viernes, 27 de febrero de 2015

Regalos de mierda (parte 3 de 284)



El niño está nervioso porque debe acudir a un importante salón del cómic y no tiene ninguna camiseta chula que ponerse. Camina angustiado por su cuarto, dando vueltas y mirando el reloj. En unos minutos vienen a por él y ya no tiene tiempo de hacerse con una. Hasta que llega su madre.
-Mira, hijo. Mira si soy buena madre que, sabiendo que ibas al salón del cómic, te he comprado una camiseta de tu superhéroe favorito.
-¡Oh, gracias, mamá! Eres la mejor, a pesar de otros regalos de mierda que me has hecho con anterioridad.
El niño agarra la camiseta, sin sacarla del papel de regalo, y corre a la calle, donde le esperan para partir de inmediato.
Al cabo de unas horas llegan al evento. Emocionado, el niño abre el paquete y…

-¡Nooo! ¡Mamá! ¿Por queeeeeeeee? –Grita el niño, arrodillado en el suelo mientras decenas de cientos de frikis ridículos a más no poder con sus gorros de Pikachu le señalan con sus dedos índices y se ríen de él.

Ésta es la camiseta adecuada.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Regalos de mierda (parte 2 de 284)



El mismo niño está en la misma casa y entra la misma madre de la entrada anterior.
-Mira, hijo mío, te he comprado otro regalo para que se te pase el disgusto del otro.
-Oh, mamá, que buena eres. ¿Qué es, qué es?
-¿Te acuerdas de esa película del robot que fuste a ver hace unos meses y te gustó tanto?
-Oh sí, mamá. Robocop. Aunque en realidad era un sucio remake que no le llegaba ni a las suelas a la original de Veerhoeven ese, o como se llamara.
-¿Verhoorven? ¿El mismo de Starship Troopers?
-Sí, mama. Pero la uno, porque las otras eran puro guano.
-Bueno pues mira, ahí va tu regalo.
RobertCooooooooop!!

El sembalnte alegre e infantil del niño se ensombrece cuando ve su regalo.
-¿Qué pasa hijo? ¿No me dirás ahora que no es suficientemente antropomórfico para ti?
El niño va a responder algo cuando entra el padre en la casa con cara de ir a dar alguna noticia importante.
-¿Sabéis qué? Mi primo Roberto, el que trabajaba en la fábrica de juguetes allí en Onil… Le acaban de despedir por no sé qué chapuza con un muñeco.
Todos se miran mientras el niño sostiene su nuevo regalo en primer plano y se oye un ¡CHAN-CHA-CHA-CHAN-CHACHÁN!

viernes, 20 de febrero de 2015

Regalos de mierda (Parte 1 de 284)



Un niño está en casa esperando a su madre, y ésta no tarda en llegar.

-Mira, hijo mío. –Dice la madre con ilusión desde el portal. –Te he traído un regalo.
-¿Qué es, mamá, qué es? –Dice el niño mientras corre hacia ella dando saltitos.
-Te he comprado las tortugas esas que salen por la tele y te gustan tanto.
-¿Las tortugas ninja? Sí mamá me encanta la serie y también la película esa nueva a pesar de que están tan musculadas que parecen búfalos.
-Pues toma. Para ti.
¡¡Fuuasca!!

-Pero mamá… Estas tortugas… no son ninjas.
-Bueno… Eso no se sabe. Igual por la noche se transforman. O algo. ¿No?
-No, mamá. –Responde el niño mirándola de reojo. –Ni siquiera son antropomórficas. No pueden tenerse en dos patas y mucho menos manejar armas.
-Pero tienen las patitas articuladas para ponerles en la pose que quieras y…
-¡Solo las tienen más largas de lo normal! No me gustan estas tortugas!
-¡Tu piensa en los niños negritos del áfrica, que no tienen juguetes! ¡Darían lo que fuera por estas tortugas!
-¡¡Me dan iguaaal los negritooos! ¡Yo quería tortugas ninja! ¿Me entiendes? ¡NINJA! ¡Para comprarme esta mierda habría sido mejor no haberme tenido! ¡¡YO NO ELEGÍ VIVIR!!

Y entonces entra el padre, con unas gafas de espejo y unos calcetines metidos en el pantalón para que parezca que tiene un pollón, y su sola presencia termina con la discusión. 

Éstas son las tortugas que quería el niño.

jueves, 19 de febrero de 2015

Algo de descoordinación



Abro un ojo. Luego el otro. Noto algo de descoordinación y me incorporo. El reloj marca las cuatro y media de la madrugada. No puedo dormir y sé que no podré, así que me levanto del todo. Me siento tentado de buscar gentes conectadas en mis redes sociales para darles la tabarra, o si no…¿Qué hacen despiertos a esas horas sino esperar a que algún insomne les moleste? Pero no lo hago. En lugar de eso me visto y salgo a la calle. Me vendrá bien dar un paseo. O eso pienso. El frío me alcanza a los pocos pasos y me reconforta con su frío abrazo. Sopla el viento y me pilla desprevenido al girar la esquina, llenándome la boca de tierra. Mastico lentamente y escucho los crujidos en mis dientes, lo que me evoca momentos de mi infancia. Esas noches en la playa… Pero ya ha pasado mucho tiempo y ahora es ahora, y ahora camino hacia la oscuridad. No tardo en encontrar algo. Veo la luz de una hoguera y me acerco. Y allí están. Parece una reunión de viejos conocidos. Veo a mi Instinto de Autodestrucción bailando con la vieja amiga Soledad, a aquél que llamaba Despreocupación saltando unas llamas ante la divertida mirada de la Inconsciencia y también a algunos otros a los que apenas recuerdo, charlando animadamente bajo un árbol al que alguna vez conocí. ¿Realmente hablaba con los árboles o simplemente me acabé acostumbrando a su indiferencia? Me invitan a unirme a la fiesta. No parece mala idea. Hace frío y no tengo adónde ir. Pero algo me frena. Algo tira de mí y me devuelve a la realidad. De pronto mis antiguos amigos me parecen lejanos y hostiles y las montañas que me rodean son cada vez más altas y sus picos, afilados como espadas acaban juntándose en el cielo, justo sobre mí. Y me siento encerrado. Y me falta el aire. El  pecho me pesa y mis pies parecen hundirse en el barro. Me arrastro de nuevo hasta mi casa, repto por las escaleras y me meto en la cama. Miro el despertador. Son las seis y veinte. Faltan diez minutos para que suene. Cierro un ojo. Luego el otro. Noto algo de descoordinación pero a pesar de eso me duermo. Seguro que cuando despierte tendré mejores sueños.

sábado, 14 de febrero de 2015

De tatuajes y delfines: Una fábula de amor y odio, vida y muerte, amistad y furia...

A este tauaje me gustaría meterle mano a mí...


Hacerse un tatuaje es siempre una decisión complicada; elegir un dibujo que nos va a acompañar toda la vida no puede hacerse a la ligera, y al mismo tiempo el dejarse aconsejar por otros en una decisión tan personal puede dar lugar a conflictos y desavenencias varias. Pero hay veces en las que la vida nos pone ante situaciones críticas que se acaban convirtiendo en puntos de inflexión en nuestras sendas vitales y que no dejan lugar a dudas respecto a ser representadas en nuestra piel. Y para ilustrar esta afirmación, nada como un buen ejemplo. Veamos el relato de Agripino.

Agripino era un hombre normal; tenía sus cosas raras, sus inquietudes, sus obsesiones y sus transtornos, pero normal al fin y al cabo. Un día decidió adquirir un pack de vacaciones a unas islas tropicales que incluían un paseo en barca. Era el segundo día de asueto cuando se embarcó rumbo a una cala rocosa inaccesible donde los turistas se podían bañar en el mar abierto. Pero Agripino no sabía nadar y se sentía ridículo vistiendo un chaleco salvavidas, por lo que se quedó apoyado en la borda, mirando las nubes y tanto mirar arriba se mareó, perdió el equilibrio y cayó al mar sin que nadie lo viera, pues lo hizo por el lado contrario al de los bañistas. ¿He dicho ya que no sabía nadar? ¿Si? Entonces ya os imaginaréis que comenzó a bracear y patalear inútilmente mientras se hundía hacia el fondo marino donde yacería su cuerpo. Pero no. De pronto Agripino sintió un empujón en su espalda y una fuerza marina desconocida lo sacó a la superficie y lo llevó hasta la orilla. Al mirar a su salvador descubrió que se trataba de un delfín, un delfín que se quedó observándole durante unos instantes antes de volver a desaparecer bajo las olas. Y en ese instante Agripino tuvo tiempo de descubrir que había inteligencia en esos ojos, de que no somos la única especie intelectualmente capaz del planeta y su escala de valores respecto a la vida, cambió radicalmente. Ese delfín no solo había salvado su insulsa vida; también era el responsable de un nuevo “yo” que ni siquiera conocía con anterioridad:
 
Y decidió tatuarse al delfín. 

Y a esto es a lo que refería con eso de plasmar sobre la piel cosas que forman parte de nosotros mismos y de las que nunca podríamos renegar. Y hasta aquí la entrada de esta semana. Si os habéis quedado satisfechos/as, podéis dejar de leer, pero si echáis en falta algo, tranquilos, que hay segunda parte.



Y es que algunos años después, Agripino regresó a esa cala inaccesible, esta vez a pie porque habían construido un hotel ilegal y ahora se podía llegar en autobús, y se puso a contemplar la inmensidad del océano cuano, sorpresivamente, el mismo delfín de la otra vez apareció ante él. Agripino se metió en el agua (hasta la cintura, porque no había aprendido a nadar, ni lo haría ya nunca porque sin él saberlo estaba a punto de morir de una forma horrible) y abrazó al delfín, que hizo lo propio dentro de sus posibilidades. Entonces él se quitó la camiseta y le mostró el tatuaje que adornaba su espalda, el cual el delfín observó con los ojos muy abiertos y la mandíbula cada vez más abierta.

-¿Quién coño es este? –Dijo el delfín con un tono muy serio.
-Eres… tu. Me salvaste una vez y quise llevarte para siempre conmigo.

-No. Ese no soy yo. Para nada. Se parece un poco a un primo mío que vive en el coral de al lado, pero yo no soy.

-Es que… Bueno. Todos los delfines sois iguales al fin y al cabo. ¿No?

-¡Iguales! –El delfín parecía fuera de sus casillas. -¡Entonces yo soy igual que mi primo para ti! ¿No? ¿O qué?

-Ehm… ¿Si?

-VAS A MORIR, HUMANO DE MIERDA.

Y no fue hasta dos días después cuando encontraron el cuerpo de Agripino. Algo lo había enganchado de una pierna y lo había arrastrado hasta el fondo, donde, incapaz de nadar por sí mismo, se había ahogado. Y fin de la historia.

¿Y a qué venía esta segunda parte? Pues a decir que aunque a nosotros todos los delfines/monos/cabras, etc… nos parezcan exactamente iguales, dentro de su misma especie ellos son capaces de encontrarse tantos matices y diferencias como nosotros, los humanos. Y por si os ha parecido exagerada la actuación del delfín, imaginemos la situación contraria. Imaginemos que salvamos a un delfín de una de esas sangrías que hacen los japoneses todos los putos años; y luego volvemos y vemos que el delfín se ha tatuado al Che Guevara porque su tatuador delfínico le dijo que era la cara del humano medio.… 


¿Es para matarlo o no?