Hay
días en los que me levanto y me siento bien. Días en los que me asomo a la
ventana y veo el mundo con una relatividad extraña en la que estoy al margen de
todo. En los que puedo ver volar a los pájaros ni sentir envidia; en los que
puedo mirar al horizonte sin anhelar lo que haya más allá; en los que me da
igual que haga frío o calor, si amanece o anochece, si el viento mece mis
cabellos o si la humedad me hace sudar demasiado.
Hay
días en los que el edificio podría derrumbarse sobre mí y no importarme, pues
sé que saldría indemne de cualquier catástrofe; especialmente de aquellas que
suceden en mi cabeza. En los que podría adaptarme a cualquier circunstancia,
estar en cualquier lugar y hacer cualquier cosa que se me antojara.
Hay
días en los que me siento tan alejado de todo que tengo incluso la sensación de
poder manejar el mundo a mi antojo; de tomar el control de personas y
situaciones cual titiritero con sus marionetas.
Hay
días en los que soy tan incapaz de sentir, que llego a creer que realmente soy
poderoso.
Otras
veces no. Hay días en los que no soy más que un pelele que se mueve impulsado
por los golpes que recibe desde todas partes y no piensa más que en quedarse
inmóvil por fin… y que le olviden en algún rincón.
Y sobretodo y ante todo hay mas días que longanizas
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