Cuando
los pequeños llegan a cierta edad, el papel de los padres en los parques de
columpios y otras zonas habilitadas para la diversión de los críos, es el de
guardia de seguridad/guardaespaldas; es decir que mientras nuestro retoño juega
despreocupado, nosotros observamos desde una distancia prudencial, tras
nuestras gafas de sol, por si sucede algo que requiera nuestra ayuda. Y
generalmente sucede. Siempre hay un niño mayor que trata de echar al nuestro
del columpio o uno más pequeño que no para de estirarle del pelo o la ropa. En
ese caso hay dos formas de actuación: La primera es esperar a que el nuestro
solucione sólo la situación; algo necesario si queremos que el día de mañana
sepa arreglar sus propios problemas cuando nosotros ya no estemos. La segunda
es coger carrerilla y darle una reprimenda al abusador a base de patada
voladora con vuelo de triple tirabuzón; opción mucho más vistosa que la
primera, sin duda alguna.
Y
resulta que ayer mismo, en un parque habitual, un niñato malcriado comenzó a molestar
a la mía, que aunque algo mayor que él, se desesperaba al ver que no podía
quitarse de encima al pesado del crio que le pedía sus chuches. Al final la
niña me miró desesperada en plan “Papá, ya no puedo más con éste.” Y yo le
devolví la mirada por encima de las gafas diciéndole “Te lo quito de encima al
estilo 1 o estilo 2?”. A lo que ella me respondió levantando dos dedos. Ya no
necesitaba más.
Me
levanté y di cuatro largos pasos hacia atrás, con lo que casi me atropella un
coche porque llegué hasta la carretera, y comencé a correr dando largas
zancadas, acelerando más con cada una de ellas hasta que mi cuerpo no era más
que una estela borrosa; entonces, utilizando un hábil giro de cadera que
aprendí viendo videoclips de Van Hallen giré sobre mí mismo y me lancé con los
pies por delante cual torbellino de amor paterno filial dispuesto a trasladar
al crio pesado a otro parque. Pero algo falló cuando el padre del niño lo
apartó hábilmente de mi trayectoria.
Me
incorporé y lo miré. Normalmente no tengo problemas con otros padres. Estoy
acostumbrado a encontrarme con ancianos que cuando tenían treinta años
decidieron que “querían vivir la vida” y no tuvieron hijos hasta los cuarenta y
cinco, con lo que ahora son cincuentones cansados de vivir que no resultan
ninguna amenaza para mí. Pero este era diferente. Era algo mayor que yo pero de
figura bien definida por una musculatura que solo puede conseguirse con un bono
de diez años en un gimnasio. Me miró con ojos azules tan fríos como el hielo y
un escalofrío recorrió mi espalda. Cuando levantó a su hijo para acurrucarlo
contra su pecho, en su bíceps, del tamaño de mi muslo, apareció una vena de
color azul eléctrico que latía a un ritmo regular. El hombre estaba tranquilo.
Tranquilo y confiado. A pesar de eso mantuve la mirada y me arremangué. Apreté
el brazo para demostrarle mi fuerza pero mi vena no era tan azul como la suya
ni mi brazo tan ancho; además me dio un tirón en el cuello y me quedé con la
cabeza de lado; pero ni así me rendí. Le señalé con un dedo, cogí aire y le
dije. “Te voy a… Te voy a… Te voy a poner mirando a Cuenca. Bribón.” Y el padre
musculoso pareció ser invadido por el terror, palideció, se dio la vuelta y se
marchó diciéndole a su pequeño que fuera la última vez que molestaba a una niña
cuyo padre no tenía bien definida su sexualidad.
JAJAJAJAJAJAJA
ResponderEliminarSigue así que cada día te superas...
Mi lumbalgia me impide hacer la 2.¿Qué me recomiendas para suplirla? ¿la táctica bribón?
ResponderEliminarMuy buena entrada
Gracias por vuestros comentarios, amigos...
ResponderEliminar¿Qué digo amigos? ¡Hermanos!