Parece ser que lo he vuelto a hacer. Una vez más se me ha ido el
santo al cielo y me he pasado semanas enteras encerrado en mi búnker
de la cultura, mi laboratorio de ideas, mi sumidero de imaginación,
sin dejar de escribir para poder ofrecer al mundo más historias para
su disfrute y deleite. Aunque no sé porqué, tengo la sensación de
que mi próxima novela, una historia de amor entre una bella dama
cabezona y un marinero bizco adicto a las espinacas en lata, no va a
ser todo lo original que me parecía en un principio. Pero da igual.
Me levanto de mi
silla, subo al aseo a vaciar el orinal y al mirarme en el espejo me
horrorizo con mi imagen. Pelo alborotado y enmarañado, barba larga y llena de mollas de galleta, ropa
empapada en sudor viejo… Doy muchísima pena. Y asco. Es por ello
que decido cambiarme y salir a la calle otra vez.
Reconozco
que al principio lo hago con cierta aprensión. Mi última salida del
anterior encierro no resultó todo lo tranquila que esperaba (ver
esta entrada para más datos) pero de momento todo va bien. Hace un
día estupendo, el sol brilla y me da calor, los pajaritos entonan
bellas melodías que parecen dedicadas solo para mí, y de hecho
lo parece porque estoy solo en la calle. No es que viva en la zona más
transitada del pueblo, pero me parece raro no ver un alma. Los coches
están perfectamente aparcados pero con una fina capa de polvo y
excrementos pajariles sobre ellos, los comercios cerrados, los
parques infantiles vacíos y no se oyen las voces de ciclistas
borrachos en los bares. A ver si ha pasado algo raro y otra vez no me
he enterado… En cualquier caso sigo caminando pues necesito estirar
las piernas y llegar cuanto antes a mi destino, que como ya habréis
deducido a lo largo de la lectura no es otro que… ¡Ostras qué
susto, un coche de la
policía viene directo hacia mí con las sirenas puestas y las luces
de tener prisa!
Los agentes bajan
del coche y me apuntan con unas porras de casi dos metros.
-¡Quieto ahí,
infractor! ¡Ponga las manos en un lugar en el que podamos verlas y
no se mueva a no ser que tenga que toser, en cuyo caso lo hará en el
codo.
-¿Toserme en el
codo? ¿Qué guarrada es esa? ¡Pero si ni siquiera me llego! -les
respondo alarmado.
-Siga las normas,
jodido delincuente, o tendremos que aplicarle el protocolo antiplaga
y le aseguro que no será agradable para ninguno de nosotros.
No tengo ni idea de
qué están hablando pero no me atrevo a preguntar en qué consiste
ese protocolo por miedo a que incluya la palabra “rectal” en
alguna de sus maniobras.
Los dos policías,
protegidos con guantes, mascarillas y coquillas me registran y
comprueban mi identidad mientras hablan por radio con otros agentes,
informándoles de mi presencia en la calle. Cuando terminan, vuelven
a dirigirse a mí.
-¿Se puede saber
qué es tan importante como para romper el toque de queda?
-Pues yo iba a…
-Debe usted saber
que salir a la calle sin que suponga un caso de extrema necesidad es
sancionable con multas de un pastizal inasumible para un escritor,
incluso penas de cárcel que van desde una semana a mil años, según
esté de ánimo ese día el juez.
-Yo, es que la
verdad, iba a…
-Estar a la
intemperie en tiempos de plaga supone un delito contra la salud
púbica, digo pública, que pone el peligro el delicado entramado
social que hace que esta sociedad capitalista y enferma se mantenga
en pie, a pesar de que esté fagocitando los recursos naturales de
nuestro planeta.
-Oigan que es que yo
solo quería ir a…
-¡Silencio, maldito
hereje! Ahora dígame a donde se dirigía o caerá sobre usted todo
el peso de la ley.
-¡Pero si llevo
media hora intentando decírselo!
-¿Entonces iba
usted a..?
-¡A la peluquería!
¡Iba a la peluquería! Mire qué pelos. Parezco el primo cavernícola
de Alan moore, el hermano peludo de Slash, el…
-A… a… ¿A la
peluquería? -dice el agente palideciendo de repente.
-Sí, lo siento
mucho. No sabía nada de este toque de queda ni de ninguna plaga ni
nada. Lamento haber salido de casa por una causa tan absurda y
superficial como recortarme un poco las puntas. ¡Merezco cualquier
castigo aplicable sobre mi persona! -exclamo cayendo de rodillas y
arrancándome la camiseta del Primark a lo Camarón.
-Usted perdone
ciudadano. Ir a la peluquería se considera una necesidad de primer
grado junto con comer y hacer caca posteriormente. Todo habitante
libre de este país tiene el derecho a cortarse las puntas, hacerse
mechas o ir simplemente a leer las revistas del corazón atrasadas de
las peluquerías cuando lo desee.
-¿Comorl?
-No se hable más.
Disculpe nuestra confusión y siga su camino. Nosotros le
escoltaremos para asegurarnos que llega a su destino sin problema
alguno. ¡Por dios, el hijo del rey y España!
Los dos policías
hacen el saludo de rigor, se meten en el coche y me siguen a una
distancia prudencial con las luces puestas y la sirena a tope
mientras yo camino hacia la pelu. Cuando estoy a dos calles reviso mi
cartera y me doy cuenta de que me he dejado el dinero en casa, así
que tendré que dar la vuelta, regresar atravesando el antiguo
cementerio abandonado donde el virus habrá causado una curiosa y
terrible reacción en los cuerpos de los fallecidos y más tarde
pasar por esa vieja colina donde el arcano monolito repleto de signos
blasfemos habrá empezado a vibrar después de eones de tranquilidad
cósmica… pero eso ya será otra historia.
Pues sí, te has librado por los pelos... vaya, he hecho un chiste... malo.
ResponderEliminarJejeje... Viva el humor de calidad.
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