viernes, 22 de mayo de 2015

El consultorio testicular. Consulta 11



Aunque parezca increíble, otro valiente ha acudido a mí en busca de ayuda y orientación a este consultorio y, como no, yo siempre estoy dispuesto a facilitar la existencia de mis lectores. Y como tengo poco tiempo, paso a la carta.

Hola Capdemut, soy una mierda.
Capdemut soy una mierda y tengo un problema. Yo era un hombre casado con una esposa maravillosa y varios hijos hasta que un día, paseando por una avenida de la periferia de mi ciudad, una chica que hacía futing me guiñó un ojo. Desde entonces no dejé de pasear por ese lugar a ver si me la encontraba otra vez, me obsesioné, me compré unas mallas ridículas y una gorra con botellita de agua de esas con un tubo para beber sin pararse, un pulsímetro, unas deportivas de 200€… Pero nunca la he vuelto a ver. Por culpa de mi obsesión mi mujer me ha dejado, mis hijos ya no me quieren y ayer mi perro me mordió cuando iba a acariciarle.
Lo que quiero no es recuperar a mi familia, que me han demostrado ser todos unos ingratos, sino ligarme a una de esas chicas en mallas con las que me cruzo todos los días para volver a formar otra familia y repetir el ciclo vital. Pero no sé por dónde empezar. ¿Algún consejo para ayudarme en tal tarea?
Gracias de antemano Capdemut. Eres mi puto dios.

Querido amigo sin nombre. Ante todo gracias por confiar en mí y, sobretodo, por escribir sin faltas de ortografía en cada palabra, porque me pone muy nervioso y ayudo mal. Lo que te sucede es muy común, pues las chicas en mallas llevan rompiendo matrimonios desde la invención de éstas (las mallas, no las chicas); y aunque no lo creas, es muy fácil hacerse con una (una chica, no una malla) siguiendo una sencilla pauta cromática. Me explico.

Las personas que salen a correr lo hacen básicamente por asco a sí mismos. Es decir, no se gustan cuando se miran al espejo y hacen ejercicio con la esperanza de optimizar sus cuerpos. Tienen, por norma general y por lógica, una baja autoestima; y por lo tanto son accesibles para casi cualquier desesperado que se les acerque. El problema es que a medida que sus ejercicios avanzan y por eso de la superación, el esfuerzo y la quema de grasas, esa autoestima va aumentando gradualmente hasta que se convierten en seres perfectos, seguros e inalcanzables para hombres como tú, y en menor medida como yo.  Y ahora te preguntarás cómo saber en qué fase de desarrollo personal se halla cada una. Y como he dicho arriba es una cuestión cromática. Ahora sí lo explico.

Cuando una chica sin autoestima y que no se gusta y que odia su cuerpo (aunque puede estar como un queso pero recordemos que esto a veces no tiene nada que ver) decide salir a correr en mallas, siempre elije unas negras. El color negro no solo adelgaza sino que impide distinguir formas, curvas y vibraciones, sobretodo en movimiento. Luego, a medida que la chica va ganando confianza en sí misma, va cambiando a colores cada vez más claros. Azul marino, verde encina, rojo, naranja amarillo… Hasta llegar al blanco. Una chica con mallas blancas es inalcanzable, intocable y cualquier intento de llegar hasta ella se traduce en desprecio y violencia psicológica y física al chocar contra su aura de energía. ¿Qué hacer entonces? Olvidarse de las chicas con mallas claras e ir a por las que llevan mallas oscuras. Negras  a poder ser y luego, con el tiempo, ir bajando de tonalidad, según como vaya la cosa.

Así que ya lo sabes, querido amigo. Si sigues esta sencilla pauta, nada puede fallar. A no ser… Que esa chica con mallas negras a la que le entres descaradamente sea en realidad una mallas blancas con el periodo menstrual, en cuyo caso además de chocarte con su aura de superioridad emocional, te enfrentarás a su estado hormonal alterado y puede que sea lo último que hagas en tu vida.
 
Mallas azul celeste... Mejor la dejamos pasar.
Y hasta aquí. Recuerdo a todos los lectores que cualquier cosa (digo cualquier, pero solo respondo a temas así de índole sexual porque son los que más se leen) puede mandarme un mail a capdemut@gmail.com con la frase “Hola Capdemut soy una mierda” en el título del mismo, para distinguirlo de propaganda electoral y amenazas de muerte y no borrarlo directamente.

jueves, 14 de mayo de 2015

De perretes y gatetes





Hace no demasiado tiempo, hablando de cosas banales con unos amigos en una de esas conversaciones que parece que no van a llegar a ninguna parte, una amiga ya de cierta edad nos contó una historia curiosa:

Resulta que cuando ella era todavía una niña tenía un perrito al que quería mucho, pero un buen (mal) día, un coche lo atropelló ante sus inocentes ojos. Su mascota estaba moribunda y ella lloraba mucho, así que su padre lo metió en el coche y se la llevó al veterinario más cercano mientras ella esperaba con su madre a que llegaran buenas noticias. Y llegaron. Vamos pero vamos si llegaron.

A la media hora volvió el padre sin el perro pero con una sonrisa de oreja a oreja. Le contó ante la cómplice mirada de la madre que su perrito se encontraba mucho mejor pero que había decidido quedarse a vivir con el veterinario porque éste tenía un campo muy grande con muchos perros y sin ninguna carretera cerca donde pudiese volver a atropellarle un coche.

Todos guardamos silencio al terminar la historia y nos miramos consternados. Ella estaba tan campante, ignorando la terrible verdad que se ocultaba tras la onírica escena del perrito corriendo por el campo elíseo. Y tuve que hacerlo yo.

-Estooo… ¿No te has fijado en que eso del campo grande es el eufemismo que utilizan los padres para que sus hijos no se enteren de que sus mascotas se mueren? ¿Te das cuenta de que tu perrito falleció en ese atropello y que lo que hizo tu padre fue ir a tirarlo al contenedor más cercano? ¿Eres consciente de que ese animalillo con el que jugabas acabó descomponiéndose entre toneladas de basura acumulada en algún bonito valle de una zona rural*?

Y entonces ella bajó su vista al suelo, avergonzada no solo por no haber visto la verdad en su día, sino por haberse autoengañado todos esos años y encima haber tenido la poca vista de contarlo en público y ser humillada. Y lo dejo aquí, que ya empieza a dar pena la chica y no quiero cebarme con ella. Aunque lo merece.

Pero. Justo después de haber terminado con su moral, un recuerdo vino a mi mente de repente, como un fogonazo de luz que se estrella contra ese gilipollas que iba saltando travesaños de vía sin fijarse en que venía el tren por detrás. Y recordé una vez en que mi gatito se cayó de la azotea de mi casa y me aseguraron que lo había recogido mi vecino (que tenía una carnicería) y que ahora ya no quería volver a casa porque allí tenía comida y leche infinitas y que iba a vivir una vida maravillosa y que no podía ir a verle porque ya sabes cómo son los gatos que a los cuatro días ya ni se acuerdan de ti. 

Y recuerdo que pensé: “Joder, qué bien le ha venido a mi gato caerse de un cuarto piso”


*Digamos NO a las operaciones especulativas de los vertederos.

sábado, 9 de mayo de 2015

Camino (Paternidad 35)





El coche avanza suavemente sobre la bien asfaltada carretera que conduce al futuro. No hay curvas pronunciadas, cambios de rasante ni obstáculos a la vista. A mi lado mi mujer consulta un mapa que tiene cogido del revés y detrás las niñas molestan. Nº1 no para de preguntar cosas sin parar mientras que Nº2, viéndose incapacitada para el habla, se limita a gruñir y sollozar. Y así, en la armonía de la familia, transcurre el camino.

Pero de pronto mis ojos se fijan en algo. Un camino secundario sin asfaltar a la izquierda aparece repentinamente. Es estrecho y polvoriento, lleno de pendientes y baches y su final se pierde entre rocas y matorrales altos. Y entonces mi corazón comienza a bombear sangre a un ritmo frenético, mientras la adrenalina recorre mis arterias. Miro hacia ese camino y aprieto el volante con fuerza. Sin ser del todo consciente de ello, mi cerebro comienza a imaginar descensos impresionantes, ríos que cruzar, barrancos que saltar, montes turgentes que explorar, valles profundos y húmedos en los que adentrarse y otras muchas situaciones prohibidas, convenciéndome al instante de que eso es exactamente lo que necesito para seguir existiendo.

Con el dedo anular empujo ligeramente hacia abajo la palanca del intermitente para indicar que voy a girar y en ese momento mi mujer baja el mapa y me dice eso de “Por allí no es” y yo le respondo emocionado que “Yo creo que sí”. Y ella “que no”, yo “que sí”, las niñas haciendo ruido y el mapa y el “que no” y el “pues sí” y el “papá tengo pipi” y los gruñidos en crescendo convirtiéndose en llanto y esa sensación de que lo malo no es tomar el camino equivocado y perderse, sino el perderse el camino equivocado.

Y el camino hacia un destino incierto queda atrás, la carretera asciende ligeramente hacia el horizonte y como el sol está bajo y empieza a molestar, tengo la excusa perfecta para ponerme las gafas de sol y ocultar las lágrimas que humedecen mis ojos.

martes, 5 de mayo de 2015

Otra entrada de esas



Hace ya algunos años, cuando comenzaba mis andaduras por este mundillo bloguero, un amigo no muy cercano me hizo un comentario casual acerca de mi tendencia a perder siempre en los juegos, utilizando la frase “Ahora entiendo lo del berberecho”, en clara alusión a ésta entrada del blog. Le miré y le sonreí sin responderle, pero bajo mi aparente tranquilidad bullía un mar embravecido de dudas. Hasta ese momento había estado escribiendo como si internet estuviese al alcance de “otros”, pero que me leyera alguien cercano físicamente me desconcertaba. Y medité mucho sobre el tema.


Los blogs son un excelente medio para expresarse. Son el refugio ideal de periodistas frustrados, escritores frustrados, editores frustrados, profesores frustrados y en definitiva, de gentes frustradas que buscan un medio para desarrollarse y, con un poco de suerte, encontrarse con un público que sepa apreciar su talento y trabajo. Pero yo… ¿Qué mierdas estoy haciendo? Me refiero, por supuesto, a éste blog; en el otro hay una temática definida (los juegos y mis experiencias con ellos) que puede interesar más o menos a cierto sector de los internautas… ¿Pero esto? ¿Esto qué es?


Pero toda esta reflexión no viene por nada. Viene porque hace poco conocí a alguien, una chica además, que me aseguró que estaba leyendo el blog desde el principio. “Estoy leyendo tu blog. Voy por el 2012” me dijo exactamente, y un escalofrío terrible recorrió mi médula espinal. Y aseguro que no era la primera vez que me lo decían; he recibido correos anunciando tal gesta o asegurando que ya había sido llevada a cabo; pero el tener a esa persona frente a frente me hacía sentir, no voy a decir avergonzado ya que estaría exagerando, pero sí ligeramente expuesto, desnudo, violado, sodomizado… No sabría elegir la palabra adecuada.


Y una vez más me he planteado eso de si merece la pena escribir al tuntún, plasmar mis idioteces aquí, al alcance de cualquiera, sin una meta definida, sin un objetivo que cumplir, sin nadie a quien ayudar más que a soltar alguna risa tonta burlándose de mí y mis cosas. Me he preguntado si esto realmente es un intento desesperado de alimentar mi ego a cualquier costa o solo estoy perdiendo el tiempo y la vista frente a la pantalla de un ordenador esperando a que los dioses de google decidan borrar ya de una vez toda esta basura que pone la gente y que les den. Y como no, he colocado el cursor sobre esa frase escrita en azul que reza “eliminar blog” y he apoyado un dedo tembloroso sobre el botón del ratón, quedándome sin fuerzas para apretarlo. Como un suicida cobarde.