Ayer fue
un día duro. Mucho trabajo, mucho estrés y algo de mala leche acumulada
hicieron que, más tarde de lo que me gustaría, bajara del camión para dirigirme
a mi casa. Y allí mismo en el descampado me encontré con un vecino habitual
paseando al perro, le saludé y me ignoró; no era algo raro viniendo de ese
tipo, pero no me importó quedarme con el saludo en la boca; ante todo educación
y quien no la tenga, que aprenda a vivir sin ella.
Un poco
más adelante, en el parque, habían dos madres charlando despreocupadamente mientras
sus pequeños se hacían daño en los columpios; con esas sí tengo algo de trato
ya que coincidimos allí muchas veces y las saludé, dedicándoles incluso una
sonrisa que aunque forzada, me sale bastante bien; lo cierto es que ellas no
tienen la culpa de mi mal día y qué menos que una sonrisa para alejar los malos
momentos; pero tampoco me respondieron; siguieron hablando como si nada
mientras yo pasaba por delante de ellas.
Una
parte de mí pensaba que era normal. Estaban hablando a saber de qué tema
interesantísimo y la figura sombría y sin afeitar que casi se arrastraba no
tenía por qué ser advertida por ellas; pero por otra parte y como viene siendo
habitual en mí, comencé a pensar que allí pasaba algo raro.
Por
suerte, unos metros más adelante estaba la panadera a la que le compro el
almuerzo todas las mañanas y ahí no cabía duda. Pasé a escasos metros frente a
ella y la saludé afectivamente con un bello movimiento de mano. Pero nada. Nada
de nada. Y allí comencé a sospechar. Siempre he sido una persona anodina y mi
cara ha pasado desapercibida sobre todo para las mujeres, pero esto ya era
pasarse. Pero como soy una persona cauta y de pensar mucho las cosas, decidí
hacer una última prueba antes de sacar conclusiones: Me acerqué a dos abueletes
que hablaban de cosas de abueletes en un banco y me puse a agitar los brazos
ante ellos y a dar saltitos, pero nada. Y ya era definitivo: Me había vuelto
invisible.
Ser
invisible mola, pero uno puede caer en el error de ponerse a preguntarse el
cómo, el porqué y el cuándo y a buscar una explicación científica al fenómeno
de porqué la luz no rebota en su cuerpo. Pero eso es un error. Mirad los aviones
cómo vuelan más allá de cualquier razonamiento científico y en cambio la gente
sigue subiéndose en ellos con total confianza. Con la invisibilidad pasa lo
mismo. Eres invisible y punto. Se acabó. Chitón. Y ahora os pregunto, oh fieles
y abnegados lectores: ¿Qué haríais vosotros si os encontrarais en mi misma
situación? No, no hace falta que corráis a dejar un comentario que lo sé. Os
despelotaríais en plena calle. Está claro.
Ir
desnudo por la calle es una sensación única. No solo sientes el aire correr por
lugares generalmente cerrados, sino que el Sol puede bañar partes del cuerpo
que jamás lo han catado. Y la sensación no es la misma que ir por ejemplo por
una playa nudista llena de pervertidos o pasearse por el balcón bajo el objetivo
de vecinos de toda índole; estamos hablando de la calle, la universidad de la
vida, el lugar donde los sueños florecen, donde comienzan y terminan todas las
historias, la encrucijada de cientos de miles de vidas… Lástima que me durara
tan poco.
No
había dado ni cuatro pasos cuando dos viejas comenzaron a chillar “Violador,
violador” mientras corrían en círculos, obligándome a salir corriendo tal como
mi madre me trajo al mundo (pero con más pelo) y arrojarme en plancha detrás de
unos arbustos para vestirme de nuevo. Se ve que al final resultó que no era
invisible. Simplemente le caigo mal a todo el mundo y pasan de mí.
Sin comentarios ni relación alguna con el tema que nos ocupa. |
Maldito Bukosky! XD
ResponderEliminar¿Has pensado que quizás la gente también estaba cansada y no tenía ganas de saludar?
¿Has pensado de comentar tu caso a Iker Jimenez y lo estudien en 4° Milenio?
Oo
Jajajaja... genial.
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