lunes, 13 de enero de 2020

Un relato sin nombre, parte 7.

Aquí tenemos una nueva entrega de este relato que como podréis comprobar va llegando a su épico e inesperado final. Espero que lo estéis disfrutando, o por lo menos leyendo porque si no, me pondré muy triste y me suicidaré.
¡Ah! Si sois recién llegados podéis empezar a leerlo aquí desde el capítulo 1.
07
Despertó tumbado sobre la hierba de un parque. Ya era de noche e inclinada sobre él estaba Sandra, vestida completamente de negro hasta la nariz mirándole con ojos furiosos.
-¿Creías que podías escapar de mi?
-Si, pero veo que me equivocaba.
-Tienes un destino. Una misión de la que no puedes escapar.
-Tengo el destino y misión que tu me has buscado. No quieras que parezca cosa mía.
Sandra calló y le indicó que hiciera lo mismo, pero Roberto no supo porqué y siguió hablando en voz baja.
-Curiosamente me encuentro bastante bien. Ya no tengo fiebre ni la debilidad de las piernas y este brazo ya no me duele.
-Lo sé -respondió ella sin apartar la vista de un punto en concreto al otro lado de los setos que los ocultaban.
-¿Lo sabes? ¿Me has curado tu?
-Te he adminstrado una dosis bastante alta de loto azul. Es una droga que se utilizaba en la antigüedad en oriente para “revivir” a los guerreros exhaustos o gravemente heridos.
-¿Y porqué has puesto revivir entre comillas?
-Bueno… No deberías haber visto eso pero lo achacaremos a un fallo del autor. En realidad cuando pasan sus efectos el cuerpo no logra recuperarse del esfuerzo extra.
Roberto guardó silencio. Debería haberse sentido abatido ante la noticia de su inminente muerte, pero por algún motivo, seguramente el loto azul, no se podía permitir decaer.
-¿Y entonces a qué estamos esperando? Me queda poco tiempo.
Sandra sonrió debajo de la tela que le cubría la parte inferior del rostro y señaló a un enorme edificio de dos plantas de nueva construcción que había ante ellos. Era uno de esos modernos con una geometría difícil de entender y muchos cristales. En la entrada había dos guardias de seguridad vestidos con traje y corbata; solo les faltaban las gafas de sol que obviamente no tenían utilidad en la noche.
-Están esperando la llegada de Onikage. Debemos infiltrarnos y dar con Kusanagi antes de que llegue y se la entreguen.
-¿Y qué hacemos con los dos guardias de la entrada? Parecen tipos duros y…
Pero Sandra ya no estaba ahí. En absoluto silencio y con una rapidez increíble se deslizó hasta la pared del edificio y desde allí, oculta tras un pilar cuadrado esperó a que los guardias estuvieran en la posición perfecta para atacar. Saltó sobre el primero desde su espalda y con un largo cuchillo de hoja fina le cortó el cuello desde detrás. El cuerpo del desafortunado vigilante todavía no había tocado el suelo cuando Sandra ya se había situado detrás del segundo dando una voltereta por el suelo y repitió la operación. El segundo guardia se desplomó en silencio y ambos se transformaron en perros que parecían dormir plácidamente. Roberto aprovechó para cruzar la calle y entrar en el edificio detrás de Sandra.

El interior del lugar era cuanto menos, curioso. Un amplio vestíbulo de estructura moderna pero decorado como el interior de un palacio oriental de hace dos mil años. Sillas muy bajas de madera oscura, macetas con bambú, paneles de papel y estanterías con delicados juegos de té que contrastaban con la moderna iluminación, las cámaras de vigilancia y el ascensor que estaba junto a la escalera que ascendía al piso superior. En el centro de la sala había un enorme brasero que lo impregnaba todo de un color rojizo, además de despedir un relajante olor a incienso.
-Creo que saben que estamos aquí -dijo Roberto al oír cierto ruido de pasos en el piso superior.
-No contaba con las cámaras -se lamentó Sandra -. La duda ahora es saber si bajarán por las escaleras o por el ascensor. Debemos vigilar ambas entradas.
-Eso no es problema. Déjamelo a mi.
Y entonces Roberto se hizo con algunos tapices y delicadas telas y los metió en el brasero, prendiéndolas de inmediato y arrojándolas contra los paneles que al ser de papel y madera fina prendieron en el mismo instante. En cuestión de un minuto toda la sala ardía a base de bien.
-¿Pero qué estás haciendo, zumbado? -le gritó Sandra consternada.
-Muy fácil. Todo el mundo sabe que cuando hay un incendio no hay que coger el ascensor.
Sandra estuvo a punto de cortarle el cuello allí mismo, pero rápidamente aparecieron varios de los ascendidos por las escaleras.
-¿Ves? -le dijo Roberto, pero ella ya corría hacia ellos.

Había media docena de tipos bajando desde el otro piso pero la escalera no era lo bastante ancha para todos y Sandra aprovechó que solo podían atacarla de dos en dos y desde la misma dirección para poner en práctica sus artes marciales. Los tipos iban armados con porras y cuchillos pero ella se movía con tal rapidez que por cada golpe que esquivaba devolvía cuatro. Los tres primeros cayeron con facilidad, cortados por su espada o golpeados en lugares estratégicos de su anatomía, pero había media docena más esperando y conscientes de su delicada situación, uno de ellos reaccionó.
Roberto se fijó en que el que estaba situado más atrás de pronto crecía en envergadura, le crecían dos largos cuernos en la cabeza y transformado en un enorme toro se lanzaba a la carga escaleras abajo. Tanto sus compañeros como Sandra lograron apartarse, pero ya había abierto el camino y en un momento Sandra se vio rodeada por seis tipos, algunos de ellos convertidos en medio animales y otros empuñando armas mortales. Al contemplar la escena, Roberto supo que tenía que actuar.
Imbuido por la fuerza del loto azul se hizo con un jarrón de la dinastía Tang valorado en varios cientos de miles de euros (esto él no lo sabía, aunque algo se olía) y lo estrelló en la cabeza de uno de los ascendidos, haciendo que se desplomara en el suelo. Poco le duró la alegría ya que al verle, otros dos se lanzaron contra él y tuvo que retroceder asustado. Sandra ahora solo tenía tres adversarios pero el creciente incendio de la sala iba en aumento y eso restaba tiempo y capacidad de movimiento. Había llegado la hora de darlo todo.

Continuará...Aquí.

5 comentarios:

  1. Se huele la tragedia... ¿qué pasó con el Toro? ¿Se vuelve a transformar en humano, minotauro, medio humano o sigue como un Toro envistiendo el color rojo? no me queda claro.

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    1. Sigue vivo, de momento.
      O eso creo... Revisaré esa parte, gracias.

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  2. Pequeña errata; "Sandra sonrió debajo de la tela que le cubría la parte inferior de la tela y señaló..." por lo demás muy bien, aunque esos guiños que rompen la cuarta pared son bastante inesperados. Supongo que estás experimentando con algunas cosas. Se acerca el final.

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    1. Errata corregida, muchas gracias.
      Lo de romper la cuarta pared (no conocía la expresión) es algo que suelo hacer en mis relatos menos serios. La verdad es que no sé hasta que punto rompen con la trama, así que tendré que vigilarlos.
      Gracias por comentar!

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    2. El concepto creo que viene del teatro y creo que en el cine también se utiliza pero menos (hay otros términos para referirse a eso) igual en literatura sería romper la página o algo así 😅

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