martes, 23 de septiembre de 2014

La culpa fué de Bukowski



Ayer fue un día duro. Mucho trabajo, mucho estrés y algo de mala leche acumulada hicieron que, más tarde de lo que me gustaría, bajara del camión para dirigirme a mi casa. Y allí mismo en el descampado me encontré con un vecino habitual paseando al perro, le saludé y me ignoró; no era algo raro viniendo de ese tipo, pero no me importó quedarme con el saludo en la boca; ante todo educación y quien no la tenga, que aprenda a vivir sin ella.

Un poco más adelante, en el parque, habían dos madres charlando despreocupadamente mientras sus pequeños se hacían daño en los columpios; con esas sí tengo algo de trato ya que coincidimos allí muchas veces y las saludé, dedicándoles incluso una sonrisa que aunque forzada, me sale bastante bien; lo cierto es que ellas no tienen la culpa de mi mal día y qué menos que una sonrisa para alejar los malos momentos; pero tampoco me respondieron; siguieron hablando como si nada mientras yo pasaba por delante de ellas.

Una parte de mí pensaba que era normal. Estaban hablando a saber de qué tema interesantísimo y la figura sombría y sin afeitar que casi se arrastraba no tenía por qué ser advertida por ellas; pero por otra parte y como viene siendo habitual en mí, comencé a pensar que allí pasaba algo raro.
Por suerte, unos metros más adelante estaba la panadera a la que le compro el almuerzo todas las mañanas y ahí no cabía duda. Pasé a escasos metros frente a ella y la saludé afectivamente con un bello movimiento de mano. Pero nada. Nada de nada. Y allí comencé a sospechar. Siempre he sido una persona anodina y mi cara ha pasado desapercibida sobre todo para las mujeres, pero esto ya era pasarse. Pero como soy una persona cauta y de pensar mucho las cosas, decidí hacer una última prueba antes de sacar conclusiones: Me acerqué a dos abueletes que hablaban de cosas de abueletes en un banco y me puse a agitar los brazos ante ellos y a dar saltitos, pero nada. Y ya era definitivo: Me había vuelto invisible.

Ser invisible mola, pero uno puede caer en el error de ponerse a preguntarse el cómo, el porqué y el cuándo y a buscar una explicación científica al fenómeno de porqué la luz no rebota en su cuerpo. Pero eso es un error. Mirad los aviones cómo vuelan más allá de cualquier razonamiento científico y en cambio la gente sigue subiéndose en ellos con total confianza. Con la invisibilidad pasa lo mismo. Eres invisible y punto. Se acabó. Chitón. Y ahora os pregunto, oh fieles y abnegados lectores: ¿Qué haríais vosotros si os encontrarais en mi misma situación? No, no hace falta que corráis a dejar un comentario que lo sé. Os despelotaríais en plena calle. Está claro.

Ir desnudo por la calle es una sensación única. No solo sientes el aire correr por lugares generalmente cerrados, sino que el Sol puede bañar partes del cuerpo que jamás lo han catado. Y la sensación no es la misma que ir por ejemplo por una playa nudista llena de pervertidos o pasearse por el balcón bajo el objetivo de vecinos de toda índole; estamos hablando de la calle, la universidad de la vida, el lugar donde los sueños florecen, donde comienzan y terminan todas las historias, la encrucijada de cientos de miles de vidas… Lástima que me durara tan poco.

No había dado ni cuatro pasos cuando dos viejas comenzaron a chillar “Violador, violador” mientras corrían en círculos, obligándome a salir corriendo tal como mi madre me trajo al mundo (pero con más pelo) y arrojarme en plancha detrás de unos arbustos para vestirme de nuevo. Se ve que al final resultó que no era invisible. Simplemente le caigo mal a todo el mundo y pasan de mí.











Sin comentarios ni relación alguna con el tema que nos ocupa.


 

2 comentarios:

  1. Maldito Bukosky! XD

    ¿Has pensado que quizás la gente también estaba cansada y no tenía ganas de saludar?

    ¿Has pensado de comentar tu caso a Iker Jimenez y lo estudien en 4° Milenio?

    Oo

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