jueves, 26 de diciembre de 2019

Un relato sin nombre, parte 4

Termina el año pero este relato sin nombre parece querer trascender al tiempo y el espacio subyaciendo en los estratos de... Vale, vale, voy allá.
Recordad que esta es la cuarta parte de una pequeña novela que se publica en este blog y que podéis leer las anteriores en estos enlaces:

Parte primera
Parte segunda
Y la tercera


04
En el asiento del copiloto, con la cabeza apoyada en la ventanilla y sujetándose el dolorido brazo con la otra mano, Roberto se preguntaba por donde demonios iban. No reconocía la carretera ni el paisaje ni las montañas ni… Estuvo tentado de preguntárselo a la chica pero desistió al ver su sombrío rostro detrás del volante y siguió mirando. Avanzaban por un paisaje casi desértico como los que salen en las pelis americanas de gente que se escapa conduciendo. Tenía lógica teniendo en cuenta de que ellos estaban huyendo en coche también, aunque no tenía ni idea de hacia donde ni porqué.

No se veía ni un alma, ni un coche ni siquiera un avión cruzando el cielo; era como si atravesaran un lugar olvidado por el tiempo y en cualquier momento esperaba ver una diligencia de colonos ingleses perseguida por varios sioux montados a caballo. Pero justo en ese momento de ensoñación vio un coche que se acercaba en dirección contraria. Sonrió un poco aliviado al reencontrarse con un elemento que le atara de nuevo a la realidad pero su sonrisa se tornó una mueca de horror al comprobar que ese vehículo, un flamante coche negro de cristales tintados se dirigía a toda velocidad directamente hacia ellos.

-¡Cuidad..! -acertó a gritar Roberto justo antes de que la chica diese un volantazo, saliera de la carretera y se reincorporara a la vía con una habilidad pasmosa. El traqueteo del coche circulando por el pedregal hizo que el brazo de Roberto despertara de su letargo y comenzara a enviarle pinchazos de dolor-. ¿Pero qué les pasa a esos? ¡Casi nos matan!
Miró atrás y vio como entre la nube de polvo que habían generado en la carretera aparecía de nuevo el coche negro. Quiso avisar a Sandra, pero ya estaba viéndolos a través del retrovisor.
-Agárrate bien -le dijo ella apretando a fondo el acelerador.
El motor del coche rugió, no con uno de esos rugidos heroicos de vehículos potentes de películas con presupuesto sino más bien con un rugido asmático de león viejo y sonidos de chatarra vibrando, como los coches de las películas españolas de los años ochenta. El vehículo perseguidor en cambio parecía funcionar a las mil maravillas y comenzó a ganarles terreno fácilmente.
-Nos van a pillar -comenzó a decir Roberto desesperado-. Nos van a pillar y me duele mucho el brazo. Nos van a pilar y me duele mucho el brazo y seguro que son cocodrilos de esos y me muerden el otro. Nos van a pillar y me duele mucho el brazo y seguro que…
-¡Callate de una vez con ese estúpido mantra! -le gritó ella perdiendo los nervios-. Estoy tratando de pensar algo.
Roberto se calló pero siguió repitiendo las frases, incluso añadiendo otras nuevas, en su cabeza.

El coche negro se acercó peligrosamente a su costado. Sandra tenía el pedal apretado tan a fondo que temía que en cualquier momento rompiera el suelo del vehículo y tocara con el pie el asfalto. Todo vibraba a tal intensidad que casi era imposible oír nada más que la cacofonía de metales, plásticos y otros componentes que parecían querer independizarse unos de otros. El coche negro se situó junto al suyo y bajó la ventanilla del copiloto dejando a la vista un rostro masculino, ancho y con barba que les observaba desde detrás de unas enormes gafas de sol. El cañón de un arma fue lo siguiente que apareció en escena, así que Sandra frenó en seco haciendo que el coche gritara de dolor y Roberto hizo lo mismo al verse obligado a mover su brazo. En cuanto los perseguidores hubieron dado la vuelta para volver al ataque, Sandra aceleró de nuevo y pasó zumbando junto a ellos para desviarse por un camino secundario que ascendía peligrosamente una montaña.
El pobre coche parecía estar en las últimas pero su menor tamaño y peso era una ventaja en esa nueva via. Los perseguidores seguían ganándoles terreno pero de una forma más discreta y ahora el único problema era saber hasta donde llegaba esa carretera, mucho más descuidada que la anterior y que no dejaba de ascender.
-Por lo menos si nos matan aquí estaremos más cerca del cielo -dijo Roberto.
-¡Callate idiota! -respondió ella amablemente.

Las curvas eran cada vez más cerradas a medida que alcanzaban la cima y con cada giro las ruedas levantaban nubes de polvo que el coche perseguidor atravesaba como un fantasma incansable.
-Ya nos tienen -dijo Roberto, optimista.
Pero Sandra no respondió. Se limitó a mirar por el retrovisor, ponerse muy seria y dar un volantazo hacia la izquierda para salirse de la carretera y meterse en un sendero tan estrecho que el coche avanzó casi de lado entre la maleza; los perseguidores hicieron lo mismo pero su vehículo, mucho más pesado, se volcó sobre un costado y terminó despeñándose por un terraplén de unos diez metros de altura. Dio varias vueltas de campana mientras se destrozaba hasta terminar con las ruedas hacia arriba, aplastado en el fondo.
Sandra detuvo el coche y ambos bajaron para observar la escena. Su coche echaba humo, tenía un par de ruedas reventadas y dejaba una mancha negra en el suelo, seguramente aceite que soltaba el cárter destrozado. A pesar de eso sus perseguidores se habían llevado la peor parte. Esperaron unos minutos por si alguien daba señales de vida desde abajo y Sandra comenzó a bajar por la empinada pendiente.
-Quédate aquí -le dijo a Roberto-. Voy a comprobar que estén muertos.
Roberto la siguió.

Sandra se asomó a la ventanilla del conductor donde vio a un tipo ensangrentado y con una postura rara aplastado entre el volante y el asiento. No respiraba. Roberto caminó por el otro lado, donde estaba el tipo de la barba hecho un desastre. Roberto se fijó en su pecho, que seguía moviéndose con el ritmo de una respiración lenta y dificultosa.
-Creo que este sigue viv… -alcanzó a decir antes de que el herido abriera los ojos y comenzara a mutar.
Su rostro se llenó de pelo negro, al igual que su cuello y manos, su torso se hinchó hasta alcanzar un perímetro más allá de lo humano y sus brazos se volvieron tan musculosos que hicieron pedazos los restos de la camisa que vestía. Unos dientes afilados y manos enormes terminadas en uñas negras y largas fueron los últimos detalles para formar el cuerpo de un gorila que lograba zafarse de su prisión de metal arrancando la puerta y enganchando a Roberto por el brazo malo, retorciéndoselo y haciéndole gritar de dolor. El gorila saltó sobre él. Seguía conservando algunas de las heridas del accidente, pero ahora parecían más leves en su enorme cuerpo. Roberto no tuvo ninguna posibilidad de escapar ante tanta fuerza y velocidad por lo que de pronto se vio alzado en el aire y justo cuando la bestia iba a estrellarle contra el suelo, sonó un disparo. Los ojos del animal se pusieron en blanco, su presa se aflojó y Roberto cayó sobre él, convertido ahora en un simple mono aplastado por su peso. A un lado estaba Sandra con la pistola en la mano.
-Esto ha sido muy poco ninja -acertó a decir Roberto, aturdido por los pinchazos de dolor que su maltrecho brazo enviaba a su cerebro.
-¿Es que no puedes callarte nunca? -respondió ella antes de dejar el arma en el vehículo de nuevo.

Continúa aquí.

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