Como aquél que no quiere la cosa llegamos a la penúltima entrega de este relato que deseo que os esté gustando más (incluso) que a mi.
Y por si sois nuevos y no sabéis de qué va esto, podéis leerlo desde el principio en ESTE ENLACE.
09
De
repente para Roberto
hacía mucho frio. Todo el cuerpo le tiritaba de forma descontrolada
y si lograba mantenerse en pie y seguir consciente era quizás por
algún tipo de casualidad técnica de su sistema nervioso. Se
encontraba en una sala grande, decorada al estilo oriental al igual
que el vestíbulo inferior pero quizás de un modo más solemne. Olía
a incienso y daba la sensación de que el lugar estaba listo para
algún tipo de celebración. En el centro de la sala había una mesa
baja cubierta por una tela roja sobre la cual reposaba un objeto
metálico. Sandra se acercó a la mesa con su caminar grácil y
silencioso. Roberto se fijó en su figura, como si quisiera retenerla
como la última visión de su vida, consciente de que ya todo
terminaba para él. Ese brazo que colgaba inerte de su hombro había
infectado el resto de su cuerpo y ahora la podredumbre corría por
sus venas. Pero no había estado mal al fin y al cabo. Había tenido
una vida de lo más cutre, siempre esperando que su suerte cambiara
para mejor pero sin esforzarse por que nada sucediera. Y ahora, justo
en el final se veía metido en una guerra
ancestral que incluía a un clan ninja
luchando contra tipos metamórficos por conseguir una espada
cortadora de hierba legendaria con la que salvar el mundo… o no. La
verdad es que le daba igual; casi agradecía el morir para no saber
qué pasaría a partir de ese momento y así poder montarse
la película a su gusto. Sandra se haría
con la espada, la devolvería a su clan y con ella derrotarían a
esos ascendidos, Onikage incluido y el mundo florecería de nuevo
mientras él se terminaba de pudrir en una tumba improvisada en algún
lugar del desierto. Todos contentos.
Y
fue entonces cuando sus agotados ojos percibieron algo en la
periferia. Al principio pensó que se trataría de la parca que iba a
por él pero luego se dio cuenta de que era una serpiente. Una de
esas grandes que salen en los documentales que se enroscan alrededor
de una cabra y la estrujan antes de comérsela. Y esa serpiente se
movía entre las sombras en absoluto silencio en dirección a Sandra
sin que ésta se diese cuenta.
-¡Sss
erp -acertó a decir-. ¡Ssserpientee!
Sandra
reaccionó justo a tiempo. Saltó hacia un lado con sorprendente
agilidad al tiempo que la enorme constrictora se lanzaba sobre ella.
La chica preparó su arma mientras la serpiente se transformaba en un
hombre alto, delgado, de facciones afiladas y ojos rasgados.
-¡Onikage!
-Exclamó Sandra adoptando su postura de combate característica.
-Y
tu debes ser… -comenzó a decir con voz calmada y claramente
malvada.
-Mi
nombre es muerte -respondió ella.
-Vosotros
siempre tan melodramáticos. Pero ya que nombras a la muerte, eso
será lo que tengas.
Entonces
Onikage sacó dos cuchillos de sus ropas y lanzó un ataque doble
contra Sandra, que desapareció con un prodigioso salto vertical para
situarse a sus espaldas, pero el malo de la historia predijo el
movimiento y girando como una peonza invadió el espacio en el que
ella debía aterrizar. Sandra rodó por el suelo para alejarse de él
pero al incorporarse notó que uno de los cuchillos le había
provocado un pequeño corte en un hombro.
-La
serpiente te ha mordido, pequeña. Tu viaje termina aquí.
-¿Veneno?
-preguntó ella aún sabiendo la respuesta.
-Sí,
pero en una dosis muy pequeña como para matarte. Solo sentirás como
tu cuerpo se entumece lentamente hasta que quedes totalmente a mi
merced.
Sandra
lanzó un ataque furioso contra Onikage pero sus movimientos ya no
fueron tan certeros como antes. Éste esquivó el golpe con facilidad
y lanzó una patada al plexo solar de la chica que cayó de espaldas
tratando de recuperar el aliento.
-Es
una pena que solo quedes tu de los tuyos -comenzó a explicar
Onikage-. Aunque no dudo de que tus intenciones fueran las mejores,
no creo que te hubiese servido de nada la Kusanagi. Es un arma muy
especial que requiere un trato muy especial. No puede sintonizarse
con ella cualquiera. Solo aquellos que cumplan ciertos requisitos
pueden hacerla suya. Eso son seres místicos como yo, o mortales que
hayan alcanzado la iluminación pueden usarla.
En tus manos sería solo un pedazo de hierro viejo.
-¿La
iluminación dices? ¿No es un principio del budismo el que relaciona
el tránsito a la muerte con el instante de iluminación kármico
previo al renacer?
-Así
es, pero me voy a encargar de que tu muerte se alargue lo suficiente
en el tiempo como para cumplir antes con mis planes.
-No
lo decía por tí, estúpido…
En
ese momento Roberto había logrado arrastrarse hasta la zona central
de la sala, y agarrar el mantel de la mesa. Con un dificultoso y
doloroso esfuerzo lo estiró y la hoja de la Kusanagi, que no era más
que una espada mellada y oxidada de más de cinco mil años de
antigüedad, cayó a su lado.
-¡Usa
la espada, Roberto! -Gritó Sandra mientras se arrodillaba en el
suelo, incapaz de sostener su propio peso.
-Pero
si no puedo ni levantarla… -se lamentó Roberto.
-Concentrate.
Piensa en el arma definitiva. Piensa en aquello que sea capaz de
derrotar a cualquier enemigo y Kusanagi te lo dará. Eres la última
esperanza del mundo.
Onikage
observaba la escena consternado. Había visto al moribundo al entrar
en la sala sin
considerarlo
una amenaza, pero ahora tenía la Kusanagi y eso podía ser
peligroso. Preparó sus cuchillos y lanzó otro
ataque doble. Roberto se defendió cubriéndose con su brazo malo que
absorbió las dos cuchillas haciendo caso omiso del veneno que
contenían. Y entonces todo estalló.
Como
una explosión de energía que se liberara de golpe tras milenios de
encierro Kusanagi brilló y su luz envolvió a Roberto, que ya no era
más que un cadáver exhalando su último aliento. Onikage salió
despedido hasta estrellarse contra la pared opuesta y Sandra rodó
por el suelo hasta situarse a una distancia prudencial donde observar
el milagro. Y allí, entre la luz dorada estaba Roberto, de pie de
nuevo, más vivo y sano que nunca, aunque con un cambio significativo
en su anatomía. Ahora su brazo izquierdo era una enorme pinza de
cangrejo.
Ostrás, qué guapo el giro 🤣🤣
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