sábado, 20 de junio de 2020

De sueños y necesidades primarias


Llego a casa después del trabajo y noto que ésta no es igual que antes. El papel de pared es distinto, el mobiliario no me suena de nada y hasta la distribución de las habitaciones ha cambiado, pero por algún motivo, no me importa demasiado. Es mi casa y punto. Voy directo a la cocina a hacerme algo de comer porque por algún motivo soy soltero y no tengo cargas ni obligaciones familiares de ningún tipo y allí, sobre la mesa de lla cocina me espera esa chica que me gusta tanto del instagram, esa a la que a veces le río las gracias pero nunca se digna a contestarme, esperándome para una sesión de sexo tan inesperado como necesario. Comienzo a quitarme la ropa a toda prisa para no hacerla esperar, a la pobre, y apenas hemos empezado a retozar cuando recuerdo que no he comido y tengo mucha hambre. Le digo que se espere, rebusco por los armarios que están vacíos y salgo a toda prisa hacia el súper. 

Corro cesta en mano entre estanterías repletas de donuts, patatas fritas, bollerías varias y comida rápida de todo tipo hasta que me doy cuenta de que he dejado a esa chavala tiradísima y que ya tendré tiempo de hacer la compra cuando hayamos terminado. 

Salgo corriendo de nuevo hacia mi casa, que por cierto, no sé ni donde está ya que todo el pueblo parece haber cambiado y se me hace de noche. Veo gente haciendo el amor en las calles, en los portales, otros paseando como si nada comiendo patatas al jamón, mis favoritas ya que llevan la mayor cantidad de glutamato del mercado. Huele a comida china, turca, india… Todo muy especiado y sabroso. El estómago me ruge y pienso que porqué no me habría comprado algo en el súper ya que estaba allí. Me detengo en un cruce y caigo de rodillas abrazándome a mí mismo sumido en la duda de si debería regresar a casa y saciar mi hambre de sexo o de comida, si debería primar el racional deseo de alimentarme o el salvaje impulso de reproducirme. No logro decidirme y se hace de noche, cierran los comercios, los restaurantes y cuando llego a casa, frustrado y hambriento, no queda ni rastro de la chica. 

Me despierto empapado en sudor y con la cabeza latiendo al ritmo acelerado de mi corazón, para darme cuenta de que estoy en mi casa normal, con mi vida habitual, y que todo esto no había sido más que un sueño raro de cuarentón inadaptado. Malditos sean los años. Malditos sean los sueños.

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