Hace
muy poquito me topé con un colega que me comentó que estaba parado (lo raro
sería lo contrario en estos tiempos que corren) y que hacía un cursillo del
paro de nosequé cosa. Parecía desanimado y yo, que me gusta que mis amigos
estén siempre de buen humor (por si hay que pedirles favores y todo eso) traté
de hacerle ver el lado positivo de esos cursos utilizando palabras y frases
tales como “aprendes, conoces gente nueva, pasas el rato…” pero él, cerrado en
banda sentenció mis esfuerzos con un tajante “Los cursos del paro no sirven
para NADA” Y así, obligado a recurrir a esos rincones oscuros de la memoria en
busca de ayuda, me encontré con un recuerdo de una vez en la que yo mismo
asistí a un curso del paro.
Tendría
yo unos 25 años; recién llegado al pueblo donde actualmente resido y sin trabajo,
acudí voluntario a un curso de Onfimiérdica o algo así para aprender, conocer
gente nueva, pasar el rato… Y bien. El curso era poco instructivo, conocí a
poca gente y me aburrí, pero se terminó y volví a mi vida normal. Hasta que un
buen día me topé en una cola (de Correos creo recordar, pero no me hagáis mucho
caso) con la que era la tía buena del curso. Como ya sabréis, en todos los
cursos, reuniones, viajes de autobús o lo que sea, hay una chica que es
galardonada con el título de “Tía buena del…” ya sea por derecho propio o por
falta de competidoras directas. Pues bien, esta chica no era mi tipo, al menos
cuando yo tenía 25 años, ahora he ampliado tanto las miras que casi me da miedo
pensar en quién es mi tipo, pero, y volviendo al tema, la muchacha estaba muy
bien a pesar de no serlo. Era morena, rasgos marcados, ligeramente fibrada pero
sin llegar a parecer un travesti y con un buen gusto por las faldas altas y los
escotes bajos. Y nos pusimos a hablar de esas cosas con las que uno habla en
ascensores, gasolineras y en general con la gente que nos vemos obligados a
hablar. Que si “Menudo calor/ Claro es julio, es lo normal” que si “¿Todo bien/
Bien, y tu/ Bien y tu…” cuando me doy cuenta de que a la muchacha le asomaba un
pezón por encima del ajustado escote que se había puesto; no todo, hay que
decirlo, pero una buena parte si. Y es lo que pasa. Uno no quiere mirar pero
sus globos oculares no le responden y eso puede crear una situación embarazosa
al notarlo ella; porque si hubiese sido una amiga, amiga, se le dice, ella se
recompone la ropa y punto, pero siendo una conocida y poco queda raro. Lo ideal
en estos casos es llevar gafas de sol para que nadie vea hacia donde apuntan
tus pupilas, pero como no tenía, fingí que me picaba el puente de la nariz
(entre los ojos, donde empieza, que todo hay que explicároslo, coño) y así,
rascando rascando hacía visera para no verla más abajo del cuello, por lo que
pude seguir con la conversación. Que si “Encontraste trabajo después del curso/
Yo no, y tu/ Tampoco” que si “Pues vaya mierda de curso/ Al final no nos sirvió
para nada/ Bueno yo te he visto un pezón/ Que/ No, nada” y así la conversación
se iba alargando tontamente hasta que noté que de tanto rascarme me resbalaban
ya dos goterones de sangre por la cara y decidí cortar por lo sano para irme a mi
casa a curarme. Y hasta aquí el recuerdo.
Y ahora las conclusiones:
Conclusión1:
Siempre hay que llevar gafas de sol por si acaso.
Conclusión2:
Los cursos del paro sí que sirven para algo, a veces.
Conclusión3:
Si estás hablando con un amigo y te abstraes durante mucho tiempo con un
recuerdo, éste se va y te deja solo en medio de la calle con cara de idiota. A
no ser que lleves gafas de sol, en cuyo caso pareces un ciego que se ha
perdido.
¡Cuidado señorita que le asoma el movil! |
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