miércoles, 25 de abril de 2012

Debido a la acumulación de entradas, esta semana hay doble ración. Son dos entradas cortas que suponen una misma reflexión sobre el papel de los padres en el mundo y cómo nuestros hijos nos cambian la forma de ver las cosas. Espero que os guste y la semana que viene, ya levantado el veto a los penes y al sexo barato en general, vuelvo con otra entrada guarroide, como desquite, a este mes tan malo que me habeis hecho pasar. Estais avisados/das que la cosa va a ir por ahi.

Por un puñado de olivas (Paternidad parte 16)

A mi hija le gustan las olivas más que nada en el mundo y yo, para demostrarle que soy un buen padre, siempre le coloco algunas, debidamente troceadas en las ensaladas que le hago. Ella lo agradece saboreándolas con deleite y yo me siento orgullosos y feliz. Pero el otro día no teníamos olivas y ella me pidió una ensalada; Cuando se la presenté se puso a buscar las olivas y tuve que explicarle que no teníamos olivas. Ella lo comprendió, me miró y me dijo con su dulce vocecita: “No hay olivas… otro día si.” Sus palabras, tan comprensivas tras la decepción sufrida me atravesaron el corazón y puedo jurar, que en ese momento habría matado a cualquiera por un puñado de olivas sin hueso

Muerte en el agua

Recuerdo una vez que paseaba con mi padre por la orilla del río (el río Ebro para mas señas), hablando sobre cosas de esas de padres e hijos. Yo tendría 9 o 10 años y de pronto mi padre me invitó a asomarme al agua para que viera un “bussó” (no se si lo escribo bien, pero se trata de un aparejo para pescar angula). Pero yo, no sé por qué motivo, pensé que lo del “bussó” era una treta de mi padre que, lo que pretendía en realidad era arrojarme a las profundas aguas, consciente de mi incapacidad natatoria, para observar como me ahogaba mientras lanzaba malévolas risotadas. No sé porqué pensé eso, pero por supuesto me negué a acercarme al agua, cosa que no le gustó demasiado a mi progenitor; Por más que mi padre trataba de explicarme él jamás me haría daño, que sería incapaz de gastarme ninguna broma pesada y que mi vida era más importante que la suya propia, yo no atendía a razones, pataleando y luchando por que no me tocara. Finalmente, viendo mi desesperada e irracional actuación, cesó en su empeño y nos alejamos del lugar, caminando en medio de un incómodo silencio. Han pasado muchos años ya y el suceso se ha convertido en una anécdota tonta; Pero ahora que he procreado comprendo lo desconcertado, decepcionado y dolido que mi padre se sintió el día que pensé que quería asesinarme.

miércoles, 18 de abril de 2012

Hogar (Paternidad parte 15)

En la vida de todo padre, siempre llega el momento en el que este, con su retoño en brazos le susurra aquello de: “Algún día, todo lo que tengo será tuyo.” En esos momentos el niño/a no comprende tales palabras, pero a pesar de eso se lo tomará al pié de la letra.
La más segura e inamovible propiedad de los padres es la casa. El hijo nace y crece en ella y da por supuesto que también es suya. De hecho, no tiene reparos en pronunciar eso de “Esta es mi casa.”; Pero eso no debe importar a los padres; Al fin y al cabo, éstos asumen que el crío debe vivir allí con ellos. El problema surge cuando el niño se convierte en adulto y sigue considerando que esa es su casa. Y eso es algo que hay que impedir a toda costa. El hijo no sabe nada de la cantidad de sudor y sangre (literalmente) que sus padres han derramado para poder comprar la vivienda, hacerla habitable y poder pagar regularmente la hipoteca. Lo que pasa es que al niño/adulto no puede reprochársele esto porque él ni siquiera habrá nacido cuando todo esto sucedía. ¿Qué hacer entonces? Tirar al hijo a la calle justo después de soplar las velas de su 18 cumpleaños no parece demasiado ético, así que lo mejor es hacerme caso a mi e idear una estrategia que vaya mermando lentamente su voluntad cuando éste todavía es joven e impresionable para que se vaya dando cuenta de que esa NO es su casa y que en cuanto pueda, deberá independizarse como prioridad vital. Todavía es pronto para mi, pero ya he ideado un plan para dentro de unos años.
Año 2024. Mi hija está en el salón con unas amigas de clase (importante que sean chicas en su mayoría) viendo una peli preferiblemente de miedo o drama (jamás de risas). En el momento álgido del film aparezco yo, con 45 años (pero aparentando 60 según se vio en la parte 13 de “Paternidad”, justo en la página anterior), con un batín ocho tallas más pequeño, pantuflas con cabeza de animalito y un huevo asomando por un lateral de mi holgado calzoncillo (prenda que posiblemente ya tenga en mi casa en la actualidad. No soy yo mucho de renovar). Las niñas (estamos hablando de alrededor de 14 años), reaccionarán con horror contenido y mi hija protestará a plena voz por verme aparecer con semejante aspecto. A lo que yo le responderé aquello de: “Voy como me da la gana porque estoy en mi casa.”
Después de eso las amiguitas de mi hija no querrán volver a “su” casa tras haber vivido su particular Día del Testículo y ella deberá comenzar a asumir que a pesar de ser plenamente aceptada en la casa, ése no es su territorio.
En próximos capítulos, quizás, nuevas estrategias igual o incluso menos efectivas para ir ahuyentando a los hijos.
De nada.

miércoles, 11 de abril de 2012

Cumpleaños (Paternidad parte 14)

Los niños crecen, esto es inevitable; y cada vez que llega la fecha exacta del nacimiento hay que celebrar una “pequeña” fiesta. No vale pasar junto al crío, darle una palmadita en la espalda y decirle “tal día como hoy, naciste”; hay que comprar una tarta, chuches, invitar a otros niños y claro, a otros padres. Horrible.
Con el cumpleaños del propio hijo no hay demasiado problema. Invitas a quien quieres, compras lo que quieres y en un omento dado puedes echar a todo el mundo a la calle y se acabó. Pero cuando se trata de cumpleaños de otros crios, la situación se vuelve algo más incontrolable.
Como va siendo habitual en mí, voy a narrar mi experiencia para que sirva de advertencia a otros padres.
Asalto 1: La calma antes de la tormenta.
Para empezar, nada más llegar al lugar de la celebración me doy cuenta de que hay muchísima más gente de la esperada. Es imposible que alguien tenga tantos amigos y familiares, sobretodo si ese alguien cumple uno o dos años. Pero el primer rato es tranquilo: Los niños comen gusanitos y patatas como si lo que estuviésemos celebrando fuese la inminente llegada del Apocalipsis, pero por lo demás bien. Solo hay que tener cuidado con dos cosas: No meterse en la boca ningún snack previamente chupado por algún crío y no entablar demasiada relación con otros padres, pues se podrían convertir en futuros invitados a las fiestas de cumpleaños de nuestro crío.
Asalto 2: El circo del mal.
Lentamente, a medida que los niños ven saciada su hambre de cosas que normalmente no pueden comer en casa, comienzan a jugar por todos lados. Como mi niña no es demasiado sociable, le cuesta entrar en el juego y eso me da cierto margen de maniobra. Yo juego con ella mientras los otros se dedican a destrozar sistemáticamente el lugar. Aquí nuestra misión consistirá en evitar que nuestro crío sea aplastado por los mayores y, en menor medida, evitar que aplaste a los más pequeños. Debemos evitar comer nada, ya que puede pasar que la patata frita que nos metemos en la boca esté blanda y mojada o que un simple cacahuete esté pegado a otro con un moco y acabemos comiendo mas de lo que queríamos.
Asalto 3: El vórtice de disformidad.
El rato entre el comienzo del juego y la llegada de la tarta es lo más peligroso de la tarde. Los niños juegan cada vez más a lo bestia y sus padres, viendo que no pueden controlar tal energía, los dejan en una esquina de la sala jugando con libertad. La cosa se va poniendo cada vez más chunga. Se oyen risas, gritos golpes secos de cabeza contra cabeza /suelo/ pared, llantos y más risas. Hay cosas que se rompen y la sola visión de la esquina de los niños produce mareos y vómitos. “Hay que dejarlos jugar a su aire” dice una madre positiva que trata de no ver como a su retoño le introducen varios artilugios de cocina de juguete por las orejas. Yo trato de retener a la mía en el borde justo del vórtice, pero éste va creciendo cual agujero negro y hay que recular para no ser absorbido por su fuerza.
Asalto 3: La tarta.
Cuando sacan la tarta todo vuelve a un aparente orden dentro del caos y la destrucción. Los niños se sientan, cantan cumpleaños feliz, el afortunado trata de soplar las velas y llena la tarta de babas y todos vuelven a comer en paz. La cosa está terminando.
Asalto 4: La huida.
En este punto ya hemos cumplido y nada nos retiene allí más que el gusto por quedarnos. Lo dicho, nada. Es el momento de alegar dolor de cabeza, prisa o lo que nunca falla “Esta se ha cagado” y salir pitando.
Epílogo: El duro mañana
Al dia siguiente me levanto la sensación de haber tenido un mal sueño. Uno de esos tan reales que te dejan mal rollo en el cuerpo. Voy hasta el cuarto de baño, me miro en el espejo y descubro un trozo de aceituna machacada en mi oreja. Me meto en la ducha aún vestido para limpiar cualquier indicio de lo que ayer sucedió y allí, hecho un ovillo en el plato de ducha, trato de recordar cual será el siguiente cumpleaños.

lunes, 9 de abril de 2012

Anuncio importante

Desde hace algún tiempo y en especial durante esta última semana he estado recibiendo críticas de grupos feministas y de la izquierda radical acusandome de machista por sacar demasiados penes en mis entradas. De igual modo, grupos de derechas, religiosos y otras personas sensibles me han acusado de incitar a la homosexualidad por el mismo motivo.
Visto lo visto, he decidido que a partir de ahora mismo, se terminaron los penes en mis entradas, comenzando por la que subiré esta misma semana y prolongandose, por lo menos, durante todo el mes de abril. Más no puedo prometer.
Dicho queda.

miércoles, 4 de abril de 2012

El afinador de pianos

Hace ya bastante tiempo comencé una nueva sección llamada “Grandes profesiones” en la que pretendía hablar de esos oficios más o menos conocidos que por sus características intrínsecas creía que merecía la pena describir aquí. Tras mucho tiempo buscando una buena profesión, he decidido continuar la sección hablando del “Afinador de pianos”. Si, existe.

El ser afinador de pianos es uno de esos oficios que más satisfacciones dan tanto a nivel profesional como de usuario. Estos maestros afinadores combinan la habilidad artesanal de sus manos con un oído musical impecable. Les basta oír una nota para tensar cada cuerda con precisión milimétrica para encontrar el tono exacto. Si, lo reconozco, me habría gustado dedicarme a eso, a pesar de ser algo vocacional para lo que posiblemente jamás estaré preparado. Y como suele ser habitual en mí en estos casos, mientras imagino mi vida como afinador de pianos, la realidad se desvanece a mi alrededor con un característico sonido de arpas y me despierto en mi sueño.
Me presento en casa de mi cliente, bien vestido, con un par de zapatos negros de esos brillantes, chalequito marrón y el pelo engominado para atrás, cogido en una coleta. Con porte serio y maletín en mano llamo a la puerta y aparece la típica muchacha con gafas, aparato en los dientes y el pelo moreno y largo recogido en un moño y vestida como en los años cincuenta. Si, es esa. La que en todas las películas al final se arregla y resulta que es la más atractiva del instituto.
Entonces paso al interior y me pongo a lo mío, hasta que descubro que me he olvidado el diapasón, elemento indispensable para encontrar el tono adecuado. Entonces reparo en que la chica debe ser una buena música y la llamo para que me ayude.
-A ver muchacha, dame un FA. Así, mantenlo, abre un poco más la boca. Saca un poquito la lengua. Cierra los ojos. Agachate un poco… un poco más…. un poco más…. Asi, perfecto.

Felación:
(Del lat. mod. fellat?o, der. de fell?re, mamar).
f. Acción de felar.