Ahora
que estamos en tiempos de fumatas blancas, nuevos pontífices y otras hostias
consagradas, el tema de la religión está a flor de piel y comentarios varios
abundan por todas partes. Que si yo creo, que si yo me cago en todo, que si yo
sí creo y por eso me cago en todo… Hasta que de tanto oír y de tanto estar en
sitios me encuentro con el paradigma del ser. “Yo soy católico, pero no soy
practicante”. Maravilloso.
No
practicar aquello en lo que crees es paradójico hasta el extremo. Por esa misma
regla de tres, yo puedo considerarme satánico abiertamente, pero al no ser
practicante y no llevar a cabo rituales y sacrificios humanos varios, salvarme
del rechazo social. Si vamos por ese camino todo vale. Podemos ser lo que
queramos. Podemos presentarnos como futbolistas, astronautas o exploradores aventureros
en plan Indiana Jones; Solo debemos dejar bien claro que no le hemos dado una
patada a un balón, subido al espacio o adentrado en la selva en la puñetera
vida. Ser no practicantes de aquello que decimos que nos define nos convierte
en seres libres, intocables, irreprochables.
Ser no
practicantes nos acerca a la divinidad y nos permite mirar a nuestros
semejantes como si fueran simples gusanos anclados a sus patéticos compromisos
morales, a sus necesidades de coherencia, a sus ansias de existencia. Ser no
practicantes nos confiere inmunidad total a críticas, reproches y otras
intenciones malignas. Ser no practicante es… la superpolla.
leyendo tu entrada me acabo de dar cuenta de que yo soy blogger pero no practico (casi nunca).
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