martes, 5 de marzo de 2013

Una visión global sobre el comercio y el consumo desde un punto de vista relativista (por supuesto)



Como ya sabéis, mis fieles lectores, a veces me gusta dejar de lado los temas habituales y recurrentes del blog para tratar otros asuntos con mayor contenido cultural o social. Tales entradas aparecen esporádicamente y responden a una necesidad clara de tener lectores capaces de responder de forma satisfactoria al encontrarse en situaciones/conversaciones de la vida real. Es por ello que hoy voy a tratar el tema del comercio. Y cuando digo comercio me refiero al comercio a pequeña escala, es decir, a las tiendas y supermercados. Vamos allá.


Vivimos en un tiempo de grandes superficies, de autoservicios y de “encuentra todo lo que buscas y más en cualquier momento y lugar”, y eso no está mal, ya que responde a una necesidad creada a raíz de nuestro estilo de vida actual. Lo negativo del asunto es que ello incide en el pequeño comercio, haciendo que tiendas familiares y comercios artesanales de barrio acaben desapareciendo; Y con ellos desaparecen cosas como el trato amable y personalizado, las conversaciones casuales, el no tener que calentarse el gorro eligiendo entre ochocientas marcas de un mismo producto, etc… ¿Merece la pena entonces dejar que la sociedad dictamine qué es lo que debe sobrevivir y qué no? ¿O acaso es mejor resistirse e incitar a otros a que hagan lo mismo para conservar estos establecimientos aún en perjuicio de nuestra comodidad? Estas son preguntas de difícil respuesta (y más teniendo en cuenta que estoy aquí solo en casa), por lo que me limitaré a explicar un caso REAL sobre la creación, apogeo y desaparición de uno de esos comercios. Leed bien porque solo lo escribiré una vez.


Aqui vemos una foto casual de lo que es un comercio cualquiera


Yo tendría 17 o 18 añitos y todavía vivía en mi pueblo natal. Mi casa era esquinera (no sé si se dice así pero ya se entiende) y tenía vistas a varias calles desde el balcón (claro), y en una de esas calles cercanas montaron una tienda de zapatos. “Calzados Jaros” se llamaba y estaba regentada por una familia de gitanos. Si gitanos, esa etnia injustamente menospreciada y repudiada por nuestra sociedad por decidir ser fieles a unas costumbres y formas de vida distintas a las impuestas por nuestra sociedad e injustamente estigmatizados solo por el hecho de que algunos de ellos se ganan la vida robando lo que los demás ganan con el sudor de su frente como hijos de pu… TA. Pero bueno, esa familia montó su zapatería y al poco tiempo fue capaz de abrirse un hueco entre el comercio de calzado local. ¿Cómo? Pues siguiendo dos sencillas pautas que hacían que comprar allí fuese agradable.
1-Trato sin agobios. Al entrar allí no te venían las dependientas (la madre con sus tres hijas y sus 8 nietas) a preguntarte qué querías, si mejor otro color, si te buscaban otra talla… No. Allí estaban todas las cajas con zapatos amontonadas y podías pasarte el dia buscando sin que te miraran siquiera.
2-Precios competitivos. Está claro que las zapatillas deportivas marca “Kike” o “Adidash” no pueden ser muy caras, pero los precios allí estaban tirados, además de darte la oportunidad de regatear, acción frente a la cual oponían muy poca resistencia. “¿A cuánto es el par? ¿1000 pesetas? Te doy 500 y me llevo dos pares.” Y sin ningún problema.
Como digo, la cosa les iba muy bien. Las gentes entraban en manada y sacaban zapatos de la tienda a un ritmo alarmante, ante la mirada indiferente de las chicas-mujeres, a las que parecía darles igual vender más o menos o si hacían negocio o no. Por supuesto, los prejuicios de algunos vecinos afloraron rápidamente diciendo que si eso tenía que ser una tapadera de algo, que si no estaba claro, que si no puedes fiarte de los gitanos… Tonterías. Esos comentarios lo único que lograban era que la clientela disminuyera y eran, claro está, totalmente infundados.


Pero un buen día en el que me hallaba jugando al “Medal of Honor” en mi Playestation1, decidí mirar a través del balcón para desintoxicar un poco la vista de tanta pantalla luminosa y vi algo cuanto menos raro: Una docena de hombres, vestidos con chalecos antibalas, encapuchados y armados con subfusiles subían corriendo a toda hostia por mi calle. Mi primera reacción fue apartar la vista, parpadear un par de veces y mirar de nuevo, pero ahí estaban. Entonces pensé si de tanto jugar a videojuegos se me habría ido la olla y estaba confundiendo la realidad con la ficción. Tíos armados en la tele y tíos armados en la ventana; Lo único que les diferenciaba era que éstos últimos tenían mucho mejores gráficos y el pixelado y renderizado de los frames era muy superior al de la consola. Muy preocupado por mi salud mental me asomé al balcón y vi que todas las vecinas estaban asomadas al igual que yo, cosa que me tranquilizó bastante. Total, que los señores con ametralladoras se unieron a otros que ya estaban apostados frente a la zapatería, hubo un momento de confusión y no saber qué estaba pasando y al poco sacaron a todos los ocupantes esposados, los subieron en furgones y cerraron y precintaron el local… Para siempre.

¿800 pelas por unas Ribuk? ¡Os vais a cagar!

Y así terminó, una tienda que se había convertido en emblemática para mí, a causa de los designios de la ley y el orden. A partir de entonces, como no, tuve que comprarme el calzado en otros sitios, como todos, pero siempre recordando ese Calzados Jaros y a sus indiferentes dependientas.


Nota irónica final: Años después, en ese mismo local colocaron la sede de servicios sociales, cosa que aunque pareciera imposible, también ha tenido que cerrar. Putos recortes y puta ley y orden.

5 comentarios:

  1. Yo de ti hubiese puesto otro nombre para el establecimiento por prudencia. Cuando pones en el buscador de internet "Calzados J..." sale tu artículo en segundo lugar.

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    1. Ostras, que fuerte.
      La verdad es que antes de poner el nombre real de la tienda busqué un buen rato por google para asegurarme que no hubiera otra tienda con el mismo nombre que pudiera salir perjudicada o si existía alguna información sobre el caso en concreto que pudiera relacionarlo con mi entrada. No encontré nada y por eso y por los años pasados no tuve más precaución.
      Pero de todos modos... ¿Quién va a buscar eso en internet?
      ¡Gracias por comentar!

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  2. Supongo que nadie va a buscar eso por internet pero vete tu a saber, los gitanos también usan ordenadores y navegan por internet.

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  3. Chico lo que tu no hayas visto....

    Por cierto que tus vecinas estarían felices a más no poder viendo desfilar a los policías y diciendo entre dientes: "esto ya lo veía yo venir". Tendrían tema para rato en el barrio.

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