Ahí va la tercera entrega de este relato (todavía sin nombre pero que ya os podéis ir decidiendo a bautizar) que espero que os guste mucho o, por lo menos, un poco.
03
Lo primero que notó al despertar fue un olor rancio mezclado con el
de alcohol de desinfectar. Notó en su cara el tacto áspero de
alguna tela que llevaría tiempo sin probar el suavizante y de fondo
pudo oír como alguien canturreaba en una ducha. Se alegró de haber
recuperado el sentido de la audición, aunque le estaba costando
horrores abrir los ojos. El brazo le dolía mucho, cada vez más,
pero incluso eso le reconfortaba pues significaba que seguía con
vida.
Se incorporó y lentamente su vista se fue aclarando. Estaba en el
sofá de una pequeña habitación simple. Ante él una cama con las
sábanas revueltas, una silla sobre la que había algo de ropa bien
plegada y un armario en el que la carcoma parecía haberse dado un
festín. Una puerta junto a la ventana hacía suponer que era la
salida mientras que otra conducía al baño como dedujo por el sonido
de la ducha. Quiso levantarse para abrir la persiana y comprobar
donde se encontraba pero la sola idea de moverse le produjo un dolor
difícil de asimilar.
La ducha dejó de funcionar y oyó unos pasos amortiguados al otro
lado de la pared. ¿Quien estaría ahí? ¿La chica de ayer? ¿Otro
de esos hombres cocodrilo que se lo terminaría de merendar? Entonces
recordó la herida de su brazo y comprobó que alguien se lo había
vendado y entablillado con un trozo de madera. Bueno, si se han
tomado tantas molestias no creo que ahora vayan a matarme, pensó.
La chica apareció sin sus ropas de ninja, envuelta solamente en una
toalla blanca que ya amarilleaba y con el cabello goteando sobre su
espalda. Se fijó en que su huésped estaba ya despierto y le dirigió
una mirada seria.
-¿Donde estamos? -dijo él.
-En una habitación de un hostal de carretera. No puedo decirte más.
-¿Me has curado tu el brazo? Porque me sigue doliendo un montón.
-He hecho lo que he podido -dijo mientras sacaba algo de ropa
interior de su bolsa-. Con un poco de suerte no lo perderás.
-Ah. Gracias.
Pero
ella no respondió a eso y se dirigió a la silla donde tenía algo
de ropa plegada.
-Me gustaría ir a un hospital -siguió hablando Roberto-. Así nos
aseguramos de que se cura bien.
-No podemos dejarnos ver. Nos estarán buscando en estos momentos.
-¿Quienes?
¿Los hombres lagarto
esos? ¿Quienes son? ¿Qué quieren? ¿Por qué..?
-¡Deja ya de hacer preguntas! -Le interrumpió ella claramente
molesta-. Ni siquiera deberías estar vivo. No sé porqué no acabé
contigo allí mismo.
-¿Puedo saber como te llamas? -Dijo Roberto sin poder reprimir una
última pregunta.
-No.
-Pero tendré que llamarte de alguna manera. No puedo ir por ahí
diciendo "Eh, tu eso, eh tu lo otro".
-Llamame como quieras entonces.
-Mmmm... ¿Sandra te parece bien?
-Me da igual.
-Pero si no te gusta no. estamos a tiempo de cambiarlo.
-Sandra me va bien.
-¿Y de apellido?
-¡Cualquiera! -exclamó ella claramente irritada.
-Te llamaré Sandra Cualquiera entonces.
-Llamame como quieras pero deja de hacer preguntas, por favor.
-De acuerdo.
Roberto
se quedó en silencio unos segundos mientras ella se vestía
sin demasiado pudor. Era una chica delgada,
no demasiado alta,
de cuerpo fibrado
como el de una atleta y sus movimientos eran gráciles y delicados
como los de un felino. Se colocó la ropa interior que era
completamente negra y después dejó caer la toalla al suelo para
terminar de vestirse con unos pantalones deportivos y una camiseta
blanca de tirantes que dejaba gran parte del sujetador negro
a la vista. Después metió el resto de
ropa que andaba desperdigada por la habitación en la
bolsa de deporte y se dispuso a salir de la habitación. Se
habría sentido excitado al contemplar la
escena de no ser por lo mal que se
encontraba.
-Oye… -preguntó al final, cansado de tanto silencio-. ¿Por qué
todo el tema ese del casting? Es decir… ¿Qué necesidad había de
montar todo eso y meter a personas inocentes como yo en toda esta
movida?
-Pertenezco a una organización secreta. Tan secreta que ni siquiera
los propios miembros sabemos quienes somos, así que nos reconocemos
por un tatuaje característico en la ingle. Montar una selección de
personal para actuar en una película pornográfica es la mejor forma
de localizarnos sin levantar sospechas.
-¿O sea que no me echaste de allí por tenerla pequeña sino por no
tener ese tatuaje?
Pero Sandra ya no respondió, dejando a Roberto con la misma duda que
antes, quizás peor, y se hizo el silencio de nuevo.
-Vamos -le dijo a Roberto con poca delicadeza.
-¿Y donde vamos? -le preguntó él.
Una escena de transición, pero aún así mantiene el ritmo. A ver a donde van.
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