Llegamos ya a la octava entrega de este relato por fascículos y como podréis comprobar, las cosas empiezan a animarse (que ya era hora) para Roberto y Sandra.
La semana que viene más y seguramente mejor.
Abrazos calentitos para todos y toda.
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08
Roberto
tropezó y cayó de bruces cuando sus dos adversarios se lanzaron
contra él. Uno era un señor normal, de unos cuarenta años, bien
vestido y armado con una espada corta y fina, ligeramente curvada y
con una empuñadura marrón oscura a juego con sus ojos. El otro era
una mezcla entre un ser humano y un perro de presa, con un hocico
ancho y babeante repleto de dientes afilados que gruñía de forma
aparentemente descontrolada y que fue el primero en atacar. Lanzó
una dentellada directa al cuello de Roberto que éste esquivó
milagrosamente rodando por el suelo, pero el tipo de la espada
aprovechó la situación para dar una estocada que habría sido
mortal de no haberse encontrado con el brazo izquierdo en su
trayectoria. La espada se clavó en la carne necrosada con facilidad,
pero por algún motivo no parecía dispuesta a salir de allí con
tanta facilidad. Roberto no sintió ningún dolor, así que aprovechó
para retorcerse un poco más y arrebatarle el arma de las manos; se
levantó con facilidad y arrancó el filo de su brazo, que supuró un
líquido blancuzco y maloliente.
Los
dos ascendidos parecían confundidos por el cambio de situación. Su
objetivo, hace unos instantes desarmado, herido y tumbado en el
suelo, ahora estaba de pie, con un arma en la mano y con ese brazo
tullido convertido en un eficaz escudo aparentemente invulnerable. Lo
que no sabían era que no tenía ni idea de manejar ese arma y que si
seguía en pie era por los efectos de una droga que estaban a punto
de remitir. Una vez más fue el cabeza de perro el que atacó.
Roberto
saltó a un lado de forma instintiva y en el proceso su brazo inerte
golpeó en el morro del ascendido. El hedor de los humores que
cubrían las vendas era terriblemente desagradable en distancias
cortas y al parecer el olfato desarrollado del hombre perro lo
convertían en algo insoportable. Comenzó a toser de forma
descontrolada y Roberto aprovechó el momento para clavarle la espada
en el cuello. La bestia aulló mientras trataba de detener la
hemorragia y se retiraba del combate.
A
Sandra las cosas le iban bien. Rodaba por el suelo evitando ataques,
usaba su arma con pericia y cuando encontraba el momento lanzaba
golpes que solían ser certeros y mortales. Roberto solo tenía un
rival y además desarmado; por un momento pensó que lo tenía ganado
pero de pronto la vista se le comenzó a nublar, las piernas le
fallaron y las fuerzas le abandonaron. Acertó a ver como el señor
elegante frente a él perdía la compostura y su silueta comenzaba a
deformarse en lo que era claramente la transformación en algo grande
terrible y mortal de necesidad. Afortunadamente la negra figura
estilizada de Sandra se situó justo detrás de él y con la
precisión de un carnicero, le rebanó el cuello a media
transformación.
Roberto
cogió aire tratando de calmarse e hizo un esfuerzo para aclarar la
vista, con lo que se vio de pronto rodeado de cadáveres de animales
de toda índole, algunos de ellos en peligro de extinción
seguramente. Suspiró apenado y pensó en abandonarse ya, pero la voz
de Sandra le devolvió a la realidad.
-¡Sígueme!
-le dijo ella
mientras se dirigía a las escaleras-. El
Kusanagi nos espera arriba, lo presiento.
La
negra silueta subió las escaleras en completo silencio y a una
velocidad casi sobrehumana. Roberto la siguió gateando
a paso lento y
resoplando con cada escalón que superaba.
Continuará...Aquí.
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