jueves, 19 de junio de 2014

-Hombre, Capdemut, qué tal.
-Hola, persona anónima de mi entorno laboral.
-Que... ¿Vas a ver el partido de esta noche?
-¿Qué partido?
-Iiiiiiiiiiiiiiiiiaaaahhhhhhh!!!!! 








-Joder, ya van cuatro hoy.


martes, 17 de junio de 2014

La oveja de las eras (Cuento infantil)

Decido retomar esta sección dedicada a los cuentos que voy creando para mi hija, pero añadiendo el cambio de que ella ya e smás mayor y éstos deben ir evolucionando con ella. El que presento a continuación, a pesar de ser un cuento tradicional con animales que hablan, trata temas como el envejecimiento, el guardar secretos y la eternidad, cosas no demasiado asimilables por los niños pequeños. Avisados quedáis, cuentistas varios.



Érase una vez un joven pastorcillo que vivía con sus padres en la ladera de una montaña, junto al bosque. Tenían un rebaño de doscientas ovejas y entre todas ellas estaba Blanquita, que pronto se convirtió en la favorita del pastorcillo; era más blanca y suave que las otras ovejas y sin duda más inteligente y siempre acompañaba al pastorcillo donde éste fuera.

Los años pasaban y el pastorcillo se convirtió en un hombre y se hizo cargo del rebaño cuando sus padres ya no pudieron. Las ovejas iban y venían, algunas eran vendidas o compradas y otras se hacían viejas y morían mientras que nacían nuevas, pero Blanquita seguía allí, junto al pastor y con el mismo aspecto de siempre.

Llegó un día en el que el pastorcillo, convertido ya en un anciano de cabellos blancos, estaba sentado bajo el tronco de un árbol. Estaba viejo y cansado y sabía que no habiendo tenido hijos, pronto tendría que vender el rebaño. Entonces miró a Blanquita, que estaba junto a él y le dijo:
-¿Cómo puede ser? ¿Cómo es posible que en todos estos años seas la única que no ha envejecido?
El pastor le acariciaba la cabeza sin esperar respuesta a su pregunta, pero para su sorpresa y seguro la de cualquiera que hubiese estado allí, la oveja le respondió.
-Yooo teeengo uun secreeeto. –Le dijo, con un fuerte acento ovino. –Yo seee coomo viviiir paara sieeeempreeee.
El pastor se levantó de un salto. No sabía qué le sorprendía más, si el hecho de que la oveja hablara o la certeza de que existiera tal secreto.
-Cuéntamelo, por favor, Blanquita. Siempre hemos sido amigos y te he tratado muy bien. –Le suplicó el pastor.
-Noo pueeeedo. Es un secreeeetoo. –Le respondió Blanquita.
-Por favor, mírame. Soy viejo. Ya no puedo seguir así, cuidando de vosotras. Por favor, ya me queda poco tiempo, no me dejes morir.
Las palabras del pastor enternecieron aún más la ya de por si tierna carne de la oveja y miró al suelo.
-Muuuy bieeeen. Sígueeemeee.
Y Blanquita guió al viejo pastor hasta el bosque, donde éste la seguía con dificultad pero con determinación hasta que llegaron a un pequeño claro donde manaba un hilillo de agua de entre unas rocas y formaba un pequeño estanque en el suelo. Tal como le indicó la oveja, el anciano se inclinó y bebió de esa agua que estaba fresca y limpia. Cuando se vió reflejado en el agua, el pastor no podía creérselo; volvía a tener veinte años. Acariciándose el rostro con ambas manos se volvió hacia Blanquita.
-Muchas gracias amiga mía. Mírame. Soy jóven de nuevo. Podré seguir trabajando; podré tener hijos; podré… -Pero la oveja le interrumpió.
-Reecueeerda sieempreee, pastoor. Eeesto eees un secreeeeto. No deeebeees contaaarselo a nadieeee. Nuuncaaa.
-Descuida. Será nuestro secreto para siempre. –Respondió tajante el pastorcillo.

Y pasó el tiempo y el pastorcillo un día decidió bajar al pueblo a comprar, como hacía a menudo, cuando se encontró, ya de regreso, a sus viejos amigos sentados en un banco. Pasó junto a ellos y éstos no le reconocieron, como es natural; y al mirarles el pastorcillo sintió lástima al recordar cómo había sido él mismo hacía poco tiempo. Tan compungido se sintió, que no pudo resistirse y les dijo quién era.
-¡No es posible! –Exclamaban los ancianos. -¡Nadie puede rejuvenecer así!
Y cuanto menos se lo creían, más se afanaba el pastorcillo en tratar de demostrarles la verdad, hasta que, valiéndose de vivencias comunes que nadie más podía conocer, los ancianos le creyeron y le imploraron que les revelara el secreto.
-No puedo decíroslo. Prometí que guardaría el secreto. –Les dijo.
-¿Pero cómo puedes hacernos esto? Míranos. Hemos sido amigos. Hemos compartido la vida. ¿Cómo vas a poder vernos morir sin ayudarnos? –Le imploraron.
Y el pastorcillo, viéndose a sí mismo reflejado en sus ancianos ojos, decidió llevarles hasta la fuente mágica.

El viaje fue largo y penoso, pero al final llegaron al lugar donde estaba la fuente, aunque en lugar del chorro de agua cristalina del que él mismo había bebido, solo había un charco fangoso. Los ancianos al verlo se enfurecieron, pensando que el pastorcillo les había engañado después de todo y se marcharon por donde habían venido. El pastorcillo no entendía nada y cuando se miró en el charco, descubrió que no era su rostro el que se reflejaba en él, sino el de una oveja de lana tan blanca como la nieve. Asustado, el pastorcillo-oveja retrocedió, y entonces se encontró con Blanquita, que le observaba desde unos matorrales.
-¿Queee haa pasaadoo? –Le preguntó el pastorcillo-oveja a Blanquita.
-Haas revelaado el secreeeto. –Respondió ésta con serenidad. –Al iguaaal que hice yooo haaace muuucho, cuaaando todaviiia eera humaaano, cooomo tu. Ahooora estaaamos condenados a éesto para sieeempreeeee.

Y así, la oveja que antes fue pastor antes y la oveja que debió ser alguna otra cosa tiempo atrás se alejaron de la fuente de la juventud, de la que comenzó a manar un hilillo de agua limpia mientras éstas caminaban de vuelta al rebaño al que pertenecerían por toda la eternidad.

miércoles, 11 de junio de 2014

Me cago en... los "boxers"



Si hay algo que desafía toda lógica de inteligencia y evolución en nuestra especie, eso son los calzoncillos larguitos, también llamados “boxers” (anglicismo al canto). Hubo un tiempo en el que se llevaban esos calzoncillos que se limitaban a sujetar el paquete en su sitio y con el tiempo iban cogiendo holgura y volviéndose más y más cómodos a la par que mugrientos. Hasta que llegaron los nuevos modelos que, claro está, convirtieron a los de antes en prendas “de viejo” o de “friki”. Y llamadme viejo o friki o incluso friki viejo, porque a mí los nuevos no me gustan nada.

Puede que sea por mi profesión, pero cuando me coloco uno de esos modernos boxers y llevo conduciendo más de media hora, la tela destinada a sujetarse a las piernas se va deslizando hacia arriba y me estrangula las ingles con tanta fuerza y durante tanto rato, que cuando bajo del camión tengo las piernas tan hinchadas que parezco un futbolista y los niños vienen a pedirme autógrafos y hacerse fotos conmigo y no; tampoco me gustan los niños, debo reconocerlo.

miércoles, 4 de junio de 2014

Cursos del INEM: Un análisis sociocultural por el Dr. Testículo



Hace muy poquito me topé con un colega que me comentó que estaba parado (lo raro sería lo contrario en estos tiempos que corren) y que hacía un cursillo del paro de nosequé cosa. Parecía desanimado y yo, que me gusta que mis amigos estén siempre de buen humor (por si hay que pedirles favores y todo eso) traté de hacerle ver el lado positivo de esos cursos utilizando palabras y frases tales como “aprendes, conoces gente nueva, pasas el rato…” pero él, cerrado en banda sentenció mis esfuerzos con un tajante “Los cursos del paro no sirven para NADA” Y así, obligado a recurrir a esos rincones oscuros de la memoria en busca de ayuda, me encontré con un recuerdo de una vez en la que yo mismo asistí a un curso del paro.

Tendría yo unos 25 años; recién llegado al pueblo donde actualmente resido y sin trabajo, acudí voluntario a un curso de Onfimiérdica o algo así para aprender, conocer gente nueva, pasar el rato… Y bien. El curso era poco instructivo, conocí a poca gente y me aburrí, pero se terminó y volví a mi vida normal. Hasta que un buen día me topé en una cola (de Correos creo recordar, pero no me hagáis mucho caso) con la que era la tía buena del curso. Como ya sabréis, en todos los cursos, reuniones, viajes de autobús o lo que sea, hay una chica que es galardonada con el título de “Tía buena del…” ya sea por derecho propio o por falta de competidoras directas. Pues bien, esta chica no era mi tipo, al menos cuando yo tenía 25 años, ahora he ampliado tanto las miras que casi me da miedo pensar en quién es mi tipo, pero, y volviendo al tema, la muchacha estaba muy bien a pesar de no serlo. Era morena, rasgos marcados, ligeramente fibrada pero sin llegar a parecer un travesti y con un buen gusto por las faldas altas y los escotes bajos. Y nos pusimos a hablar de esas cosas con las que uno habla en ascensores, gasolineras y en general con la gente que nos vemos obligados a hablar. Que si “Menudo calor/ Claro es julio, es lo normal” que si “¿Todo bien/ Bien, y tu/ Bien y tu…” cuando me doy cuenta de que a la muchacha le asomaba un pezón por encima del ajustado escote que se había puesto; no todo, hay que decirlo, pero una buena parte si. Y es lo que pasa. Uno no quiere mirar pero sus globos oculares no le responden y eso puede crear una situación embarazosa al notarlo ella; porque si hubiese sido una amiga, amiga, se le dice, ella se recompone la ropa y punto, pero siendo una conocida y poco queda raro. Lo ideal en estos casos es llevar gafas de sol para que nadie vea hacia donde apuntan tus pupilas, pero como no tenía, fingí que me picaba el puente de la nariz (entre los ojos, donde empieza, que todo hay que explicároslo, coño) y así, rascando rascando hacía visera para no verla más abajo del cuello, por lo que pude seguir con la conversación. Que si “Encontraste trabajo después del curso/ Yo no, y tu/ Tampoco” que si “Pues vaya mierda de curso/ Al final no nos sirvió para nada/ Bueno yo te he visto un pezón/ Que/ No, nada” y así la conversación se iba alargando tontamente hasta que noté que de tanto rascarme me resbalaban ya dos goterones de sangre por la cara y decidí cortar por lo sano para irme a mi casa a curarme. Y hasta aquí el recuerdo.
Y ahora las conclusiones:
 
Conclusión1: Siempre hay que llevar gafas de sol por si acaso.
Conclusión2: Los cursos del paro sí que sirven para algo, a veces.
Conclusión3: Si estás hablando con un amigo y te abstraes durante mucho tiempo con un recuerdo, éste se va y te deja solo en medio de la calle con cara de idiota. A no ser que lleves gafas de sol, en cuyo caso pareces un ciego que se ha perdido.

¡Cuidado señorita que le asoma el movil!

lunes, 2 de junio de 2014

El incidente de Belén 2 (Baltasar 2)



El rey negro se sumergió de nuevo en el caótico túnel del tiempo. No sería fácil encontrar a sus dos compañeros, pero por algún motivo, cualquier interferencia temporal dejaba un residuo que aunque débil, no resultaba imposible seguir. Viajó al pasado a toda velocidad; mucho antes del incidente de Belén, mucho antes de la existencia del hombre mismo, hasta que encontró un rastro familiar en el lugar justo donde Melchor atravesó el velo del tiempo.

Cuando lo encontró, la escena no fue demasiado tranquilizadora. El cuerpo magullado y ensangrentado del rey maldito parecía envuelto en un aura crepitante de energía mística que lo impulsaba a través del aire hacia una enorme bestia reptiliana que lo esperaba con la boca abierta. Melchor lanzó un grito desgarrado y estrelló su cuerpo como un proyectil contra el costado del dinosaurio, que chilló y se tambaleó aturdido por el inesperado golpe. Al maniobrar sobre sí mismo para no caerse, la escamosa cola del tiranosaurio atravesó el aire describiendo un círculo y se estampó contra Melchor, arrojándole destrozado a los pies de Baltasar.

El rey negro aprovechó la situación para devolver a ambos al túnel del tiempo mientras el depredador gigantesco olfateaba el lugar donde antes habían estado esos pequeños mamíferos.

NOTA: Tenía este relato algo abandonado (de hecho lleva un año de retraso respecto a la fecha prevista), pero tengo un motivo para este abandono: Esto me parece un mierda. La primera parte tuvo su gracia, pero esta no la lee ni el tato. Lo que pasa es que de vez en cuando me acuerdo y debo reconocer que me hace gracia escribirlo.