domingo, 28 de enero de 2018

De tiempo y navidades





Detengo el camión frente a la oficina de una fábrica. No estamos ni a febrero pero el calor es insoportable. El apacible clima alicantino. Abro la puerta con la esperanza de encontrar algo de brisa fresca, pero no. Bajo al suelo de un salto y me quito la camiseta, le exprimo el sudor y una vez escurrida me la vuelvo a poner. Ya aseado, me dirijo hacia la oficina.
Nada mas cruzar la puerta el frío me golpea. El zumbido de varios aparatos de aire acondicionado me revelan que alguien en el interior padece todavía más que yo por el calor, pero lo realmente inquietante es la decoración del lugar: Un árbol de navidad preside el centro de la sala de espera, cubierto de nieve artificial, guirnaldas y estrellitas. Las ventanas están decoradas con motivos navideños y felices años nuevos y encima del mostrador, entre nieve y papases noeles, descansa un plato con dos polvorones. Cuando me oye entrar, una sonriente secretaria con un gorro rojo luminoso 
me saluda. 

-Buenas tardes –me dice.

-Buenas… -le respondo.

-¿Has descargado lo de Mr. Stoneman?

-Justo.

-Pues ve rellenándome los papeles que te estábamos esperando.

Comienzo a firmar albaranes mientras tirito de frío y aunque sé que debería callarme, la extraña escena me impide mantener la boca cerrada.

-Veo que no habéis superado que se acabara la navidad… ¿Eh? –

Trato de parecer gracioso, pero el semblante de la secretaria se vuelve sombrío y un par de personas del interior de la oficina salen a mirarme muy serios. Los dos llevan gorros navideños.

-La navidad no termina hasta que uno no lo desea –me dice.

-Discrepo, pero no tengo demasiado tiempo para quedarme a discutir –le respondo algo intimidado.

-Entonces coge los papeles y márchate –me dice ya sin rastro de simpatía. –Pero llévate un polvorón.

Miro los polvorones y hay algo extraño en ellos. Incluso envueltos en el papelito se adivina un atisbo de decrepitud en ellos. Ningún polvorón debería sobrevivir hasta febrero. No los fabrican con esas intenciones y nadie sabe en qué se convierten pasado el 15 de enero.

-No. Creo que no me apetece ahora mismo porque… -comienzo a decirle hasta que una presencia nueva me llama la atención.

En la puerta de entrada hay un operario de la fábrica ocupando todo el hueco posible para salir. Dos metros y medio de altura por dos veinte de ancho. Botas desgastadas, pantalones agujereados, camiseta manchada de grasa y el gorrito rojo con luces en la cabeza.

-…pensándolo mejor me voy a llevar uno para el camino, jeje.

-Llévate los dos –dice el bruto. –Uno para le camino y el otro te lo comes ahora –sonríe y sus dientes están tan mellados que cualquiera creería que sierra el mármol con ellos.

Agarro los dos polvorones, que dejan una extraña mancha en el plato, como si su sola existencia desafiara todas las leyes referentes a la materia y ésta se hubiese replegado sobre si misma tratando de escapar de ellos. Me meto uno en el bolsillo y comienzo a desenvolver el otro. No sabría adivinar de qué color es. Lo acerco a mi boca. No huele a polvorón. No huele a nada que pertenezca a este mundo. La secretaria me mira, el grandote me mira, los dioses me miran. Me lo meto en la boca y sonrío. Todos sonríen y la puerta queda libre.

-Feliz navidad –me dicen al unísono.

-Fediz babidad –les respondo.

Subo al camión a la velocidad del relámpago y arranco el motor. Éste no me falla y me permite alejarme de cualquier mirada curiosa. Cuando estoy lejos, en medo del campo, saco la cabeza por la ventanilla y trato de escupirlo pero lo tengo pegado al paladar. Toso, me lleno la boca de agua, intento sacarlo con los dedos pero no puedo y comienzo a notar como algo extraño se apodera de mí. Algo oscuro y atemporal, algo de otro mundo que trata de apoderarse de mi ser. Desesperado salto por la ventanilla y me lleno la boca de gravilla, la mastico, la revuelvo en mi boca y parece que  funciona. Y allí, arrodillado en el suelo logro escupirlo. Luego saco el de mi bolsillo, lo tiro al suelo y lo muelo a puñetazos mientras grito eso de “muere maldito polvorón, regresa al lugar de donde nunca deberías haber salido”. Cuando termino con mi trabajo me relajo un poco, levanto la cabeza y veo a dos jubilados que estaban recogiendo setas observándome con los ojos como platos.

-Feliz navidad –les digo, y salen corriendo como liebres.

domingo, 7 de enero de 2018

Regalos de mierda (19 de 284)



-¿A que viene esa cara hijo mío? Parece como si hoy en clase todos tus compañeros se hubiesen burlado de ti.
-Es que es justo lo que ha pasado mamá. Hoy tocaba revisión médica y cuando nos hemos quitado la camiseta pata el examen de próstata todos me han dicho que para la edad que tengo estoy muy fofo, fláccido, sin tono muscular… ¡Soy una vergüenza de niño!
-¿Pero a dónde vas tan corriendo y llorando? No subas las escaleras así que te la vas a pegar.
Pero el niño no escucha los consejos de su madre y se encierra en su cuarto a expresar su dolor en soledad. La madre, mientras tanto, idea una plan para que su hijo recupere la forma sin tener que apuntarse a uno de esos antros de depravación y consumo de sustancias prohibidas que son los gimnasios.
A la mañana siguiente la madre entra en el cuarto del niño sacudiendo una tapa de olla con un cucharón. El niño se despierta con tal sobresalto que se le agarrota el brazo izquierdo como al padre de superman.
-¡Qué pasa!
-Tengo la solución a tus problemas de flaccidez justo al lado de tu ventana. Asómate y verás que sorpresón te llevas.
El niño, temeroso de qué pueda encontrarse allí, descorre las cortinas y contempla la obra de su progenitora.

 -Gracias mamá. Me habrás comprado también una pelota, por lo menos.
-¿Una qué?
-Déjalo mamá. Déjalo.

lunes, 1 de enero de 2018

Una de terapias alternativas.





Llego a la dirección indicada cuando ya ha caído la noche y me sorprendo al no ver ningún cartel en la entrada. Se trata de la puertecita de una pequeña casa de dos plantas con las persianas completamente bajadas. Miro de nuevo la nota arrugada que acabo de sacar de mi bolsillo y compruebo que efectivamente ese es el lugar. Dudo, pero el aire frío de la noche me impulsa a llamar al timbre. La única farola que ilumina ese sector de la calle parpadea y se apaga, como si fuera una señal de que algo anda mal.

La puerta se abre y entro a una especie de sala de espera poco iluminada. Huele fuertemente a incienso y a aceites, ocultando un ligero olor a sudor y orín. Hay silloncitos alineados contra la pared pero prefiero no sentarme y esperar de pie. Al poco, una mujer oriental embutida en un kimono oscuro aparece por el pasillo; es menuda y se mueve deprisa; me sonríe y sus ojos, apenas visibles, me examinan.

-Buenas taldes, usted sel…

-Capdemut –le respondo.

-Oh pelfecto, tu venil pol…

-Por eso de la acupuntura –le digo. 

-Oh si, pasa pasa a la sala.

Me acompaña hasta una pequeña habitación con una litera y estanterías abarrotadas de objetos en los que no logro fijarme. Reconozco que estoy un poco nervioso. Es la primera vez que utilizo este tipo de terapia, pero mi dolor de espalda es tan persistente que ya necesito probar cosas alternativas a los analgésicos y los masajes.

-¿Sel tu plimela vez? –Me pregunta casi leyendo mi mente.

-Si.
-¿Y que buscal? 

-Pues… He venido por el tema del dolor de espalda que…

-Ah dolol, pelfecto. Yo sel expelta en ello.

Por algún motivo no me siento cómodo con esa mujercita, pero sigo sus instrucciones, me quito la camiseta y me acuesto en la camilla.

-Tu tenel bonitos ojos –me dice mientras trastea con cosas de la estantería. –Y una buena musculatula abdominal.

Miro hacia abajo sorprendido pero me veo la barriga como siempre.

-Si. A ver si se van a doblar las agujas –le respondo tratando de parecer gracioso, pero ella no pilla el chiste.

La mujer comienza a sacar agujas de un blister y a realizarme tocamientos por partes estratégicas y a clavármelas por los brazos, los costados y la barriga. Duele, pero como he sido educado en una sociedad patriarcal en la cual los hombres somos el sexo fuerte y dominante, me reprimo de quejarme.

-¿Dolel?

-No mucho. Siento alguna molestia, pero no llega a ser dolor.

-Oh, tu sel un tipo dulo –me dice casi divertida. –Tu quitalte los pantalones.

La obedezco y comienza a clavarme agujas en los dedos de los pies, tobillos, rodillas y sigue subiendo. Dos lágrimas brotan de mis ojos y debido a la posición, se me meten en las orejas. La cosa se pone fea.

-¿Y ahola, dolel?

-Ahora un poco –le digo mientras pienso que “joder métete las agujitas por donde te quepan”.
Cuando termina de clavármelas pienso que mi tortura se ha acabado pero en lugar de eso, empieza la verdadera fiesta. Me pega una placa de metal en el costillar y con una pequeño taser, comienza a electrificar las agujas. Desconocía este método, pero con cada descarga me sacudo como un muñeco de trapo. No puedo reprimir más los gritos y ella parece satisfecha. No entiendo en qué me puede ayudar esta terapia tan chunga pero no puede durar mucho más.

-Esto ya estal –me tranquiliza ella. –Ya podel quital los calzoncillos.

-¿Quital que? –Le respondo en su lengua nativa.

-Calzoncillos. Yo claval agujas en testículos y glande pala final feliz. Tu espelal. Taldal un minuto.

Cuando la china sale de la habitación me levanto con tal salto que casi me estrello contra el techo y comienzo a arrancarme las agujas y a vestirme a la velocidad del rayo. Me asomo al pasillo y éste está vacío, con lo que salgo a la carrera y compruebo con alivio que la puerta de la calle está abierta. Salgo y dejo que el frío nocturno me abrace, como una madre protectora, como las olas a la arena. 

Miro a la pequeña puerta detrás de mí y me pregunto donde cojones me he metido. Ahora solo me queda darle las gracias al que me recomendó este sitio, a poder ser con los puños cerrados y los dientes muy apretados.

Así me veia yo de quedarme un rato mas en esa sala.