Entro
en el ascensor y antes de que se cierre la puerta una mano la detiene y un
hombre se coloca a mi lado. Me sonríe, mirada cómplice de “casi me quedo en
tierra y pierdo dos minutos irrecuperables de mi vida” y se arregla la corbata.
Yo voy vestido con ropa de trabajo y aún sabiendo que no puedo compararme al
recién llegado en elegancia, me miro en el espejo. Compruebo que estoy como
siempre y no sé si alegrarme o no, pero en cualquier caso es tranquilizador.
El
ascensor se sacude ligeramente y comienza el ascenso. Nuestras miradas se
cruzan, resulta algo incómodo pero no lo suficiente como para apretar el botón
de alarma y ponerse a chillar por el telefonillo ese. El hombre parece incómodo
también, carraspea, yo pienso “oh mierda, va a hablarme” y me pongo a buscar el
móvil para fingir que miro algo importante y que por eso no puedo atenderle.
Pero el teléfono se me escurre entre los dedos y no me da tiempo.
-¿Que
clima mas raro no? –me dice.
-Si –le
respondo.
-Igual
llueve que no.
-Ya. Es
lo que tiene el mundo.
Parece
que la conversación va a terminar aquí pero el ascensor sube tan lentamente que
la cosa no tiene pinta de quedar así.
-Claro,
con tanto aire acondicionado y tubos de escape… -sigue con el tema.
-Ya ves
–le respondo interesado.
-Lo
raro es que no nos hayamos muerto ya.
-Pues
si. Es raro.
-Pero
bueno. Es lo que toca –dice finalmente como sentenciando la conversación.
-Lo que
toca –repite. -Toca… toca… oca… oca… ca… ca… -balbucea, y yo comienzo a temerme
lo peor… -¡Cataluña! –grita por fin, liberado.
Ya ha
salido el temita de los cojones, mucho estaba tardando. Salto hacia atrás en un
impulso instintivo pero mi espalda choca contra la pared del ascensor. Estoy en
un espacio demasiado reducido como para huir de la conversación. Trato de evitarlo
dando volteretas por el suelo pero él ya me cuenta que solo hay un 38% de
independentistas y no me da tiempo a preguntarle de dónde ha sacado esa cifra
cuando contraataca con eso de que las familias catalanas ya no se hablan,
continúa con lo de que allí te matan si exhibes una rojigualda y antes de que
pueda incorporarme en la pared opuesta a él, se gira y me grita que Cataluña
nunca ha sido un país. Trato de hacerle entender que los países no existen, que
son inventos de iluminados que solo quieren tener al pueblo sometido pero ya
está con eso de que si no querían que les diesen porrazos que no hubiesen hecho
nada ilegal. Llego hasta el botón de la alarma y lo pulso con fuerza mientras él
me habla de la importancia de cumplir la constitución, aunque solos ean algunas
partes concretas. Pero al pulsar el botóno pasa nada. No funciona. Atrezzo
ascensoril. Me dice algo de la familia Pujol, del Barça fuera de la liga, de la
soberanía española y me empiezo a marear. Trato de explicarle que España ya no
tiene soberanía propia desde que firmó el CETA, pero no me quedan fuerzas. Pierdo
la consciencia y lo único que noto es como las puertas se abren detrás de mi y
caigo de espaldas sobre el suelo del pasillo. El tipo parece calmarse y las
puertas se cierran de nuevo, separándonos irremediablemente.
Mientras
yo me recupero en el suelo del pasillo de la cuarta planta, él sigue
ascendiendo. Sube al cielo de los justos. Al olimpo de los sabios. A ese campo
grande donde todos los ignorantes pueden correr y jugar libremente sin miedo a
tropezarse con ningún libro abierto.
Buen relato de Halloween; da miedito.
ResponderEliminarOooostic, quin patiment!
ResponderEliminarMe ha gustado. ;)
ResponderEliminar"aunque solo sean algunas partes concretas" Eso me encanta. Incluso si la UE dice que modifiquemos la constitución, se hace en un ratito, oiga.
ResponderEliminar