jueves, 4 de febrero de 2016

Una breve reflexión sobre el café. Y de paso un relato chorra y un minijuego chupi.





No me gusta el café. Lo confieso sin reparos ni manías. No me gusta nada pero nada el café. Me parece un líquido amargo y nauseabundo que hay que acompañar de azúcar que es malo para la salud y leche, que también, para ocultar su verdadero sabor, que aun y así se delata al primer sorbo y te acompaña ya durante todo el (puto) día. Y aclarado este matiz de mi persona, paso al relatar lo acaecido hoy.

Acababa de cargar mi camión y me hallaba sentado en una sillita de plástico en una especie de sala de espera de unas oficinas de esas modernas con secretarias sexys e hilo musical. Como parecía que la cosa iba para largo, decidí mirar a mi alrededor (normalmente tengo la mirada fija hacia adelante y el semblante alegre de una estatua de la Isla de Pascua), fijándome en que en una mesita había una especie de cafetera; y digo “una especie” porque a pesar de que no estoy familiarizado con esos cacharros, parecía una de esas de diseño a las que hay que meterles cápsulas y con las que incluso un tipo cansado de vivir como Jorge Clúni puede ligar con chavalitas jóvenes y lozanas; pero vamos que me pierdo. Estaba mirando la cafetera extraña, sus cápsulas y lo que parecían ser unos altavoces (o espiquers, como los llaman los modernillos) cuando decidí volver a mi silla, momento en el cual una especie de lucecita roja se encendió en el aparato, el cual comenzó a elevarse con un misteriosos zumbido como del futuro y se dirigió hacia la ventana abierta mientras una vocecilla robótica  repetía algo así como “No le gusta el café. No le gusta el café. Hay que informar a la Cabeza Gigante.” 
 
Vamos con un minijuego: ¿Que podemos destacar de esta foto?
Cuando me llamaron para firmar los papeles noté algo raro en la secretaria; sus ojos parecían vacíos, su sonrisa demasiado rígida y me hablaba de una forma que nunca me había hablado una mujer: Educadamente. Así que me hice con los papeles y salí de allí pitando, en parte por lo inquietante de la escena vivida pero sobre todo por el hecho de no saber cómo explicar que su cafetera había salido volando si me lo preguntaba alguien.

El camión arrancó a la primera, al contrario de lo que sucede en las pelis de miedo, cosa que me tranquilizó bastante. Por un momento pensé que podría seguir con mi vida como si nada, hasta que me topé con el viejo extraño.

El viejo extraño.

El viejo extraño (¿A que nunca habíais leído esta frase tres veces seguidas? Pues cuidado porque ahora igual se os aparece) se plantó de repente ante mí, cubierto con una gabardina oscura como esas que llevan los exhibicionistas y me hizo parar. Abrí mi caja de seguridad donde guardo la llave inglesa con pinchos por si me topo con algún loco y bajé. El viejo parecía nervioso y me habló sin perder el tiempo.
-Lo sabes… ¿Verdad? –Me dijo sin dejar de mirar a los lados continuamente.
-¿Si sé qué? –Le respondí, dejando claro que no sabía si lo sabía o no.
-Lo de los extraterrestres. –Me explicó. –Dominan a la raza humana a través del café. Controlan nuestras mentes, nos vuelven adictos a esa sustancia y anulan nuestras voluntades.

-Ah. –Le dije yo tratando de aparentar sorpresa. -¿Por eso volaba esa cafetera?
-Escúchame bien, joven… Tu eres de los pocos que pueden ver. Tu eres el elegido que hemos estado esperando. De ti hablan las profecías. Tu eres “El que nunca beberá café y nos salvará de la amenaza”… Tu eres el…

-Un momento. –Le interrumpí. -¿Por qué yo? Voy camino de los cuarenta, tengo dos hijas, trabajo muchas horas… ¿No había un elegido más joven?

Noooo… -Me dijo con un susurro. –Los jóvenes son tontos y no se enteran. Escriben “haber” en lugar de “a ver” y solo piensan en fiestas y en mojar el churro. Tú debes ser el elegido.

-Muy bien. Vale. ¿Y qué tengo que hacer?

-Ooohhh… -Dijo así como con solemnidad. –Tienes una dura tarea frente a ti; un duro camino; deberás sacrificar muchas cosas para conseguir la meta y liberar a la humanidad de la esclavitud de la Gran Cabeza y sus secuaces. Deberás conocer el sufrimiento, el dolor, las carencias y ponerte a prueba tu mismo para…

Y allí se quedó el viejo extraño, gesticulando como un loco y con la palabra en la boca mientras yo conducía hasta la cafetería más cercana y pedía un café doble bien cargadito. Menuda trabajina me estaba buscando el viejo, como si yo no tuviera suficiente con mi vida como para ir salvando mundos y meterme en más problemas. 

Y ahora que estamos en confianza os digo una cosa: Ser un esclavo de la Gran cabeza no es muy diferente a ser autónomo en España.
Solución: El ovni-cafetera de ahí atrás, por supuesto.

8 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Ya somos dos; yo soy de los que lo muelo (casi)todos los días para que esté aún más bueno y me lo tomo sin azúcar.

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    2. ¡Mierda! Contesté a tu mensaje antes de saber que eras mi némesis. Mi nueva respuesta es; ¡bah, el café es de perdedores! Yo solo tomo te japonés y siempre siguiendo fielmente la ceremonia...

      PD: Si me perdonas y ya no eres mi némesis retiro mi comentario.

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    3. Por lo del café recién molido puedes llegar a ser el amor de mi vida...

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  2. Mola la historia J. Hay que ver lo que hay que hacer para que te tomes un café de vez en cuando. Eso sí, el minijuego ha sido demasiado fácil.

    PD: ¿Se parecía la cafetera aquella al casco de Kylo Ren? Por que yo he visto algunas en tiendas clavaditas... ¿Será La Nueva Orden el Gran Cerebro del que te hablaba el viejo? ¿Se parecía a Alex Guinnes?

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  3. Lo siento pero no sé quien es Kylo Ren, ni el Gran cerebro ni Alex Guiness...

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    1. Joder, todo lo demás lo puedo entender, pero lo de Alec Guinness me parece increíble...

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  4. Odio el café, no así su olor que es muy sugestivo, pero lo tomo para intentar mantener algo de lucidez en mi confuso cerebro adormilado. Pero como podéis ver, no lo consigo

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