martes, 19 de diciembre de 2017

La típica entrada de fin de año



Se acerca el fin de año y con él, el momento de hacer balance, reflexionar, comentar cuáles han sido las entradas mas visitadas del blog, porqué, cómo, etc… Pero como sabéis que este blog tiene una afluencia de público mas bien escasa (algo totalmente incomprensible)  y que los cuatro que estamos por aquí sabemos lo que nos gusta, prefiero derivar mi reflexión por otros derroteros quizás menos transitados pero no por ello más útiles o interesantes.

Habréis notado que la frecuenciaa de publicación del blog ha descendido notablemente y ello es la causa de varios factores. Sé que me imagináis en una isla desierta donde los habitantes autóctonos del lugar (una tribu famosa por su atractivo físico y voluptuosidad de sus mujeres) sufrieron hace poco la desgracia de perder a todos sus hombres en un horrible accidente de pesca y ahora sus hembras necesitan a un macho para saciar sus necesidades sexuales y qué mejor que un hombre del norte que acaba de instalarse en una lujosa cabaña debido a la fama y la gloria (y el dinero) que ha obtenido gracias a las ventas de su último libro. Pero no. Aunque no vais desencaminados del todo. De hecho mi último libro a pesar de haber tenido un éxito inesperado a nivel de críticas, no se está vendiendo nada bien y ello hace que en lugar de irme a la isla, tenga que pelear por cada venta. ¿Cómo? Preparando presentaciones, diseñando carteles molones, escribiendo relatos promocionales, colaborando en asociaciones de autoedición, páginas web relacionadas… Todo eso es trabajo que me quita tiempo para escribir en el blog. Pero no es todo.

Habréis notado al igual que yo que en este nuestro amado país la tensión se puede cortar con un cuchillo. Tensión política y social causada por una campaña electoral sin corazón que está dividiendo a una sociedad que debería estar unida por un bien común, independientemente de los colores del trapo que ondee sobre sus cabezas. He escrito varias entradas acerca del tema, así que no os sonará a novedad mi preocupación, algunas en plan serio y otras más de broma, pero lo cierto es que es un tema que no me hace ninguna gracia. Creo que mientras peleamos por asuntos banales estamos perdiendo la verdadera lucha contra la pérdida de derechos sociales y la desigualdad, y eso es realmente grave. Por no hablar de la hecatombe medioambiental a la que nos dirigimos a toda velocidad sin preocuparnos por pisar el freno en ningún momento. Pero como me resisto a convertir este blog en algo serio y reivindicativo, prefiero guardarme ciertas cosas y dejar que el tiempo corra. Y mientras corre, no escribo con la misma fluidez.

Y por supuesto, como no, proyectos. Estoy trabajando en una serie de relatos que serán la segunda parte de “La onomatopeya del ladrido” y que publicaré a lo largo de 2018 en formato digital únicamente, terminando el diseño de mi primer juego de rol “oficial” el cual verá la luz en breve e informaré de ello en “El blog mediocre”, y también estoy trabajando en lo que podría ser mi tercer libro impreso aunque todavía es pronto para adelantar nada.
A todo esto habrá que sumarle mi vida “normal” que consiste en infinitas horas de trabajo, obligaciones familiares, tareas domesticas, problemillas de salud, cosas que surgen así sin esperarlas… Lo típico vamos.

En definitiva y resumiendo mucho: El blog se está resintiendo de tanta actividad y no descarto ponerlo en pausa indefinida si no logro sacar adelante otros trabajos de forma sencilla. Pero eso ya se verá. De momento me queda daros las gracias a los fieles lectores, también a los ocasionales (pero no tanto) y desearos a todos/as un feliz, próspero, largo, tedioso y rutinario 2018. Que lo disfrutéis.


Y feliz saturnalia, como no.

viernes, 1 de diciembre de 2017

De deporte y exhibicionismo



Hace unos días (o semanas, que el tiempo se escurren entre los dedos como arena mojada) me crucé por la calle con un chaval que iba corriendo como tantos otros en busca de la perfección física, en clara alusión al rechazo que sentía por su propio cuerpo tal y como era en ese momento. No me sorprendió. Hay mucha gente que se odia a si misma y tratan por todos los medios de parecer otras personas, o a sus “yos” del pasado. Lo que si me sorprendió, en cambio, fue el verlo a la vuelta, acostado encima de un banco haciendo abdominales. Y antes de continuar quiero dejar clara mi postura ante el deporte: No me gusta el deporte. Me parece una manera tonta de destrozarse el cuerpo en un intento fútil de plantarle cara al tiempo, rival indestructible donde los haya. ¿Por qué pienso eso? Porque un primo mio que jugaba al fútbol se cascó una rodilla con apenas 15 años y a día de hoy es un cuarentón cojo; a un colega del colegio se le agarrotó hace poco un tendón (o algo) de la pierna haciendo running y se ha quedado torcido y un conocido, haciendo algo llamado “la rana” en el gimnasio ahora camina como un abuelo de 150 años. ¿Conclusión? La que os he comentado antes.
Pero el motivo de esta entrada no es la de criticar algo tan aberrante como el deporte; aquí cada uno es libre de machacarse como guste y plazca; el motivo de escribir esto  es el de la sorpresa de ver a alguien haciendo abdominales en un banco de la calle. ¿Qué no digo que esté mal! Pero al contrario que correr, que normalmente nadie tiene un pasillo tan largo, los abdominales se pueden hacer en casa tranquilamente. ¿Por qué no esperar a llegar? No se lo pregunté, que debería haberlo hecho, pero supongo que me habría respondido que en ese momento estaba “en caliente” o que por qué esperar si no estaba molestando a nadie… Los argumentos podrían ser numerosos y lógicos pero cuidado, porque eso podría abrir la puerta a muchas otras actividades que hasta el momento hacemos en casa pero por qué no trasladarlas a la calle si tenemos la excusa adecuada.

Ahora imagino a gente haciendo caca en los parques (y recogiéndola con bolsitas, por supuesto) con la excusa de “es que me ha dado el apretón”, gente masturbándose porque “es una necesidad fisiológica y además así me desestreso” o incluso poniéndonos en un caso extremo, gente leyendo en los bancos de los parques en lugar de esperar a sentarse en sus sofases y silloneses porque “está muy interesante este capítulo”. Aberrante. ¿Lo había dicho ya? Es que me gusta esta palabra, aunque nunca la diría en la calle, por supuesto.
Pues si, hay que hacer estiramientos y a poder ser, llamando la atención.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

De policías y sentimientos



Un día cualquiera. Legañas, dolor de espalda, aliento ácido… Salgo a la calle y brilla el sol a través de la polución y el polvo en suspensión del aire. “Hoy va a ser un gran día” pienso “o al menos no necesariamente uno malo” remarco y arranco mi camión. Dos calles, una rotonda y medio polígono industrial más tarde me lo encuentro. Capa color verde alcachofa, tricornio y bigote, no hay duda. Me levanta la mano (la derecha, por supuesto) y me obliga a detenerme. Bajo la ventanilla y me temo lo peor.
-Buenos días.
-Buenos días.
-Enséñeme su documentación por favor.
-¿La documentación de quién?
-¡La suya de usted!
-Ah, perdone, es que no estoy acostumbrado a que me hablen de usted. Aquí tiene.
El policía revisa mi dni mientras yo solo espero que no se de cuenta del desgaste de los neumáticos, ese piloto roto, la ballesta agrietada ni los cables que asoman de cuando truqué el tacógrafo, pero él solo se fija en algún punto disonante de mi carnet.
-Aquí tiene, señor Cabezademudo.
-Ehh.. Es Capdemut.
-Es Cabezademudo porque estamos en España y aquí se habla español.
-De acuerdo, como usted diga agente, es solo que me extraña encontrar a un guardia civil independentista.
-¿Qué soy qué? –exclama llevándose la mano a la carabina. Instintivamente, supongo.
-Independentista –le repito ante su asombro y estupor.
-¿Pero como se atreve? Yo soy Español de España Española y Unida y…
-Vamos a ver… -intento explicarle. -¿Cataluña es España?
-¡Por supuesto! –exclama.
-Por lo tanto los catalanes son…
-¡Españoles! –finaliza.
-Entonces el catalán es una lengua de…
-¡España! –grita mientras un soplo de aire le levanta la capa y la hace ondear con orgullo.
-Por lo tanto…
-…
-Por lo tanto…
-…
-Por lo tanto si usted traduce mi nombre porque afirma que no es español, significa que no cree que Cataluña sea España y por  lo tanto…
-¡Soy independentista! –dice con las lágrimas asomando tímidamente por sus enrojecidos lagrimales.
-Exacto. ¿Puedo marcharme ya?
-Claro caballero –me dice mucho más taimado. -¿Pero ahora que hago yo? ¿Cómo lo explico en mi casa? ¿Y a mis compañeros? Voy a tener que quitar la rojigualda del balcón y poner una señera.
-Siento no poder ayudarle, buen hombre, pero yo tengo que seguir trabajando.
-Espere un momento, por favor. ¿Hacemos un castell?
-¿Un…? No, no, lo siento, tengo que irme.
-O quedamos para una calçotada si quiere. Yo traigo la salsa romescu.
-Que no, que no, que me deje, que tengo lío.
-De acuerdo, company –me dice al final con un acento raro. -¡Visca Catalunya!
Y así me voy, dejándole solo en ese polígono, tarareando “Boig per tu” y con una sombra gris bajo sus ojos. Y pienso mientras me alejo que quizás todos los hombres seamos hermanos al fin y al cabo, si nos dejamos de colores, de consignas y de dibujos en un pedazo de tela. Quizás debería haber aceptado esa calçotada. Pena que me repitan tanto.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Hoy toca un chiste.



Como no tengo entrada para esta semana, os voy a contar un chiste, que siempre es gracioso y queda bien.

Dice que va un negro y entra en una…

Perdón. Quizás es un chiste algo antiguo y no quisiera parecer racista  aún contándolo con ánimo de simplemente normalizar algo que debería sernos habitual. Vuelvo a comenzar.

Esto es un mariquita que va y…

No. Por ahí tampoco voy a seguir. Lo de los chistes de mariquitas… Como que murió con Arevalo. Pido disculpas de nuevo. Tengo muchos amigos homosexuales (2) y no quisiera que pensarais que no es así.

Resulta que un hombre cuya etnia nos es indiferente y sexualidad irrelevante, se mete en…

¿Tampoco? ¿Qué he dicho ahora? Ah, que todos mis personajes son hombres… Que a ver cuando escribo algo protagonizado por una mujer… De acuerdo.

Una mujer va y entra en una iglesia y le dice al cura…

¿Nada de religión? ¡Pero si dios ni siquiera existe! No, claro, no quiero ofender a las creencias de nadie, independientemente de si tienen fundamento o no…

Una mujer entra en una oficina de hacienda y…

¿Ahora que he dicho? ¡A tomar por culo!

Un hombre afroamericano y homosexual, después de quemar una iglesia entra en una oficina de hacienda y le dice al funcionario “Que suerte que por la tarde no trabajáis” y él le responde “No, si cuando no trabajamos es por la mañana… Por la tarde ni venimos”.
Y además era gangoso y con un tic.

Ahora haces esto y vas a la cárcel de cabeza. Vamos si no...

miércoles, 1 de noviembre de 2017

De ascensores y actualidad.



Entro en el ascensor y antes de que se cierre la puerta una mano la detiene y un hombre se coloca a mi lado. Me sonríe, mirada cómplice de “casi me quedo en tierra y pierdo dos minutos irrecuperables de mi vida” y se arregla la corbata. Yo voy vestido con ropa de trabajo y aún sabiendo que no puedo compararme al recién llegado en elegancia, me miro en el espejo. Compruebo que estoy como siempre y no sé si alegrarme o no, pero en cualquier caso es tranquilizador.

El ascensor se sacude ligeramente y comienza el ascenso. Nuestras miradas se cruzan, resulta algo incómodo pero no lo suficiente como para apretar el botón de alarma y ponerse a chillar por el telefonillo ese. El hombre parece incómodo también, carraspea, yo pienso “oh mierda, va a hablarme” y me pongo a buscar el móvil para fingir que miro algo importante y que por eso no puedo atenderle. Pero el teléfono se me escurre entre los dedos y no me da tiempo.

-¿Que clima mas raro no? –me dice.
-Si –le respondo.
-Igual llueve que no.
-Ya. Es lo que tiene el mundo.
Parece que la conversación va a terminar aquí pero el ascensor sube tan lentamente que la cosa no tiene pinta de quedar así.

-Claro, con tanto aire acondicionado y tubos de escape… -sigue con el tema.
-Ya ves –le respondo interesado.
-Lo raro es que no nos hayamos muerto ya.
-Pues si. Es raro.
-Pero bueno. Es lo que toca –dice finalmente como sentenciando la conversación.
-Lo que toca –repite. -Toca… toca… oca… oca… ca… ca… -balbucea, y yo comienzo a temerme lo peor… -¡Cataluña! –grita por fin, liberado.

Ya ha salido el temita de los cojones, mucho estaba tardando. Salto hacia atrás en un impulso instintivo pero mi espalda choca contra la pared del ascensor. Estoy en un espacio demasiado reducido como para huir de la conversación. Trato de evitarlo dando volteretas por el suelo pero él ya me cuenta que solo hay un 38% de independentistas y no me da tiempo a preguntarle de dónde ha sacado esa cifra cuando contraataca con eso de que las familias catalanas ya no se hablan, continúa con lo de que allí te matan si exhibes una rojigualda y antes de que pueda incorporarme en la pared opuesta a él, se gira y me grita que Cataluña nunca ha sido un país. Trato de hacerle entender que los países no existen, que son inventos de iluminados que solo quieren tener al pueblo sometido pero ya está con eso de que si no querían que les diesen porrazos que no hubiesen hecho nada ilegal. Llego hasta el botón de la alarma y lo pulso con fuerza mientras él me habla de la importancia de cumplir la constitución, aunque solos ean algunas partes concretas. Pero al pulsar el botóno pasa nada. No funciona. Atrezzo ascensoril. Me dice algo de la familia Pujol, del Barça fuera de la liga, de la soberanía española y me empiezo a marear. Trato de explicarle que España ya no tiene soberanía propia desde que firmó el CETA, pero no me quedan fuerzas. Pierdo la consciencia y lo único que noto es como las puertas se abren detrás de mi y caigo de espaldas sobre el suelo del pasillo. El tipo parece calmarse y las puertas se cierran de nuevo, separándonos irremediablemente. 

Mientras yo me recupero en el suelo del pasillo de la cuarta planta, él sigue ascendiendo. Sube al cielo de los justos. Al olimpo de los sabios. A ese campo grande donde todos los ignorantes pueden correr y jugar libremente sin miedo a tropezarse con ningún libro abierto.

viernes, 20 de octubre de 2017

De extraterrestres invasores y marginación social.




A mediados de los años noventa la vida no era como ahora. Los jóvenes (y yo por aquél entonces lo era), no estábamos tan conectados al mundo a causa de la ausencia de internet, redes sociales y teléfonos móviles, por lo que el gran entretenimiento del momento era la televisión. Desgraciadamente, yo no era un joven normal y en lugar de ver la tele, tenía otras aficiones más oscuras como leer o explorar mi propio cuerpo de forma erótica. Y ahora que sabéis la diferencia entre el yo y los otros a mediados de los noventa, paso a relatar lo acaecido.

En esos años yo iba al instituto más por ir, que pensando en labrarme un futuro. Me relacionaba poco con otros humanos, pero a pesar de ello pude notar como repentinamente, no sabría si en un día o una semana, los comportamientos de mis compañeros comenzaron a verse alterados. Me cruzaba con personas que hasta el momento eran aparentemente serias caminando con una sola pierna, moviendo los brazos de forma extraña y pronunciando palabras sin sentido, cuando no simplemente sonidos guturales.

Al principio me extrañó, pero al comprobar como ese comportamiento errático se extendía hasta alcanzar a los escasos amigos que tenía, la cosa se hizo alarmante. Estaba pasando algo raro y tenía que enterarme de qué era. Por supuesto, preguntar a los afectados no era una opción; de hecho no estaba seguro de si serían capaces de responderme o incluso peor, si me rechazarían por ser diferente. Estuve barajando distintas hipótesis sobre cual podría ser la causa de esa extraña aflicción, y me quedé, como no, con la más probable y creíble: La invasión extraterrestre.

Estaba mas que claro que alguna raza alienígena estaba controlando a los humanos, cortocircuitándoles los celevros y revirtiéndoles a un estado primitivo e inofensivo, preparando, sin duda alguna, una invasión a gran escala. Pero fuera por mi forma de pasar desapercibido o por alguna anomalía genética, sus ondas disruptores mentales no funcionaban conmigo y eso me convertía en el único humano capaz de enfrentarse a ellos y de salvar a sus congéneres. Yo. Un héroe en ciernes, un paladín de la humanidad, un adalid de la salvación.

Pero la euforia me duró poco más de dos minutos. Al pensarlo fríamente comencé a sentir una enorme pereza frente a la tarea que se me venía encima. ¿Por donde empezar? ¿Cuánto debería sacrificar para lograr mi objetivo? ¿Hasta que punto pondría en riesgo mi integridad física? Rápidamente comencé a sentir envidia de todos los humanos idiotizados de mi alrededor, y pensé en lo fácil que habría sido todo de no haber sido inmune a las ondas extraterrestres.

A la mañana siguiente entré en el instituto con la moral por los suelos. Observándolo objetivamente, todos esos chavales y chavalas que hacían cosas raras parecían divertirse más que yo, lo cual no difería mucho de lo que había sido mi vida hasta el momento. Me crucé con Alf, un viejo amigo y que venía hacia mi deslizándose sobre su pie izquierdo y con las manos colocadas como si estuviera sujetando las bridas de un caballo. “¡Pecadoooorrrr!” me gritó al toparse conmigo y yo le miré con tristeza. Había sido un tío listo hasta ese momento, de los que sacan buenas notas y te dan buena conversación en el tiempo fuera de clase. Traté de esquivarlo pero me siguió. “¿Donde vas, fistro de la pradera?” fue su siguiente frase y me dio tanta pena que decidí empujarle por las escaleras para terminar con su agonía. No soportaba verle así. Pero cuando me acerqué a él para darle la paz que merecía, pareció volver en si y me dijo: “¿Es que no ves Genio y figura?”. Yo le respondí poniendo cara de tonto. “Tio, el programa de la tele donde sale Chiquito de la Calzada”. Y yo respondí finalmente “¿Chiquito de qué? No. No lo he visto nunca…” Y me miró decepcionado y se alejó, en busca de otros que como él, reían las gracias de ese humorista desconocido y que se había convertido sin yo saberlo, en el fenómeno de masas del momento.

Esa noche subí a la terraza a mirar el cielo. Imaginé un mundo lejano entre las estrellas poblado por una raza hostil que querían subyugar a la humanidad con ondas idiotizadotas, que afectaban a todos menos a mi, y aún sabiendo que no eran más que una fantasía, me alegré por esos momentos en los que me hicieron sentir especial.

miércoles, 11 de octubre de 2017

El castillo de los pasillos interminables. Una aventura más épica de lo que parece.





Mi caballo se detiene ante las puertas del castillo y antes de poner los pies en el suelo, me paro a observarlo. Es un edificio antiguo de altos muros y aspecto terrible. No cabe duda de que su interior alberga grandes peligros y misterios, pero puede que también tesoros ocultos.
Camino hasta la entrada y veo un desvencijado cartel que reza “Grandes recompensas aguardan a aquél que logre salir con vida del castillo de los pasillos interminables”. El mensaje es claro: La vida de quien penetre en estos muros peligra. Pero eso no logra intimidar a aquellos que como yo, no tienen nada que perder.

La enorme puerta de entrada se abre sola al acercarme, como si hubiera alguna fuerza desconocida que esperara de antemano mi visita. Asciendo las escaleras, preparo mis armas y comienzo un camino que pondrá a prueba mi tesón y mi cordura. Los primeros metros son una pequeña muestra de lo que me esperará en el trayecto: Salas angostas, pasillos interminables, recovecos que terminan en túneles sin salida o aún peor, que me trasladan a zonas ya exploradas. Figuras fantasmales, cuerpos tambaleantes y gemidos de angustia aparecen a cada giro, pero lo peor es la sensación de estar pasando todo el tiempo por el mismo lugar y la creciente certeza de que salir de allí va a ser más difícil de lo que esperaba.

En una de las salas hallo un estante con libros, todos ellos con títulos escritos en idiomas ininteligibles. Cojo uno de ellos, me siento en un escritorio y lo abro. Descubro que mi mente no estaba preparada para tanto horror. A pesar de no entender ese lenguaje, los símbolos arcanos y las figuras que forma la terrible escritura me azotan la mente como un látigo, obligándome a cerrarlo y seguir mi camino lleno de desconcierto y desazón.

Finalmente hallo las escaleras de descenso pero éstas conducen a las catacumbas, que no son más que una versión oscura y húmeda de lo visto en el piso superior. Tapices y alfombras, lámparas y antorchas, mesas y sillas… Todo parece estar distribuido de una forma enfermiza, como si fuese obra de un loco. Y si no encuentro pronto la salida, yo también perderé la cordura.

Sigo avanzando, hago un parón para comer algo y reponer fuerzas, pero incluso la comida aquí tiene un sabor inidentificable, como si estuviese mancillada por el mal que impregna el lugar. Las últimas horas son decisivas. El avance es cada vez más lento y no veo la luz al final del túnel. El suelo está salpicado de huesos humanos, los de los héroes que llegaron hasta aquí y no pudieron continuar. Hay estantes que llegan hasta más arriba de donde la vista alcanza y los pasadizos se multiplican sin orden aparente. La cabeza me da vueltas y las piernas comienzan a fallarme. Caigo de rodillas y me encuentro con la mirada vacía de uno de esos que en su día fracasaron. No puedo caer aquí. No voy a engrosar la lista de los que no volvieron a ver la luz del sol.

Me levanto de nuevo con un último esfuerzo y como si ese gesto hubiese tenido algún significado más allá de la pura superación personal, veo a lo lejos la salida. Avanzo con fuerzas renovadas pero al llegar hasta ella encuentro el paso bloqueado. “Si la salida quieres alcanzar, de todo tu oro te debes desprender” reza la inscripción. Vacío mis bolsillos y la puerta se abre, por fin.
Una vez en el exterior, respiro el aire fresco como si se tratara de mi primer aliento y recibo la luz del sol del atardecer como una bendición. Entonces descubro el significado de esta aventura. La recompensa a este viaje era el comprender el verdadero valor de la vida, no el obtener riquezas ni gloria. El tesoro a obtener era el seguir adelante con la consciencia de que cualquier reto, por duro que sea, puede ser superado.

Antes de alejarme del lugar miro atrás, al terrible laberinto que acabo de superar y pienso que nunca jamás volveré al Ikea.

lunes, 2 de octubre de 2017

Cosas de Catalunya (parte 2 de 2)





Hace una semana aproximadamente expresé en este mismo blog y en ésta entrada concretamente mi posición moral (que no política) ante el asunto catalán referente a la independencia y al derecho de decidir. No voy a repetirme así que invito a quienes pueda interesar leer este texto, que antes se pasen por la entrada enlazada. El motivo de volver a abordar el tema es que como a estas alturas ya sabréis, el fin de semana del 30 de septiembre al 1 de octubre iba a estar en mi pueblo natal, presentando mi segundo libro, cargado de incertidumbre sobre cómo iba a ir la presentación y que iba a suceder al día siguiente. Pero dejo las conjeturas y paso a los hechos.

Debo reconocer que la noche anterior no pude dormir demasiado debido a los nervios, así que me levanté muy temprano y me subí al coche sobre las seis y media de la mañana para comenzar un viaje de casi cuatro horas hasta mi pueblo, donde debía estar por lo menos a las once de la mañana para empezar a preparar las cosas. Iba sobrado de tiempo pero por lo que estaba viendo en las redes sociales y las noticias, Cataluña se había convertido en un estado policial y temía que me pararan en un control y no llegar a tiempo al acto. Tal como me acercaba a mi tierra estuve pensando qué ruta sería la mejor para entrar. Descarté la carretera nacional, por ser demasiado propensa a atascos y retenciones y aunque estuve tentado de meterme por los caminos del interior, pasando por poblaciones como La Jana o Rossell en busca de los puentes que cruzan el río Sénia, finalmente opté por ir de cara y pasar por la autopista de peaje. Me sorprendió llegar hasta la biblioteca de mi pueblo sin ver ni a un solo policía. Ni nacional, ni guardia civil ni mosso. Me metí directamente en la biblioteca y realicé la presentación con normalidad.

Por la tarde salí a dar una vuelta y me encontré con un ambiente totalmente festivo y optimista en el pueblo. Acudí a una trobada de castellers donde no había ninguna presencia policial y donde tampoco se podían ver esteladas ni manifestación alguna de independentismos. Por la noche cené con unos amigos y aunque nos cruzamos con algún furgón de los mossos, no fue nada que escapara de la rutina. Esa misma noche llegaron vía redes sociales algunos vídeos de manifestaciones por la unidad de España en las que entre cantos del “cara al sol”, unos encapuchados se encaramaban a fachadas de ayuntamientos y arrancaban carteles con mensajes tan subversivos como “democracia” ante la pasividad de la policía. Pero hechos aislados y nada preocupante.

A la mañana siguiente madrugué, quizás demasiado, y fui a almorzar con una amiga. Ésta señora, ya jubilada, me relató con cierta inquietud como las imágenes vistas estas últimas semanas la retrotraían a tiempos pasados “como un túnel del tiempo directo al franquismo” me dijo. Pero a pesar de todo, debo repetir y hacer hincapié en ello, el ambiente en el pueblo era inmejorable. Mucha gente joven a pesar de las horas, parejas de ancianitos con las papeletas dirigiéndose los primeros a los colegios electorales, sonrisas, ánimos y mucho, mucho optimismo, como si lo importante fuera el acto de votar y expresarse antes de cualquier sentimiento político.
Viendo el buen rollo reinante, me dirigí a uno de los colegios electorales a ver qué ambiente había y lo encontré repleto de gente votando y un par de mossos observando desde lo lejos. Nada a destacar. Fui a darme una ducha y a dirigirme al pueblo de al lado a ver a la familia.
Pero al rato comenzaron los mensajes de alarma en el móvil. En un pueblo cercano la guardia civil había cargado contra un grupo de votantes dejando cuarenta heridos. La gente comenzó a organizarse y a reforzar los colegios electorales más importantes, pero la policía recorría los pueblos pequeños empleando la fuerza para hacerse con las urnas y la indignación iba en aumento. Las imágenes que llegaban desde las capitales no eran mucho mejores y no hacían más que reafirmar a la gente en su derecho a expresarse. Al final el día se saldó con 500 heridos físicamente y muchos millones de forma moral, entre los que me cuento. Y ahora si, dejando de un lado los hechos vividos, paso a mi innecesaria reflexión.

No soy independentista. Me reafirmo. Lo dije en la anterior entrada, si la habéis leído y lo repito por si no. Creo que esto, en esencia, no es más que un pulso político entre dos señores indeseables que no han dudado en lanzar a la calle a la población y a las fuerzas del orden en una especie de partida de ajedrez jugada por niños que no entienden las reglas. Pero como ciudadano catalán y español y eso que ahora viene a llamarse “ciudadano del mundo”, debo decir que todo esto ha llegado mucho más allá de banderas y fronteras. He visto a un pueblo unido, alegre, con voluntad de cambio, atacado por las fuerzas de un gobierno que ni se ha molestado en hablar, dialogar ni negociar en ningún momento; un gobierno que ha actuado con mano de hierro amparado por el inmovilismo de una oposición prácticamente inexistente que han mirado a otro lado mientras se desataba la violencia. Un gobierno que ha alimentado el odio hacia un pueblo que con su gesto no hacía más que reclamar que su voz fuera escuchada. Un gobierno que ha querido dar un mensaje claro no solo a los catalanes si no a todos los españoles diciendo que “si te saltas mi ley te vamos a moler a palos”. Y un gobierno que desgraciadamente ha hecho estallar un sentimiento totalitario entre cierto sector de la población que no solo no condenan sus actos sino que los aplauden y los vitorean. Al final lo que hemos ganado con todo esto es confrontación, odio y miedo por culpa de unos símbolos como son las banderas y las fronteras que de poco sirven si no garantizan cierta libertad y comprensión entre las gentes que las representan.

No soy independentista. ¿Lo había dicho ya? Pero el día de ayer me dejó muy triste. Triste porque me encontré con imágenes duras que rompían una armonía envidiable. Porque los gobernantes se quitaron las caretas de demócratas para mostrar lo que siempre han sido en realidad y porque a base de porrazos han roto aún más la España que pretendían mantener unida.
Por otro lado, todo sea dicho, albergo cierta esperanza sobre la buena voluntad de la gente. He visto personas en otras comunidades y países solidarizándose con el pueblo catalán, aplausos por parte de independentistas a un chaval que iba a votar “no” con la papeleta bien visible en la mano, grupos de jóvenes caminando de la mano con banderas españolas y esteladas y mucha, muchísima solidaridad entre pueblos.
Creo, y ahora ya termino, que la lucha de Catalunya es la lucha de todo el pueblo español y que si la voluntad de los catalanes llega a ser doblegada y aplastada por el gobierno, sentará un precedente que llevará a este país a su fin. Afortunadamente, no creo que esto pase. No sin recurrir a niveles mucho mayores de violencia que sinceramente, se me hacen difíciles de concebir.

No soy independentista, no sé si lo había comentado ya, pero soy catalán y deseo lo mejor para mi gente, aunque esté lejos de mi tierra y no pueda hacer otra cosa que escribir. Y ojala nunca más tenga que publicar entradas como ésta.

viernes, 29 de septiembre de 2017

De fósiles y ladrillos (y cucarachoides)


Sé que últimamente en este blog se tratan temas más serios que de costumbre, y que esto no es del agrado de todo el mundo, ya que algunas personas buscan aquí cierta forma de desconectar de las preocupaciones de la vida cotidiana a base de humor. Pero como autor de este blog quiero que se tenga en cuenta que los contenidos de éste dependen de mi estado de ánimo y por lo tanto fluctuan con mi sentido del humor. Y últimamente estoy lleno de preocupaciones. Así que sintiéndolo mucho por los que habéis veido aquí en busca de algo jocoso con lo que entreteneros, aquí voy a exponer otra de mis grandes preocupaciones. La que no me deja dormir en estas agradables noches de fresquito otoñal: La extinción total de la humanidad.

Es un hecho. Bueno, no es un hecho porque no ha pasado, pero es tan inevitable que se lo puede considerar como tal. Nos vamos a extinguir algún día. No voy a entrar en detalles ni en teorías de cambios climáticos, invasiones extraterrestres, guerras nucleares ni nada por el estilo. Digo que es un hecho porque desde que la Tierra alberga vida, las especies se han sucedido unas tras otras, cayendo y alzándose a lo largo de los millones de años. Así que tardemos más o menos, salvemos el planeta o no, colonicemos el espacio o no, al final desapareceremos. ¿Pero desapareceremos del todo? No. Nos convertiremos en fósiles que futuras civilizaciones desenterrarán al ir a construir sus chalés y es precisamente esto lo que me preocupa: Mi fósil.

El año pasado estuve con mi familia en Dinosauriopolislandia-world (o algo así, no recuerdo bien el nombre) donde se exponían fósiles reales de dinosaurio. Debo decir que visto en la tele o en libros está muy bien, pero plantarse ante el esqueleto de un reptil al que un tío relativamente alto para estándares humano como yo le llega a la rodilla, es impresionante. Aterrador en cierto modo. Poder admirar a esos seres que antaño dominaron la tierra es una experiéncia en si mismo. Pero cuando las futuras civilizaciones nos encuentren, dentro de millones de años, enterrados y convertidos en piedra, no daremos la misma impresión. Imagino a una enorme cucaracha antropomórfica superinteligente cavando un hoyo vete tu a saber porqué (cosas de otras civilizaciones) y encontrando mi fósil, allí, en posición fetal, agarrado al último ejemplar de mi libro y decir "¿Qué es esta mierda?" y otro cucarachoide, más viejo y sabio diciéndole " Bah, es un mono de esos que dominaron la tierra hace millones de años" y el más jóven, sorprendido "¿Estos bichos tan cutres dominaron la tierra? Así les iría" y el viejo, quizás cansado de tanta cháchara "Venga, entiérralo otra vez y sigamos con nuestras cosas de civilizaciones futuras de costumbres incomprensibles" y el más jóven, algo extrañado "Pero mira, tiene algo entre las patas delanteras. ¡Con una inscripción!" y el viejo, ahora algo interesado se acercaría a mirar "A ver, a ver, que yo hice un cursillo de lenguas antiguas... Pone... La onomatopeya del... ¡Ladrillo!" y el jóven, impresionado "¿Que significa eso? ¿Es algo importante?" y el viejo volviendo al trabajo "No, es que por lo visto esa especie estaba obsesionada con la construcción."

Terrible.

martes, 26 de septiembre de 2017

Cosas de Cataluña (Parte 1 de 2)

Sabéis que no me gusta mucho meterme en tema serios, y menos todavía si se trata de asuntos políticos o relacionados, ya que muchas veces no hay por donde verles la gracia. Pero el sucederse de acontecimientos me han llevado a un punto en el que necesito expresarme o me estallará la cabeza. Y como no, el tema al que me voy a referir es al de Cataluña y su ánimo de celebrar un referéndum para votar por su independencia. Pero antes, necesito dejar clara mi posición, para que no hayan dudas sobre mi punto de vista subjetivo de este asunto.

Aqui un trapo de colorines.

Yo soy catalán. Lo soy porque cuando nací confluyeron los vectores espacio y tiempo y allí aparecí. Quede claro por lo tanto y teniendo en cuenta ésto, que no puedo sentir orgullo por ser catalán, ya que no fue nada más allá del azar. Considero que el orgullo, el honor o la ufanía son sentimientos aplicables a cosas que uno ha logrado en su vida y a causa de su esfuerzo y dedicación, como criar a un hijo notable, escribir un libro o plantar un árbol que acaba siendo el patriarca de un nuevo bosque; pero nunca, nunca, por causas de azar. Y perdonadme que haga hincapié en un tema tan semántico como éste, pero es que necesito que entendáis que cuando oigo a alguien sintiéndose orgullosos de haber nacido en el interior de ciertas fronteras me produce la misma sensación que si oyera a alguien estar orgulloso de ser rubio o de ver llover. Y volviendo a lo mio... No me siento orgulloso de ser catalán, aunque lo prefiero a ser sirio o somalí, por ejemplo, con lo que puedo resumir que "estoy contento por haber nacido en Cataluña". Y teniendo en cuenta esta parrafada, queda implícito que tampoco me siento orgulloso ni nada parecido de ser español, europeo o ningún otro calificativo similar. Podría decirse de mi que soy un ser humano apátrida, así en general, pero para referirme al tema que nos ocupa (y nos preocupa) y para acabar de dejarlo claro, podemos dejarlo en que soy un catalán no independentista.

El tema, y ahora si voy a decirlo, es que últimamente se han desatado las tensiones entre dos bandos que cada vez están más definidos: Por un lado tenemos a una jauría de catalanes que, cansados de abusos, recortes sociales, privaciones y violaciones de los derechos humanos fundamentales sobre su población, han decidido rebelarse para plantar cara al opresor. Éste llamado opresor no es más que el gobierno central de la nación, el cual después de agotar todas las vias de negociación y diálogo se ha visto obligado a recurrir a la via judicial y preparar el terreno por si hay que llegar a utilizar la fuerza.
Y ahora, por favor nótese el tono de ironía utilizado aquí arriba ya que ni los catalanes viven tan mal, ni el gobierno central se ha tomado la más mínima molestia en hablar el asunto de forma civilizada. ¿Qué pasa entonces en Cataluña? Nadie lo sabe con certeza, básicamente porque las noticias de la televisión y las redes sociales de personas particulares no dejan de bombardearnos con notícias falsas. Y eso me preocupa.

Como yo soy un catalán apátrida que vive en Espanya, tengo la suerte (y lo digo en serio) de relacionarme con personas de todo tipo y en mi facebook tengo desde fascistas que desean el regreso del caudillo hasta independentistas radicales que no ven otra solución a sus problemas que separarse del país que les asfixia. Y debido a ese amplio espectro de amistades, puedo deleitarme con decenas de noticias falsas las cuales, aunque pueden ser desmontadas con una simple búsqueda en Google, son compartidas sin remordimientos para avivar aún más la llama del enfrentamiento. Llevo ya un par de días recogiendo esas notícias (fotos de tanques en las calles, falsos comunicados de las autoridades, frases atribuidas a quien no las ha dicho...) y comunicando a esas personas que han puesto cosas que no deberían. Y quizás soy yo quien no debería meterse en asuntos ajenos, pero... Me importa. Me importa porque el dia 1 de octubre de 2017 voy a estar en Cataluña y tengo miedo de que la cosa se vaya de madre. Os cuento el porqué.

Este mes de agosto me confirmaron la fecha de la presentación de mi segundo libro "La onomatopeya del ladrido y otros relatos pulp" en la biblioteca de Amposta (Tarragona) el día 30 de septiembre. La fecha me pareció tan buena como cualquier otra, pero claro... es el día antes del referéndum y empiezo a temer no ya un conflicto armado pero si un estado de ánimo de la población poco propicio para ir a ver libros. Que no venga ni dios, vamos. Quizás os parezca una perogrullada comparado con lo que está cayendo (o nos dicen que está cayendo) allí, pero me preocupa. Me da incluso miedo. Conozco bien a mi gente. Puede que no me sienta representado por ninguna bandera ni bajo el influjo de ninguna frontera, pero yo amo mi tierra, desde el norte de Castellón hasta los campos de Tarragona y hasta la franja de Teruel. Amo mi tierra como lugar físico, dejando de lado los colores y los yugos políticos y no hay día que no la eche de menos. Y como también quiero a mi gente, no les deseo ningún mal, de ningún tipo. Porque somos personas acostumbradas a capear temporales y hacerle buena cara al mal tiempo, como buenos montañeros y ribereños; y al igual que llevamos toda una vida manifestándolos pacíficamente contra todo tipo de agresiones como campos de golf, parques eólicos, centrales nucleares, vertederos y trasvases de toda índole y capacidad, siempre armados con canciones, bailes y alegría, también sé que si una gota colma el vaso somos gentes guerreras y no nos da pereza afilar azadas y hoces para defender lo que es nuestro.

Y aquí mi tierra, o parte de ella.

Llevo más de diez años lejos de mi tierra y es la primera vez que voy a ir con miedo. Lo reconozco al igual que reconozco que me estoy sintiendo tentado a anular el viaje, la presentación, la publicidad... Abandonar a cambio de la seguridad de mi hogar. Pero voy a ir de todos modos. De no ser así no escribiría ésto, que no es más que una forma de reafirmarme en mi decisión. El sábado llegaré a mi tierra y les llevaré algo de literatura, risas y buen rollo, porque creo que es lo que necesitan. Lo que necesitamos. Y el día siguiente ya veremos que pasa.

viernes, 15 de septiembre de 2017

De oficinas y preguntas


Cierro las bandas del camión, aseguro la carga con el método estipulado (que no homologado, pero esto es un asunto que no voy a tratar aquí) y voy hacia la oficina a por los papeles. Mientras la chica me prepara los albaranes, miro por la ventana y me doy cuenta de que ya no me pasan cosas chulas y emocionantes como antes. Hace unos años mi día a día estaba repleto de situaciones curiosas, extrañas, algunas divertidas y otras de esas que me hacen pensar mucho y sentirme un poco especial; pero por algún motivo todo eso terminó. Puede que algún dios se cansara de jugar conmigo y hubiese elegido a otro para otorgarle el don de la "pasarcosabilidad", dejándome a mi abandonado en esta extraña monotonía, cómoda en cierto modo, pero incapaz de permitirme mantener un blog como éste con la regularidad y coherencia anterior. Pero volvamos a la realidad.

La secretaria se levanta y me entrega los papeles para que se los firme. Agarro el boli, me agacho sobre la mesa y entonces oigo como me dice...
-Oye... ¿Tu has escrito un libro, no?
El hecho de ser reconocido por primera vez como autor de un libro y no como "camionero" o "padre de" o "el tonto ese" me emociona, así que me incorporo, la miro y le digo...
-Dos. Dos libros. A ver si nos informamos un poquito.
La chica parece más sorprendida que admirada, como si mi afirmación hubiese causado un efecto inesperado en ella y entonces llama a su compañero de oficina, en la sala contigua.
-¡Oye, tu sabias que J. habia escrito un libro?
Lo siguiente que oigo es como una silla de oficina es apartada con tanta fuerza que cae al suelo y un secretario rellenito sale a mi encuento con los ojos como platos.
-¿Un libro, en serio? -me dice.
-Si, bueno, son dos, pero ahora estoy liado con el segundo que...
-¿Y lo has escrito tu solo?
-Si. Yo solo. A veces se escriben libros entre varios pero no es lo habitual.
Entonces me doy cuenta de que la chica está hablando con alguien por teléfono, lo cual no me extrañaría siendo ella secretaria, pero el hecho de que no deje de mirarme y señalarme me hace sospechar que la cosa va conmigo. Comienzo a sentirme incómodo y trato de salir de la oficina para volver a la seguridad de mi camión. Desgraciadamente, el hombre parece no haber terminado con su extraño interrogatorio.
-¿Cuantas páginas tiene?
-Pues... Tiene 170, pero en realidad la extensión de los libros se mide en palabras y el mio tiene algo más de 30000, lo cual está bastante bien teniendo en cuenta que el anterior eran...
-¿Y todo lo que pone en el libro te lo has inventado tu? -me interrumpe.
La cosa empieza a volverse rara e incómoda, así que agarro el pomo de la puerta y me dispongo a salir pitando tras la última respuesta.
-Si. Me lo he inventado yo. En eso consiste escribir un libro. Si se lo hubiera inventado otro sería cuanto menos...
Entonces, al ir a salir, encuentro la puerta bloqueada por el corpachón del encargado general, un tipo malhumorado, más ancho que alto y con un sentido del humor que quizás tendría algún sentido a principios de los años sesenta.
-¿Que me han dicho? -me pregunta.
-No lo sé -le respondo.
-Que has escrito un libro.
-Si. Dos. Pero no tiene importancia, de verdad. Tengo que irme.
-¿Sabes que yo estoy escribiendo una novela?
-No, no lo sabía. Pero ánimo. Que no decaiga.
-¿Y como lo has imprimido? -me aborda por detrás la secretaria.
-Se dice impreso. Y en una imprenta. No voy a imprimir doscientos libros con la canon epson stylus de mi casa...
-¿Y eso vale dinero? -comenta el otro.
-No. ¡Lo regalan porque las imprentas están subencionadas por los anunakis!
Pretendía ser una broma pero nadie se ríe. Es hora de huir de allí. 

Dando una voltereta lateral con tirabuzón me lanzo a través de la ventana. De haberme fijado en que estaba cerrada lo habría hecho con los pies por delante, pero a efectos prácticos de huida desesperada casi mola más así. Rompo el cristal con uno de mis mejores rizos, el cual queda aplastado por el impacto pero nada irrecuperable con un poco de garnier rizos definidos y salgo a la carrera mientras los otros tres vienen hacia mi preguntando cosas absurdas, como si la tinta es de calamar o si he hecho yo el dibujo de portada.
El camión está a menos de veinte metros de la oficina, pero el trayecto se me hace eterno. Con los preguntones pisándome los talones y ganándome terreno me doy cuenta de que debería haber dedicado más tiempo al deporte y menos a leer tebeos y a jugar a rol. ¿De qué me sirve ahora saber la diferéncia entre un dragón y un wyrm o que la espada larga es la mejor arma de la segunda edición del Dragones y Mazmorras? ¿De que me sirve saber que la saga de los androides es con diferencia la peorcito que se ha hecho en la serie de Dragonball? Y es justo esa idea la que me lleva a esa basura de Dragonball Super y la misma rábia de saber que hay gente esforzándose por destrozar la serie de mi vida me llena de odio y ese odio me ae fuerzas, las cuales me permiten llegar hasta el camion, saltar a la cabina y cerrar el seguro.

Afuera los dos tipos y la secretaria golpean la puerta con insistencia mientras me preguntan si el tipo de la foto de la solapa soy yo o si el libro está en librerias. Pero yo me siento seguro en mi máquina de 26 toneladas. Arranco, doy la vuelta para salir y entonces veo como el trabajador de esa misma fábrica sitúa una carretilla elevadora de carga de contenedores en la entrada, bloqueándome el paso. Hasta ahora teniamos buena relación, pero parece que la cosa va a cambiar.
-¿Pero es un libro libro de verdad? -me grita desde lo lejos.
Es la gota que colma el vaso. No puedo con mas preguntas extrañas, así que agarro uno de los libros de la cabina (siempre hay que llevar ejemplares encima, me lo decía mi abuelito) y abro la puerta. Mi determinación les empuja hacia atrás como una fuerza invisible y les pongo el libro delante.
-Aqui está -digo mientras se acercan a mirarlo como simios ante un boligrafo de esos de muchos colores.
Uno intenta tocarlo pero se lo aparto de las manos.
-Si os interesa, son 12€.
Y de pronto el hechizo parece romperse. El ensueño de fascinación literaria se desvanece a medida que el coste económico penetra en sus cerebros y activa las terminaciones nerviosas que van hasta sus bolsillos y emiten señales de alerta.
Bueno ya me lo pensaré, es que yo casi no leo nunca, es que no tengo tiempo, quizás más adelante... Son algunas de las frases que murmuran mientras se alejan dejándome solo con mi libro. Y de algún modo,lejos de aliviarme, ello me deja con una extraña sensación de desasosiego, como si tal incidente marcara el precedente de algo que fuese a repetirse muchas veces.
El cielo está más gris de lo que recordaba.
Parece que vaya a llover.
Como si las nubes lloraran por mi.

NOTA: Todas las preguntas absurdas utilizadas en esta entrada me las han hecho de verdad, por lo que su autoría es propiedad de gentes variopintas del apasionante (y culto) sector del mármol de la provincia de Alicante. A todas ellas, grácias por la inspiración.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Un paso más hacia la perfección del ser (humano)




Debo reconocer que estaba perdiendo la fe. Que en el año 2017 y con casi cuarenta años a mis espaldas, eso que anunciaban como futuro nunca iba a llegar y que tendría que vivir el resto de mis días en esta prolongación de un presente que, sinceramente, ya empezaba a oler a pasado. Pero parece ser que alguien lo ha logrado. Alguien ha sacado pecho y ha decidido dejarse de redes inalámbricas, robots cutres que solo montan coches y microchips diminutos y ha inventado algo que nos abre las puertas al verdadero futuro; a ese que anhelábamos y que iba a marcar un antes y un después en la historia de la humanidad. Y es que han inventado... ¡El fluido vaginal con luz!

Tal genialidad imprescindible de ahora en adelante, llamada “Passion dust” ha sido creada por la compañía Pretty Inc y consiste en una simple cápsula que se introduce en la vagina de la mujer (claro) un rato antes de un coito (suponiendo que ella tenga claro que va a tener un coito asegurado, ya que de otro modo, la cápsula es irrecuperable) y ésta libera una serie de productos, entre ellos colorantes, purpurinas, azúcares y aromas artificiales (porque la purpurina es natural, se sobreentiende) que dota a sus normalmente aburridos fluidos íntimos un brillo inigualable y un sabor inimitable. ¿Se puede pedir más? 

Supongo que algunos inconformistas estarán mirando el lado negativo del invento, como que puede producir desajustes hormonales, asma, infecciones, facilitar la propagación de enfermedades venéreas... Pero en mi opinión y siendo algo optimista, creo que no debemos dejar que cuatro tonterías ensombrezcan algo tan maravilloso como una vagina con lucecitas.

El futuro está aquí y es hora de meterse en él.

jueves, 17 de agosto de 2017

Jevis (paternidad 47)


Ser padre es fuente de novedades y experiencias continuas. Normalmente se trata de pequeñas cosas; pequeñas cosas enervantes y agotadoras que le hacen pensar a uno que ha errado su camino en la vida y que la muerte va a ser su única salvadora a esta existencia de trabajo duro, estrés emocional y una vida familiar enervante hasta el punto de descomponer el sistema nervioso central. Pero a veces pasan cosas que a uno le hacen pensar. Y en mi caso escribo lo que pienso y no contento con eso, lo publico aquí con la sana intención de ilustraros con mis experiencias. Pero voy al lio.

Cuando no era más que un preadolescente lleno de granos y con un físico semejante al de un crustáceo decapoda dendobranquiado, las puertas del valhalla se abrieron y fui bendecido por los dioses con el don de poder sentir el metal. El verdadero metal. Y desde entonces fui asiduo comprador de cedeses de saldo de Iron Maiden y asistente a conciertos y festivales de toda índole que... Bueno, no de toda índole, ya que si algo no sonaba todo lo jevi que debiera, tenía todo mi asco y desprecio desde lo más profundo de mi cromado corazón.
Y al principio molaba mucho; había encontrado mi lugar en el mundo, mi identidad, mi gente (o hermanos del metal, como me gustaba llamarlos) y de todas las experiencias posibles, la más gratificante era la de los festivales. Jevis por miles, música, bandas a tutiplén, polvo, pelos, mugre... El summum de ser jevi, vamos.
Algunos años después la cosa cambió. Tal y como me iba adaptando al mundo real, conocía a gente no jevi y básicamente maduraba, los festivales dejaron de ser mi única referencia posible y comenzaron a perder fuelle. Los cámpings me parecían agotadores, el sol me quemaba cada vez más, los grupos que no me gustaban eran una pérdida de tiempo...
Finalmente dejé de asistir a festivales y conciertos salvo de forma muy esporádica y siempre que quedaran cerca de casita. Es lo que se llama ser viejo, estar cansado de todo y sentir como la apatía de la vida te consume. Pero entonces llegó el Leyendas del Rock, el cual no solo es uno de los grandes festivales jevis de este país si no que además me queda al ladito de casa. Pero al ladito ladito, de ir y volver con el coche en un momento.
El Leyendas le dio un nuevo sentido a ir a festivales. Podía coger el coche, ir a ver a los grupos que me gustaban, volver a mi casa a cenar y de vuelta al festival si luego me apetecía. Había llegado al control absoluto del cuerpo sobre el concierto. Había alcanzado la perfección. Pero lo raro estaba aún por llegar. Y ahora comienza la entrada de verdad.

Este año decidí dar un paso evolutivo lógico y no solo ir al Leyendas como llevo haciendo desde hace tres o cuatro años: Ir acompañado por mi hija mayor que tiene siete años, casi ocho, y ello significa que está preparada moralmente para mezclarse entre las gentes del metal y además (punto clave), no paga entrada todavía. Y allí estábamos, padre e hija, caminando entre melenas que giraban cual molinillos de pelo, gente saltando, brazos rematados con puños terminados en cuernos... La cosa parecía hacerle gracia al principio pero al poco ya me pidió ir a dar una vuelta por las instalaciones "a ver que había" y yo pensé "que quieres encontrar aquí, una ludoteca" y efectivamente llegamos a la ludoteca del Leyendas del Rock. ¡¿?!
Situada en un lugar privilegiado del recinto, a la sombra de altos olmos y con bar y aseos (limpios) propios, la ludoteca era una zona de columpios con monitores y mesas de actividades en las que los padres jevis podían dejar a sus retoños mientras iban a beber como cosacos o a sacrificar gente para invocar demonios del infierno. Yo, en cambio, decidí sentarme en una sillita a reposar el alma y observar a los niños con camisetas de Motorhead tirarse por el tobogán. Y entonces, de pronto, mirando a mi alrededor, tuve una de esas revelaciones que empiezan con un tempus fugit.
De pronto me di cuenta de que yo era un padre. Un padre que había acudido con su hija a un concierto y que había acabado relegado a unos columpios donde se oía de fondo a los Tankard berrear como bestias. Y a mi alrededor otros padres y sobretodo madres en la misma situación que yo nos observábamos de reojo, como apoyándonos en nuestro estado, como hermanos... hermanos del metal de nuevo, como cuando todavía estaba en mi fase gamboide. Y de pronto me sentí vivo y libre. Yo, el raro entre los raros había encontrado mi lugar en unos columpios de un festival, sentado en una silla de plástico y con un granizado de limón en la mano. Por fin, después de tantos años podía relajarme. Pero poco iba a durarme la tranquilidad, pues una terrible paradoja se estaba acercando a mi para ensombrecer ese instante de iluminación.

Reconozco que me cuesta fijarme en las cosas y darme cuenta de lo más elemental que pueda haber a mi alrededor, pero al final uno capta las señales y se entera de que algo pasa. Una madre me sonrió. Una chica algo más jóven que yo, con una camiseta negra y mallas me miró y sonrió aprovechando que yo estaba dirigiendo mi vista a los precios de los polos y me la crucé por el camino. También le sonreí. Mirada y sonrisa cómplice de quien se ve en una situación extraña pero se consuela pensando que no es el único. No se repitió, pero poco más tarde, cuando me acerqué a la niña a decirle que se estaba haciendo tarde, pude notar como otra madre, una pelirroja alta y pecosa me lanzó otra mirada la cual no pude esquivar y hubo otro intercambio de sonrisas. Me sonrió la monitora y otra madre, esta última más entrada en años pero que causó el mismo efecto extraño en mi. Llevaba veinte años asistiendo a festivales y nunca, jamás, me había comido una rosca. ¿Podría ser que el cambio de situación al haberme convertido en un hombre maduro acompañado por su hija hubiera cambiado mi suerte? Podría parecer algo positivo pero el ir con la niña me impedía a su vez cualquier tipo de acercamiento. ¿Era eso justo?
Decidí tomar la vía cobarde y largarme de allí cuanto antes con la excusa de que se iba a hacer de noche y no llevo luces delanteras en el coche ya que es un modelo antiguo, pero por el camino encontré más muestras de afecto por parte de chicas, ya no tan madres que me veían pasar de la mano de mi pequeña. Y sé lo que pensaban. Pensaban "oh, mira que padre tan apuesto solo con su niña, seguro que es soltero, o viudo, a saber cuánto tiempo llevará sin tocar a una mujer" y no soy soltero ni viudo, pero no irían tan desencaminadas con lo otro así que aceleré el paso porque si hay algo peor que no ligar es ligar y no poder entregarse al amor. Traté de evitar las miradas pero resultaba imposible; era como si el mundo entero se hubiera detenido para verme pasar. Comencé a cojear pensando que si fingía un defecto físico parecería menos atractivo pero solo logré empeorar las cosas "oh mirad a ese atractivo padre viudo que quedó herido al salvar a su hija de algo horrible, vamos a hacer que olvide su dolor" y por los pelos logré salir de ese lugar repleto de miradas lascivas que prometían felaciones eternas a ritmo de Slayer y Pantera.

El año que viene vuelvo.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Regalos de mierda (18 de 284)



Son las siete de la tarde. Empieza a oscurecer. El niño está sentado en su cuarto, en penumbra, mirando por la ventana con expresión sombría. En el parque de enfrente de su casa los niños juegan y ríen. Niños despreocupados, acompañados de sus madres, tirándose bolas de nieve y comiendo helados de fresa en una envidiable armonía. El niño les envidia. Envidia de la mala. De la de odiar. De la de desear desintegrarse y reencarnarse en un crio normal con una madre normal. 

La puerta de la habitación se abre. La madre asoma la cabeza y se fija en la figura agazapada y torcida de su hijo. Éste la mira con los ojos vacíos de emociones, creando una zona negativa entre ellos que a duras penas deja pasar el aire y propagarse el sonido. A pesar de ello la madre se esfuerza en hacerle llegar su voz.

-¿Estás bien, hijo mío...? Te noto algo obnubilado, triste, melancólico, taciturno, abatido, afligido y umbrio.

-Necesito un cerebro-. Responde el niño tras unos segundos de silencio.

-¿Como el espantapájaros de Mago de Oz? ¿O como Aníbal Lecter?

-Como ninguno de los dos, mamá. ¿Estás loca? Necesito una reproducción de un cerebro humano para clase de anatomía neuronal avanzada y no he hecho nada porque me tienes amargaaaadooo...

-¿Anatomía neuro qué? Pero si solo tienes...-. Comienza a decir la madre pero el niño la interrumpe.

-Voy a suspender tanto que me van a bajar dos cursos y volveré a...

-No te preocupes hijo mio-. Dice la madre resuelta. -Te conseguiré ese cerebro.

Lo siguiente que el niño ve es a su madre cruzando el parque derribando niños, apartando carritos a patadas y adentrándose en el bosque más ocuro que ninun ser humano haya visto jamás. En dirección al bazar chino del otro lado, sin duda.

A la mañana siguiente un rayo de sol entra por la ventana y se clava en el ojo izquierdo del niño, que al abrirlo, se encuentra con una cajita a su lado. No con poco miedo la abre y contempla con estupefacción, asombro, pasmo, desconcierto, conmoción, estupor y consternación lo que contiene.