sábado, 29 de agosto de 2015

Lemmy's lonely nights



 
Éste señor es Lemmy
Íbamos camino a las tiendas de campaña después de un día entero de festival de rock and roll. Los cabezas de cartel, que eran Motorhead, habían acabado su actuación hacía pocos minutos y todos los melenudos necesitábamos descansar. Íbamos camino a las tiendas, como ya he dicho, y por el camino pasamos junto a la zona trasera del cámping donde nos vimos abordados por tres figuras misteriosas. Eran unos viejos altos y melenudos que vestían chupas de cuero de esas tan caras y de sus cuellos colgaban tarjetas de plástico que rezaban eso tan molón de “Motorhead crew” y que les identificaba como gente importante.

Aparecieron así como desde las sombras del exterior y se dirigieron a una de las chicas que nos acompañaba. Vale, una de ellas no, la única. Se acercaron a ella, como ya sabéis y en un perfecto inglés (tan perfecto como que eran ingleses de nacimiento), le dijeron que Lemmy estaba buscando a una chica como ella para “tomar algo” esa noche. He puesto “tomar algo” así entre comillas porque todos sabíamos qué era lo que quería hacer Lemmy con la chavala.

Pero ella no se lo pensó y rechazó tajantemente la oferta de los tres individuos diciendo que Lemmy era muy viejo para ella y que no tenía ganas de “tomar algo” con un anciano. Los tres hombres parecieron sorprendidos; se miraron entre ellos y se quedaron unos segundos sin saber que decir; por lo visto no es algo común que rechacen una oferta así. Pero nuestra amiga había tomado su decisión y se dispuso a seguir su camino hacia la tienda de campaña cuando nosotros, como buenos amigos, intentamos hacerla recapacitar.

-Pero tu piensa… Que es un ofrecimiento de Lemmy Killminster. Una leyenda viviente del rock.

-Me da igual.

-Un tipo que ha compartido cervezas con Hendrix, Bon Scott y Jim Morrison…

-Es viejo.

-Vas a convertirte en parte de la historia universal de la música.

-No quiero.

-Piensalo… Por favor… Vas a poder tener la po**a de Lemmy en tu c**o. ¡Acepta! ¡Acepta y luego nos lo cuentas!

Pero ella estaba decidida y no nos hizo ni caso, marchándose con paso veloz a la vez que los tres hombres misteriosos se fundían entre las sombras en busca de una candidata más receptiva. Salimos tras ellos levantándonos las camisetas y apretándonos el pecho para que pareciera que teníamos tetas mientas gritábamos eso de “¡Llevadme a mi! ¡Llevadme a mi!” Pero nada. No tuvimos suerte.


Entrada dedicada a Sandra C. Por su fidelidad, su saber comentar y porque ella nunca lo haría.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Me cago en... Los buitres (Experiencia pajaril 2 de 2)



Unos meses después de mi terrible experiencia con los pollos de gaviota (ver
 entrada anterior), mi amiga MJ me propuso otra actividad “interesantísima” que consistía en visitar un centro de recuperación de fauna salvaje herida o traumatizada de algún modo. No me pareció peligroso, así que acepté. Y allá que fuimos.

La cosa era muy triste y a la vez bonita. Tortugas con la concha destrozada siendo curadas a la espera de su reintroducción en la naturaleza, aves con alas rotas, roedores que no se sabía muy bien qué les pasaba… Y una serie de profesionales dedicados en cuerpo y alma a su cuidado. Y entre esos profesionales estaba Z (pongo una Z porque no sé cómo se llamaría la chica), que era una muchacha harto atractiva y extrañamente simpática conmigo. Apenas intercambiamos unas palabras, pero supe que allí había “algo”; un “algo” que acababa de nacer y que podía crecer y crecer hasta convertirse en otro “algo” mucho más importante y duradero, llamadlo amor o llamadlo felación o llamadlo como queráis.

Y allí estaba yo y por allí andaba Z, observando cada uno de mis movimientos pélvicos, cada uno de los destellos dorados de mi cabellera… Hasta que nos plantaron delante de una jaula enorme y el que llevaba la voz cantante allí nos anunció que iban a enseñarnos cómo inmovilizar a un ave para transportarla hasta el centro en caso de necesidad. El hombre pidió un voluntario de entre los asistentes y yo noté la cálida mirada de Z en mí. Sabía lo que ella quería y yo no podía decepcionarla, así que di un paso al frente. El peor paso de mi vida.
 
¡Quiero ver tus huesos desnudos!
Todos me miraban y el señor que hablaba abrió la puertecita y apareció ante mí un buitre. Un puto buitre. Para quien no haya tenido nunca a un buitre enfrente, hay que aclarar que son unos bichos muy grandes; más de lo que uno se espera cuando los ve por la tele. A ese en concreto le faltaba un ala. Amputada completamente. Me miró y le miré. “¿Qué coño pinta un buitre aquí si todo el mundo sabe que en el Delta del Ebro no hay?” Pensé. Y como si me hubiera leído la mente, el señor que sabía nos explicó que este animal había sido gravemente herido por un cazador desalmado y transportado al centro de recuperación donde no le pudieron salvar el ala y ahora lo tenían para asustar a voluntarios idiotas como yo. “Que suerte de mierda tengo” Pensé después; pero si me leyó la mente no respondió.

Todo el mundo me miraba, Z me miraba, el buitre me miraba. ¿Lo había dicho ya? Pero los ojos del buitre no eran una mirada normal; eran los ojos de un animal que antaño voló orgulloso sobre los más altos picos de Montcaro y que ahora vivía en una caseta cutre lejos de su casa y servía como muñeco de prácticas para aficionados a la ornitología y otras personas ociosas. Había sed de venganza en sus ojos. Los buitres no hablan pero su mirada decía claramente algo así como “Despreciables humanos, por vuestra culpa mi vida es un infierno y tu concretamente vas a pagar por todo ello” Mientras yo intentaba ignorar al señor que me decía lo importante que era sujetarle el cuello para que no me arrancara los ojos. Y por fin llegó el momento que todos esperaban.

Mi cometido era tan sencillo como lanzarme sobre esa bestia demoníaca repleta de furia vengativa, agarrarla con una mano por el cuello evitando su pico diseñado para arrancar la carne de los cadáveres y envolver su cuerpo con el otro brazo para que no agitara las (en ese caso la) alas (en ese caso ala). Fácil. Así que le eché un último vistazo, di media vuelta y salí corriendo de allí. Lo primero para mi es mi integridad física y después el orden cósmico y de ahí para abajo. Domar un buitre no estaba en esos momentos entre mis prioridades. Y hui. Podía oír a todo el mundo hablando sobre mi cobardía, murmurando cosas horribles acerca mí, señalándome con dedos acusadores… Pero lo que más me dolió fue la decepción de Z, que seguramente estaría con la cabeza baja y la vista clavada en el suelo, mientras yo solo podía pensar en aquel cazador sin principios que había mutilado a aquél pobre buitre y que había frustrado lo mío con Z, llamadlo amor, llamadlo felación o llamadlo como queráis.

domingo, 9 de agosto de 2015

Me cago en... las gaviotas (Experiencia pajaril 1 de 2)



Como ya sabréis si seguís este blog de mierda, mi vida está llena de idioteces experiencias apasionantes que me gusta compartir con el mundo. Porque el camino es aprendizaje y la experiencia hay que compartirla y quien no llora no mama y viceversa… En fin. Y en un alarde de prepotencia vital y teniendo en cuenta que vengo de una tierra repleta de aves de toda índole, he decidido recopilar todas mis experiencias con pájaros (2 concretamente) para vuestro regocijo y jocundidad. Y allá vamos.

Tendría yo unos veinte años cuando mi amiga MJ comenzó a insistirme con que me hiciera voluntario del parque natural (véase PNDE) para beneficiarme de sus cursos de formación y participar en sus actividades. Con 20 años lo que yo quería era fo**ar y no aprender cosas, pero como lo primero no podía ser, me decidí y me apunté. Y una de las primeras actividades a realizar era un anillamiento de pollos de gaviota. “Guay”, pensé.

Y allí estaba yo el domingo por la mañana con el Sol apenas asomando sobre el mar, en un rincón inhóspito rodeado de marismas, esperando a recibir instrucciones de aquellos que sabían qué cojones hacíamos allí. Y las instrucciones consistían en lo siguiente:
Nos dividiríamos en dos grupos; el primero efectuaría un barrido en la zona de nidificación para conducir a todos los pollos hacia un corralito preparado para la ocasión; una vez atrapados allí, el segundo grupo (en el que yo estaba) iría cogiendo a los pollos para llevarlos hasta los veterinarios que les sacarían sangre y les colocarían una anilla en la pata. Fácil. ¿No? Pues no.

Esto es un pollo de gaviota.
La primera parte del plan funcionó a la perfección. Un grupo de personas con botas de goma hasta los sobacos caminando por la laguna y persiguiendo a unos polluelos que todavía no sabían volar, bajo la atenta mirada de sus progenitores que sobrevolaban en círculos la zona de nidificación. El problema llegó cuando fue mi turno de hacerme con el primer “pollo”. Y digo “pollo” porque cualquier parecido de esos pterodáctilos en miniatura con pollos propiamente dichos era mínimo. Los pollos de gaviota son seres enormes y horrendos que hay que agarrar con ambas manos y se defienden con picotazos y uñas afiladas como navajas de afeitar. Lo que tenía que ser un agradable paseo de cuatro metros hasta el puesto de los veterinarios se convirtió en una carrera desesperada por deshacerme lo antes posible del animal, que intensificaba su ataque al recibir el pinchazo; después devolverlo al agua e ir a por otro; y habían muchos; pero muchos muchos. Y todo ello bajo una incesante lluvia de mierda que venía desde un cielo cubierto por padres y madres cabreados con nosotros.
 
Observad la furia de su mirada
Cuando llevaba una veintena de pollos transportados, mis manos parecían hamburguesas crudas y mi habilidad de “esquivar cacas gigantes desde el aire” había aumentado casi 20 percentiles, y así seguí durante no sé cuánto tiempo más. Hasta que los pollos se acabaron y todos los valerosos voluntarios fueron a celebrarlo al bar mientras yo me iba directo a mi casa a desinfectar y vendarme las manos y maldecir para siempre a MJ por meterme en semejante experiencia.

Edito: Como nota curiosa, el anillamiento de gaviotas se realizó justo en el lugar que aparece en la foto del título del blog. Para que os hagáis una idea.

viernes, 7 de agosto de 2015

No puedo decir que lo sienta...



Este año no quería. Os lo juro. Por circunstancias de la vida, por respeto a la humanidad y a las mujeres en particular, esos seres maravillosos que guían nuestras vidas e impiden que nos estrellemos contra los escollos y naufraguemos cual navío guiado por un capitán ebrio de ron… Pero me ha resultado imposible. No se puede luchar contra la naturaleza. 

No se puede negar que en verano hace calor; no se puede ignorar el sudor que resbala desde tu frente hasta tu barbilla; no se puede mirar hacia otro lado cuando tus zapatillas se quedan pegadas al asfalto… Y al final hay que admitirlo:

Hace un calor, este año más si cabe, que te torras.

Que te torras.

Qué tetorras.




Y ya está.