Ocho de
la tarde. Empujo un carrito de bebé que contiene a mi pequeña Nº2 a través de
la calle principal de una feria. Suena la música, se oyen risas, luces de
colores iluminan los puestos de juguetes baratos, bisutería barata, ropa barata
y cosas baratas en general. No me siento cómodo. Ha sido un día largo y
desearía estar en mi casa, descansando, viendo documentales en la tele mientras
sorbo lentamente un vasito de horchata fría; pero no. Camino por la calle
principal de una feria empujando el carrito y aunque he ido por voluntad
propia, no estoy donde me gustaría estar en realidad. Todo es tan
contradictorio…
Aquí, unos jóvenes divirtiéndose. Ale. |
Me
cruzo con jóvenes que se divierten; ellos llevan unos peinados horribles y
ellas unos pantalones cortísimos; hablan de cosas que me parecen absurdas y se
ríen mucho. Me doy cuenta de que yo nunca he sido joven, o por lo menos no
recuerdo haberlo sido. Me encuentro con otros padres que sonríen; empujan sus
propios carritos con sus propios bebés y parecen estar en paz. Es horrible.
Puede que se acaben de levantar de la cama y todavía conserven esa frescura del
que acaba de empezar el día y mantiene algo de optimismo; o puede que sepan
algo que yo no sé, que conozcan algún secreto que me está vetado, que tomen
drogas o que sus mujeres sean ninfómanas insaciables… El caso es que no son
como yo.
Yo
avanzo a paso lento con el ceño fruncido, la cabeza baja y una visible aura de
oscuridad crepitante a mi alrededor. La gente la percibe y como no quieren
malos rollos ni que nadie les amargue la fiesta, evitan acercarse a mí. Miro a
la niña en el carrito y deseo que llegue el día en el que pueda decirle aquello
de “Hija mía, debes saber que por mucha gente que haya en el mundo, siempre
estamos solos.” También le diré que
desde el instante en que nació, mi vida le pertenece y que si alguna vez
necesitara un riñón, yo pondría ambos a su disposición, lo que no es más que
una metáfora que ilustra lo anterior pero que me gusta utilizar para hacerme el
listo y el interesante, cualidades ambas que no poseo por naturaleza.
En un
momento dado alguien se para ante mi. Es un viejo estúpido sonriente que me
tiende la mano a la par que hace comentarios graciosos sobre cómo cambia la
vida y como pasamos de ser unos alegres juerguistas a padres responsables y
abnegados. Yo nunca he sido un juerguista y mucho menos alegre. No recuerdo ni
de qué le conozco, pero le miro a los ojos y le fulmino con la mirada. No estoy
para saludos. Su carne se evapora al instante y solo queda de él un esqueleto
ennegrecido que cae al suelo sin un orden aparente. Nadie hace caso porque al
fin y al cabo esto es la vida, no somos nadie, nacemos para morir, a todo el
mundo le llega su hora, etc…
Nº1
sube a algunas atracciones, se divierte por mi. Empatía se llama. O eso dicen.
La observo orgulloso. No estoy seguro de estar haciendo las cosas bien, pero sí
de hacerlas lo mejor que sé, y eso es mucho para mí. Por lo menos, les elegí
una buena madre. Y encima me soporta a mi, a mi negatividad, a mis dudas, a mi
desgana y mi apatía… Las miro a las tres y pienso que las cosas no me pueden ir
mejor. No me falta nada. Lo único que me sobra es el resto del mundo.
El hecho de meterse en una feria ya es un hecho para que el mundo se te caiga a los pies y suele ir ligado a esa música que ponen en las atracciones, que aunque no la quieres escuchar, te mina el espíritu y aunque vayas con las mejores de las actitudes... estás abocado a la depresión. Unos buenos cascos, de esos que llevan los viejos cuando pasean escuchando el "furgol", pero con Pantera, es la mejor solución para evitar esas depresiones feriales.
ResponderEliminarDeberías escribir al consultorio de capdemut, es muy bueno para esas cosas.
No me van mucho Pantera. Me gusta el "Reinventing the steel" y poco más. Siempre me ha parecido una banda de macarras.
EliminarPero sí. Escribiré al consultorio del desequilibrado ese a ver si me ayuda.