Hace
una semana aproximadamente expresé en este mismo blog y en ésta entrada concretamente mi posición moral (que no política) ante el asunto catalán
referente a la independencia y al derecho de decidir. No voy a repetirme así
que invito a quienes pueda interesar leer este texto, que antes se pasen por la
entrada enlazada. El motivo de volver a abordar el tema es que como a estas
alturas ya sabréis, el fin de semana del 30 de septiembre al 1 de octubre iba a
estar en mi pueblo natal, presentando mi segundo libro, cargado de
incertidumbre sobre cómo iba a ir la presentación y que iba a suceder al día
siguiente. Pero dejo las conjeturas y paso a los hechos.
Debo
reconocer que la noche anterior no pude dormir demasiado debido a los nervios,
así que me levanté muy temprano y me subí al coche sobre las seis y media de la
mañana para comenzar un viaje de casi cuatro horas hasta mi pueblo, donde debía
estar por lo menos a las once de la mañana para empezar a preparar las cosas.
Iba sobrado de tiempo pero por lo que estaba viendo en las redes sociales y las
noticias, Cataluña se había convertido en un estado policial y temía que me
pararan en un control y no llegar a tiempo al acto. Tal como me acercaba a mi
tierra estuve pensando qué ruta sería la mejor para entrar. Descarté la
carretera nacional, por ser demasiado propensa a atascos y retenciones y aunque
estuve tentado de meterme por los caminos del interior, pasando por poblaciones
como La Jana o Rossell en busca de los puentes que cruzan el río Sénia,
finalmente opté por ir de cara y pasar por la autopista de peaje. Me sorprendió
llegar hasta la biblioteca de mi pueblo sin ver ni a un solo policía. Ni
nacional, ni guardia civil ni mosso. Me metí directamente en la biblioteca y
realicé la presentación con normalidad.
Por la
tarde salí a dar una vuelta y me encontré con un ambiente totalmente festivo y
optimista en el pueblo. Acudí a una trobada de castellers donde no había
ninguna presencia policial y donde tampoco se podían ver esteladas ni
manifestación alguna de independentismos. Por la noche cené con unos amigos y
aunque nos cruzamos con algún furgón de los mossos, no fue nada que escapara de
la rutina. Esa misma noche llegaron vía redes sociales algunos vídeos de
manifestaciones por la unidad de España en las que entre cantos del “cara al
sol”, unos encapuchados se encaramaban a fachadas de ayuntamientos y arrancaban
carteles con mensajes tan subversivos como “democracia” ante la pasividad de la
policía. Pero hechos aislados y nada preocupante.
A la
mañana siguiente madrugué, quizás demasiado, y fui a almorzar con una amiga.
Ésta señora, ya jubilada, me relató con cierta inquietud como las imágenes
vistas estas últimas semanas la retrotraían a tiempos pasados “como un túnel
del tiempo directo al franquismo” me dijo. Pero a pesar de todo, debo repetir y
hacer hincapié en ello, el ambiente en el pueblo era inmejorable. Mucha gente
joven a pesar de las horas, parejas de ancianitos con las papeletas
dirigiéndose los primeros a los colegios electorales, sonrisas, ánimos y mucho,
mucho optimismo, como si lo importante fuera el acto de votar y expresarse
antes de cualquier sentimiento político.
Viendo
el buen rollo reinante, me dirigí a uno de los colegios electorales a ver qué
ambiente había y lo encontré repleto de gente votando y un par de mossos
observando desde lo lejos. Nada a destacar. Fui a darme una ducha y a dirigirme
al pueblo de al lado a ver a la familia.
Pero al
rato comenzaron los mensajes de alarma en el móvil. En un pueblo cercano la
guardia civil había cargado contra un grupo de votantes dejando cuarenta
heridos. La gente comenzó a organizarse y a reforzar los colegios electorales
más importantes, pero la policía recorría los pueblos pequeños empleando la
fuerza para hacerse con las urnas y la indignación iba en aumento. Las imágenes
que llegaban desde las capitales no eran mucho mejores y no hacían más que
reafirmar a la gente en su derecho a expresarse. Al final el día se saldó con
500 heridos físicamente y muchos millones de forma moral, entre los que me
cuento. Y ahora si, dejando de un lado los hechos vividos, paso a mi innecesaria
reflexión.
No soy
independentista. Me reafirmo. Lo dije en la anterior entrada, si la habéis
leído y lo repito por si no. Creo que esto, en esencia, no es más que un pulso
político entre dos señores indeseables que no han dudado en lanzar a la calle a
la población y a las fuerzas del orden en una especie de partida de ajedrez
jugada por niños que no entienden las reglas. Pero como ciudadano catalán y
español y eso que ahora viene a llamarse “ciudadano del mundo”, debo decir que
todo esto ha llegado mucho más allá de banderas y fronteras. He visto a un
pueblo unido, alegre, con voluntad de cambio, atacado por las fuerzas de un
gobierno que ni se ha molestado en hablar, dialogar ni negociar en ningún
momento; un gobierno que ha actuado con mano de hierro amparado por el
inmovilismo de una oposición prácticamente inexistente que han mirado a otro
lado mientras se desataba la violencia. Un gobierno que ha alimentado el odio
hacia un pueblo que con su gesto no hacía más que reclamar que su voz fuera
escuchada. Un gobierno que ha querido dar un mensaje claro no solo a los
catalanes si no a todos los españoles diciendo que “si te saltas mi ley te
vamos a moler a palos”. Y un gobierno que desgraciadamente ha hecho estallar un
sentimiento totalitario entre cierto sector de la población que no solo no
condenan sus actos sino que los aplauden y los vitorean. Al final lo que hemos
ganado con todo esto es confrontación, odio y miedo por culpa de unos símbolos
como son las banderas y las fronteras que de poco sirven si no garantizan
cierta libertad y comprensión entre las gentes que las representan.
No soy
independentista. ¿Lo había dicho ya? Pero el día de ayer me dejó muy triste.
Triste porque me encontré con imágenes duras que rompían una armonía
envidiable. Porque los gobernantes se quitaron las caretas de demócratas para
mostrar lo que siempre han sido en realidad y porque a base de porrazos han
roto aún más la España que pretendían mantener unida.
Por
otro lado, todo sea dicho, albergo cierta esperanza sobre la buena voluntad de
la gente. He visto personas en otras comunidades y países solidarizándose con
el pueblo catalán, aplausos por parte de independentistas a un chaval que iba a
votar “no” con la papeleta bien visible en la mano, grupos de jóvenes caminando
de la mano con banderas españolas y esteladas y mucha, muchísima solidaridad
entre pueblos.
Creo, y
ahora ya termino, que la lucha de Catalunya es la lucha de todo el pueblo español
y que si la voluntad de los catalanes llega a ser doblegada y aplastada por el
gobierno, sentará un precedente que llevará a este país a su fin.
Afortunadamente, no creo que esto pase. No sin recurrir a niveles mucho mayores
de violencia que sinceramente, se me hacen difíciles de concebir.
No soy
independentista, no sé si lo había comentado ya, pero soy catalán y deseo lo
mejor para mi gente, aunque esté lejos de mi tierra y no pueda hacer otra cosa
que escribir. Y ojala nunca más tenga que publicar entradas como ésta.
Ánimo y Libertad.
ResponderEliminarEntiendo la tristeza. Que te metan a la policía en tu casa nunca es agradable, y mucho menos cuando han entrado como han entrado. ¡Ni que los catalanes hayan ido armados a votar! En este país se le tiene mucho miedo a los referéndums, sobre todo después del andaluz que se llevó a un gobierno y a un partido por delante. Un día triste, sí.
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