viernes, 13 de marzo de 2015

Hay muchas estrellas en el cielo (Una entrada en la que echaréis en falta más fotos)




Esta frase que da título a esta entrada es utilizada habitualmente, junto a “hay más peces en el mar”, por hombres que acaban de ser rechazados por sus novias/esposas y que todavía no saben que se van a pasar el resto de sus días masturbándose frente al ordenador. Pero no es sobre eso de lo que trata este relato, sino del sentido literal de la frase. Y es que si por la noche miramos el cielo, veremos que hay muchas estrellas.

Esto sucedió hace ya algunos años, cuando alquilé una habitación en una casa rural en un pueblo que no os importa para pasar un tiempo que tampoco. Fuimos mi mujer, mi hija mayor que entonces era pequeña y yo, claro. Era un lugar variopinto, con un patio interior y habitaciones a dos alturas, con una terraza en la parte superior. Y como yo soy muy aficionado a la astronomía, por la noche le dije a mi mujer que iba a salir un rato a ver constelaciones, asteroides y ovnis, y me planté en un sitio donde se veía con claridad la vía láctea.

¿Y qué decir de la inmensidad del universo? ¿Y esa sensación de sentirse insignificante, casi inexistente? ¿Y ese atisbo de comprensión de que aquello que se nos antoja infinito es solo una mínima fracción de algo que nuestros ojos son incapaces de captar? Y así, embriagado de insignificancia y sintiéndome aliviado de preocupaciones menores, me disponía a volver a la habitación cuando por el rabillo del ojo capté algo que me llamó la atención: En una de las habitaciones del nivel inferior, una chica se estaba duchando con la ventana abierta. ¡Oh!
Pero vamos a ver. Voy a dejar claras las cosas antes de continuar. Ahora sería muy fácil pensar que “mira, ahí está el obseso sexual éste con otra de sus historias de tetas”, pero seamos gentes serias. Ver los pechos desnudos de alguien a quien ni siquiera conocemos no tiene un gran interés, pero tampoco es algo que debamos rechazar, girar la cara y esforzarnos por borrar de nuestra memoria. Aclarado esto, voy a proseguir.

Tenemos a una chica duchándose con la ventana abierta; una ventana de esas altas a las que nadie puede asomarse a no ser que te halles en una altura superior, en el ángulo correcto y, claro está, bien amparado por las sombras para que ella no pueda verte al levantar la mirada, chillar y armarte un lío por una tontería. Yo, bajo las estrellas, en ese momento de ligereza espiritual, pensé que nada importaba, que esos pechos no eran más que dos granos de arena en el mar infinito del universo y al poco rato terminó la ducha, se cubrió con una toalla y salió. Y fue entonces, cuando ya me disponía por segunda vez a regresar junto a mi esposa, cuando una segunda chica entró en el aseo y abrió el grifo de la ducha otra vez. “No puede ser” pensé. ¿Qué tipo de alineación cósmica o casualidad espaciotemporal me había llevado a mí a ese lugar exacto en ese justo momento irrepetible? ¿Qué fuerzas inimaginables para unos seres tan insignificantes como nosotros habían obrado tal confluencia de situaciones? Y claro, una cosa así tan del espacio no se puede desaprovechar, y allí me quedé, un ratito más.

Y como todo lo que tiene un principio tiene un final, el final llegó y miré al cielo. Las estrellas me parecían entonces más pequeñas, apagadas, como sosas… Miré la vía láctea, tan brillante y espectacular hacía unos minutos y que ahora parecía un adorno cutre de árbol de navidad. Y me desanimé. Había visto cuatro tetas, era cierto, pero a cambio había perdido la ilusión por el universo. Ya no me sentía insignificante y liviano sino viejo y cansado. Caminé hasta la puerta de mi habitación, entré y mi mujer me preguntó que cómo había estado tanto rato mirando las estrellas, a lo que yo le respondí eso de que “Hay muchas estrellas en el cielo”.

sábado, 7 de marzo de 2015

Las barbas (una llamada a las armas)



La barba, para quien no lo sepa, es una pequeña extensión de pelo, diez veces más duro que el acero y cien veces más indomable que un caballo salvaje, que crece desde debajo de la nariz hasta el cuello de la gran mayoría de hombres y una desafortunada minoría de mujeres.
Pero a pesar de ser algo común, socialmente no está del todo aceptada, ni siquiera en hombres, los cuales tratan continuamente de mantenerla oculta, afeitándose con instrumentos que destrozan sus pieles y sus morales. Podríamos decir, en resumen, que el afeitado es la menstruación masculina. Una pesada cruz que hay que acarrear desde la adolescencia hasta la bendición liberadora de la muerte.

Y ahora una pequeña matización:
Cuando digo “barba” me refiero a una barba de verdad; a aquello que te sale si no te afeitas durante algún tiempo. Esas cosas cuadradas y largas que llevan los hípsters y que necesitan recortar y perfilar a cada instante no es una barba ni es una mierda. Prosigo.
 
Esto es una barba
Esto es otra barba.
 
Esto es una mierda
La cuestión es que desde hace algún tiempo vengo observando en mí y también en otros especímenes humanos de condición similar a la mía (casados, con hijos, con inquietudes internas [trastornos mentales}, mediana edad) una clara tendencia a dejarse la barba cuando sus vidas atraviesan etapas difíciles o complicadas (que viene a ser lo mismo pero es como de muy culto el utilizar sinónimos), como si eso tuviese algún efecto liberador. Tal fenómeno me pareció interesante, debido básicamente a que me afectaba a mi, porque si no, les iban a dar por saco, así que investigué por foros de psicología, neurología y algunas páginas porno y he aquí mi conclusión:

Mi conclusión, hela aquí:
La barba es más que pelo que pica; es más que un símbolo identificativo del macho y mucho más que un vestigio del pasado que el hombre  moderno y civilizado debe ocultar. La barba es el único reducto de individualismo que nos queda; es lo único sobre nuestra existencia que podemos controlar y que nadie nos puede quitar. Cuando todo va mal, perdemos el control de nuestras vidas y nos vemos obligados a actuar en una función que no hemos elegido, seguiremos teniendo la barba ahí, en toda la cara, y bajo nuestro control. 

Así que:
Hombres del mundo… Nuestra barba es el último bastión desde el que defender nuestra libertad y nuestra capacidad de decisión. Es el único modo de desafiar a un mundo hostil que trata continuamente de subyugarnos y arrebatarnos el control de nuestras vidas. Nosotros tenemos barbas; y eso no nos lo puede tocar nadie, porque son nuestras y de nadie más.
Dejemos crecer ese pelo libremente, alborotado, sin control, hasta donde quiera; llenémoslo de mollas de pan y mojémoslo con nuestras bebidas favoritas para luego encararnos al mundo y poder mirarle desafiantemente para reivindicar que nosotros tenemos el control.
He dicho.
 
Y yo que no me creo que este tipo en la realidad fuera tan bien afeitadito...

lunes, 2 de marzo de 2015

Regalos de mierda (parte 4 de 284)



El niño lleva días cabizbajo después del linchamiento moral que sufrió en el último salón del cómic (ver entrada anterior) y su madre se dispone a levantarle la moral.
-Venga, anímate, hijo mío… Te he comprado una entrada para el circo.
-No me gusta el circo, mamá. Los tigres, de cerca, huelen fatal.
-No, no, no es un circo de esos. En este circo aparece tu personaje favorito de todos los tiempos. ¡Mickey Mouse!
-Oh, oh, mi héroe de la infancia, qué alegría, gracias mamá, gracias.
-¿A que se te pasa el enfado? En momentos como este me alegro de haberte dado una educación materialista y superficial.
Al rato llegan con el coche ante la carpa del circo. Emoción, alegría, felicidad… Hasta que el niño se fija en el cartel principal del circo.


-Pero… mamá… no puede… ser.
-¿Qué pasa, hijo? ¿Ya no te gusta Mickey Mouse?
-Lo que no me gusta… Es seguir siendo tu hijo.
El viento sopla con fuerza, el niño se gira bruscamente y comienza a caminar hacia el horizonte, donde el sol del atardecer parece más grande que nunca. Se oye una música, así como de cowboys.