.
02-


Pidió un refresco y se apoyó lastimeramente en la barra. En la televisión un político enfadado despotricaba contra un compañero de profesión y tanto el dueño del local como un par de clientes le observaban con satisfacción. "Por fin un político honesto que se preocupa por los problemas reales de la ciudadanía" dijo uno de ellos y todos asintieron. Roberto, que es como se llama el protagonista de esta historia, no tenía la moral para compartir euforias con nadie y miraba con tristeza el fondo de su vaso, como si de una metáfora de su vida se tratara.
Un coche aparcó en la acera de enfrente, justo ante la puerta del lugar del casting. Un hombre vestido con ropa elegante con una bolsa de deporte en la mano bajó de él y se metió en el bar. Pidió algo al distraído camarero y antes de que le sirvieran preguntó por los servicios. Caminó hasta el lugar indicado y desapareció. Luego el coche explotó.

No se trataba de una de esas explosiones eléctricas que a veces pasan de forma fortuita y te obligan a pasar por el mecánico, ni siquiera una explosión del cine en la que los vehículos estallan en llamas de golpe, a veces dando una vuelta de campana; fue una explosión de las gordas. El sonido hizo estallar los cristales del bar y seguramente de todo el barrio y al desconcierto inicial le siguió una onda expansiva de calor que golpeó a todo el mundo en el lugar, haciéndoles caer al suelo de forma desordenada. Sillas, mesas, vasos y botellas se convirtieron en un amasijo de materia voladora que provocaba golpes y cortes a cuantos estaban en el lugar y al desconcierto de la situación se le sumó una sordera colectiva y la sensación de que todo pasaba a cámara lenta.

Cuando Roberto logró recuperar el control de si mismo estaba en el suelo, cubierto de cristales, astillas y yeso que se habría desprendido del techo; miró a la calle y del coche solo quedaba un amasijo de hierros llameante y la casa donde se estaban realizando las pruebas se había transformado en un montón de cascotes. La fachada principal había caído hacia dentro, al igual que el techo, dejando el lugar como un vertedero de materiales de construcción retorcidos.
En esos momentos por algún motivo, pensó en la pareja que había entrado hacía solo unos minutos, en la chica pequeña que todavía seguiría dentro, el tipo de la cabeza afeitada y la joven que le había rechazado y sintió una gran desolación. ¿Estarían todos muertos? La última le daba menos pena, era cierto, pero seguía siendo una desgracia.

Pensó en levantarse e ir a ayudar pero le costaba horrores moverse y entonces le vio. El tipo elegante salía de los aseos tan tranquilo y caminaba con cuidado sobre los escombros del bar. Esta vez vestía con ropa deportiva y se había afeitado cuidadosamente. Todavía llevaba la bolsa de deporte, con la ropa elegante en su interior, presumiblemente. Observó la escena satisfecho, comprobó que todos los parroquianos estaban aturdidos o conmocionados y cuando iba a salir se fijó en Roberto que le miraba ojiplático. El extraño se agachó, cogió una botella de cristal partida por la mitad y se acercó a él. Estaba claro que no iba a prestarle ayuda si no a terminar con su vida por lo que Roberto, haciendo acopio de fuerzas se levantó de un salto y a pesar de las descargas eléctricas que recorrían dolorosamente cada uno de sus músculos, salió corriendo del local.

La calle estaba repleta de curiosos que miraban desde la distancia lo ocurrido. Los que se hallaban más cerca del lugar en el momento de la explosión, huían asustados mientras que los que se encontraban lejos se acercaban. Nadie reparó en ese joven que corría cojeando con el cuerpo cubierto de suciedad ni en el deportista impecable que le seguía.
A pesar del dolor y de la falta de coordinación que le proporcionaba su recién adquirida sordera, Roberto corría como nunca. En su mente aparecían imágenes de su infancia, jugando al que te pillo con sus primos mayores, haciendo carreras en el colegio, esprintando aquellas noches en las que salían a tocar timbres de casas ajenas... era como si su cerebro estuviera recopilando información para optimizar su carrera actual, quizás un último intento desesperado por sobrevivir.
Se metió en calles secundarias intentando despistar a su perseguidor pero éste le seguía sin dificultad. De vez en cuando se giraba y allí seguía. Las fuerzas comenzaron a abandonar a Roberto y el dolor se fue acrecentando. Ya no sentía las piernas; estaban totalmente entumecidas. Y con cada aliento sentía que columnas de fuego ascendían y descendían de su garganta. No pudo más y se paró. Seguía sordo pero oía los pasos de su perseguidor acercándose, como si hubiese desarrollado un sexto sentido previo a la muerte.
El extraño se acercó a él con una sonrisa y de pronto un cuchillo apareció en su mano. El terror al ver el arma dio fuerzas renovadas a Roberto que trató de huir de nuevo pero tropezó con su propio pie y cayó al suelo. Solo pudo girar sobre si mismo y trató de pedir ayuda, pero no tenía voz. Tosió dolorosamente y pensó al ver acercarse al asesino que era una pena que lo último que hiciera en su vida fuera toser dolorosamente. Pero alguien apareció.

Una figura encapuchada y vestida totalmente de negro apareció de la nada y dio un puntapié al cuchillo del extraño, que giró en el aire y se clavó en el suelo a dos centímetros escasos de la oreja de Roberto. El hombre del chándal pareció indignadísimo de repente y lanzó dos rápidos puñetazos al de negro que los esquivó con asombrosa facilidad. Otra patada cruzó el aire, estrellándose esta vez en la cabeza del hombre haciéndole caer al suelo de espaldas.
Roberto se fijó en el encapuchado. Su ropa le ceñía el cuerpo en algunas partes mientras que era holgada en otras, haciendo que su figura estuviese poco definida, pero a pesar de eso su trasero, cintura y especialmente su pecho dejaban adivinar que se trataba de una mujer. Una muy ágil y fuerte, por cierto.

El hombre del chándal se levantó con una sonrisa en su boca y dijo algo que Roberto no pudo oír. La chica de negro posiblemente le respondería algo que tampoco oyó y se reanudó la pelea. Por algún motivo y aunque la chica era claramente superior al él, esquivando golpes y devolviéndoselos con precisión milimétrica, el tipo parecía cada vez más enfadado, más grande y más verde. Ante los ojos de Roberto comenzó una transformación inhumana en la que ese señor aparentemente normal cada vez se parecía más a un reptil enorme. Sus dedos terminaban en garras, su piel se escamaba y de su espalda surgían espinas óseas; pero lo mas terrible era su rostro alargado de fauces enormes repletas de dientes aserrados y amarillentos. 

La chica de negro parecía tener problemas y Roberto no podía dejar que le pasara nada, aunque no tenía demasiada idea de como afrontar la situación. "Estoy soñando" pensó finalmente. El casting, la explosión, la ninja peleándose contra un hombre lagarto... Así que se levantó de nuevo ignorando su onírico dolor y se lanzó a la carga. Su idea era cruzar el aire como un proyectil envuelto en un aura de energía mística y golpear al monstruo con tanta fuerza que éste quedara destrozado. Luego le quitaría la máscara a la chica, la besaría con pasión y fornicarían allí mismo, rapidito, no fuera cosa que sonara el despertador y quedara el trabajo a medias. Pero las cosas no salieron como él esperaba.

Su carga no fue tan terrible como imaginaba y se limitó a una carrera errática que le llevó a colocarse entre ambos luchadores y toser de nuevo. Dolorosamente, por supuesto. La chica se echó a un lado pero el hombre cocodrilo le mordió en un brazo, sacudió la cabeza y lo arrojó al suelo otra vez con el extra de tener un brazo destrozado y sangrando mucho. Roberto gritó de dolor pero seguía sin voz. Afortunadamente la chica aprovechó el despiste para saltar sobre la cabeza del reptil, atraparla con sus dos rodillas y con un movimiento giratorio del cuerpo le rompió el cuello.
El hombre bestia cayó al suelo con un golpe seco mientras la chica de negro se posaba a su lado con la gracilidad de un colibrí. Ante los ojos de Roberto el cadáver comenzó a mutar de nuevo hasta convertirse en un cocodrilo cubierto de jirones de ropa. La chica se acercó a él caminando solemnemente y se quitó la tela que le cubría la cara revelando el rostro de quien le había rechazado en el casting.

-Lo siento pero has visto demasiado, muchacho. Debo acabar con tu vida.

Por suerte Roberto seguía sordo y no logró entender lo que decía, por lo que se limitó a decir:
-¿De verdad la tengo tan pequeña?

Había recuperado la voz.

Luego ella dudó, dio un paso adelante, le golpeó con el canto de la mano en el cuello y todo quedó a oscuras para Roberto. 

Continúa aquí 

7 comentarios:

  1. Que giro. Ya me ha enganchado el relato. Estoy esperando la siguientes partes.

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  2. Lo prota no por morir encara q sigue un minipitxa!!

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  3. ¿Ves? Ya has vuelto a tu estilo; ninjas, giros surrealistas y contestaciones ocurrentes. Es que el comienzo tampoco sabía uno por donde iba a ir la cosa. ¿Veo el estilo más serio que de costumbre o son cosas mías?

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    1. Puede que con la edad me esté convirtiendo en el nuevo Pérez Reverte, no sé. Espero que no, sinceramente porque ese señor está muy ido.

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    2. Bueno, P.Reverte también la lía por twitter y facebook, así que igual estás siguiendo su camino sin quererlo.

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