jueves, 24 de diciembre de 2015

Feliz navidad



Ya estamos aquí; ya hemos llegado. 24 de diciembre, víspera de navidad, el nacimiento del señor, el día más esperado del año por pequeños y adultos. Hoy es cuando muchos se levantan con ilusión, pues empiezan vacaciones, reuniones con familiares y amigos a los que no se veía desde… Y cuando se olvidan viejas rencillas, disputas, odios…Hoy es el día mágico en el que los verdaderos sentimientos, esos fraguados a lo largo de todo un año de lucha cuerpo a cuerpo contra la vida, se dejan a un lado y se sustituyen por amplias sonrisas que cortan los labios, apretones de mano a ritmo de gatling y buenos deseos que se desvanecerán al sonar las doce como en el cuento ese de la chavala que se tomó algo y alucinó en una fiesta.

Hoy es ese maravilloso día en el que pasear por la calle es como asistir a una mala obra de teatro amateur en cuya sala no hay puerta de salida y te la tienes que tragar toda enterita, cual actriz porno. 

Hoy es cuando nadie te regala nada y tienes que pensar “mi regalo es la vida” para no meterte en el horno y acostarte a dormir junto al pobre pavo.

Hoy es el día del testículo.

Feliz navidad.


lunes, 21 de diciembre de 2015

Regalos de mierda (parte 9 de 284)



El niño se despierta con un grito. Aparta a un lado las sábanas empapadas en sudor y llama asustado a su madre.
-¡Mamá, mamá!
-¿Qué te pasa, hijito? ¿Has tenido otra pesadilla? –Le dice con voz amorosa.
-Sí. He soñado que mi futuro era una mierda por culpa de un despertador chungo que me regalabas y que me hacían esclavo y… (Ver capítulo anterior de “Regalos de mierda”)
-Oh, pobrecito. Pero no te preocupes que mamá nunca te haría algo así. Es más… Acabo de comprarte un reloj que iba a reglarte por tu santo pero te lo doy ya.
Y entonces la madre toma a su hijo por la muñeca con dulzura y le coloca un bonito reloj.
-Aquí tienes. Para que nunca, nunca, nunca jamás vuelvas a preocuparte por la hora que es.
La madre le da un beso en la frente y se marcha, dejando a su hijo todavía en la cama y mirando su reloj con atención.


Al cabo de tres horas y viendo que no podía salir de su ensimismamiento le llevaron al hospital donde le recetaron antidepresivos. Y a correr.

miércoles, 16 de diciembre de 2015



Ella abrió el horno y se dejó embriagar por el aroma de la carne en su punto. Retiró la bandeja con cuidado, usando unas bonitas manoplas para no quemarse y se sirvió un buen pedazo. No había más comensales en la mesa, así que comenzó a comer con calma, deleitándose con cada textura y sabor que le ofrecía el cuerpo de su amante. Era su último acto de amor; salvaje, desesperado y tierno, como había sido su relación.

Él, en algún lugar del cosmos, era una mota de polvo que flotaba en medio de la inmensidad de corrientes energéticas; y se sentía feliz por haber vivido algo que otros no podrían ni soñar.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Porno, embustes y VHSs


Aqui vemos la época dorada de los videoclubes

Una de las cosas que más pena me está dando últimamente, es sin duda, la lenta pero imparable desaparición de los videoclubes. Al igual que pasó en su día con las salas de recreativas (y de las cuales se podrían hacer cienes de entradas), estos establecimientos de alquiler de pelis, se han visto superados por la tecnología y languidecen lentamente mientras esperan su inevitable final. Pero no quiero ponerme tristón, que al final me da el bajón, lloro y me pongo a destrozar todo lo que encuentro a mi alcance, y no es plan.

Los videoclubes, decía, formaban un ecosistema social que abarcaba desde niños obligando a sus padres a alquilarles la última de Disney, pasando por frikis de los ninjas y los robotes japoneses y hasta llegar a los expertos en cine de terror que se sabían al dedillo todos los títulos y nombres de directores y actores. Pero sin duda, si había una sección digna de mención, esa era la de cine adulto, o “porno” como se le suele llamar.

Al principio el mundo no era tal y como ahora lo conocemos. En esos tiempos no había internet con su porno a la carta y la única forma de ver a otras personas practicando sexo era meterse tras las cortinitas de los videoclubes a alquilar “una de esas” y salir de allí esperando no encontrarte con ningún vecino/amigo/familiar con la película en las manos. Hay que decir que normalmente ese vecino/amigo/familiar estaba ahí, y además era mujer, que da como más apuro, pero eso ya es otro tema.
Esto era lo que todos soñabamos con encontrar tras las cortinitas
Y ésto lo que había en realidad

Al principio, como decía, cuando todavía éramos menores de edad, teníamos que ingeniárnoslas para alquilar películas de ese tipo sin que nos llamaran la atención. Todo valía. Pintarse bigotillo con un rotulador, poner voz grave, alquilar veinte películas normales para que el tipo no se diese cuenta de que entre ellas había una “prohibida”… Incluso una vez alguien propuso robar el coche de su padre porque “si nos ven llegar en coche van a suponer que tenemos los 18”. Pero no hizo falta llegar a tal extremo, ya que todos y cada uno de nuestros planes anteriores funcionaba a la perfección, con lo que nos dimos cuenta de que simplemente al tipo del videoclub se la soplaba nuestra edad con tal de que su negocio funcionara. Y ahí comenzó una época dorada para nosotros.

En poco tiempo nos convertimos en unos sibaritas del porno. “Ésta tiene buena pinta, en ésta hay muchos brillos, en esta todas están operadas y eso no mola, es que este director ni fu ni fa…” Pero como pasa siempre, la emoción del principio se convirtió en rutina y lentamente fuimos perdiendo la ilusión por ese género cinematográfico.

Pero a pesar de eso yo seguía pasándome por el videoclub regularmente para ver las novedades, las nuevas tendencias, y esas cosillas. Y fue así como un día me topé con un título que me cautivó: “Follemon, las aventuras de Pollachu”. No me lo podía ni creer. Alguna poderosa productora de cine para adultos había decidido aprovechar el tirón de los Pokemones (los Digimon todavía no habían llegado) para expresar sus inquietudes sexuales, y eso había que verlo. Como no, alquilé la película, me la llevé a casa, la metí en el video y… Empezó una porno normal. Ni tipos disfrazados, ni poderes especiales, ni transformaciones espectaculares… Me habían timado. Y en algún lugar de Silicon Valley alguien se estaba tomando una cerveza a mi costa.

Devolví la película con rabia y regresé a mi vida normal (si a eso se le podía llamar normalidad), hasta que tuve una revelación divina. ¿Era posible que el tipo del videoclub se hubiera equivocado al elegir la cinta? Sin duda era una posibilidad, y más teniendo en cuenta la cantidad de referencias y códigos y polleces que les ponen. Y de ser así… ¿Iba a perderme Follemon por eso? Así que a la semana siguiente volví y la realquilé. “Ésta ya la has visto” Me dijo el videoclubero, a lo que yo le respondí con un “Qué más da si en todas pasa lo mismo” Y él se quitó el sombrero ante esa muestra de sabiduría. Llegué a mi casa, encendí el video y… Nada. Era la de la otra vez. Comprobé el título de la cinta y era. ¡Era! Me habían timado dos veces con la misma película. En algún lugar de Silicon Valley se estaban comiendo una paella a mi costa.

Devolví la película otra vez y me dispuse a pasar página en mi vida, hasta que una idea descabellada pero con cierta lógica me asaltó. ¿Y si las referencias a Pokemon no estuviesen en las escenas de sexo sino en los diálogos de en medio que todos pasamos a cámara rápida? ¿Y si con mi actitud poco respetuosa hacia los guionistas del porno me estaba perdiendo una pequeña obra maestra? Y fue así como la alquilé por tercera vez. “Esta ya la has visto dos veces” me dijo el tipo, a lo que yo le respondí que “Es que no me acuerdo mucho del final”, a lo que el señor volvió a ponerse el sombrero que se había quitado la semana anterior.

Fiestuki a mi costa.
Llegué a mi casa, puse la cinta en el video, agarré el mando a distancia e hice lo que jamás había hecho en mi vida: Pasar rápido las escenas de sexo (que por cierto ya me las sabía de memoria) y tragarme los trozos de hablar. Y no. Definitivamente no. En algún lugar de Silicon Valley alguien estaba comiendo gambas en un yacusi a mi costa. Y volví al videoclub. Derrotado. Desmoralizado. Frustrado. Me sentía impotente ante una industria pornográfica que podía pasarme por encima sin problemas. Pero juré que algún día me vengaría, y ese día ha llegado.

Amigos/as lectores/as de este blog… ¡No alquiléis Follemon, que es una estafa!
Y ya me he quedado más tranquilo.

martes, 1 de diciembre de 2015

De puertas y testículos (y hemisferios y academias)



Saber inglés es importante. Es nuestra segunda lengua (tercera para los que tenemos dos de base, cuarta para los de tres, y así) y hoy en día, era de las comunicaciones instantáneas y de palabros como “handycap” (tara), “mainstream” (a la moda) o, mi favorita “unboxing” (abrir una puta caja), es más necesario que nunca conocerlo. Pero no eso de los currículums de “inglés nivel medio” y que luego solo saben decir hola y adiós, no… Hay que saber inglés bien. Por lo menos, mejor que el presidente del gobierno (Rajoy en el momento de escribir esto y Rajoy también si lo leéis dentro de un mes o más).
¿Y a qué viene toda esta insistencia? Pues viene a ilustrar una pequeña cosa que me pasó el otro día y que a su vez servirá de excusa para meter uno de esos recuerdos de la infancia que tanta gracia me hace contar.
 
Pues resulta que iba yo paseando por el campo junto con un nutrido grupo de amigos (nutrido es que habían muchos, no que mis amigos sean nutrias) riendo y gozando de una alegre caminata, cuando un coche bastante elegante se paró a nuestro lado y en su interior dos jubilados sonrosados a más no poder empezaron a preguntarnos algo en inglés. Mis amigos dejaron de lado las risas y comenzaron a mirarse con cierto temor, aturdidos, sin saber qué les estaban diciendo ni qué responderles. Entonces yo, di un paso adelante, apoyé el codo en la ventanilla así en plan chulito y les dije con un correcto acento de Cornwall (el Albacete de Inglaterra): -Ifiuwantogoutodecastle… Iumustgoustraitajetillteendofderoad… Andenturnraituptodejill… Andiuillfainditcuic. Dicho esto los dos jubilados me dieron las gracias y partieron siguiendo mis indicaciones a lo que probablemente era una muerte segura. Y mientras tanto mis nútridos me felicitaban y admiraban por mi dominio del inglés. Y cuando me preguntaron que donde lo había aprendido, que si había vivido en Gran Bretaña y eso que se pregunta, y les conté mi terrible historia. 

Mi terrible historia
Cuando era niño yo vivía en un barrio bastante despoblado de niños de mi edad y ello, unido a mi natural falta de hacer amigos, hacían de mí un niño bastante solitario; cosa la cual me convertía a su vez en un crío imaginativo y capaz de crear sus propios juegos y divertimentos. Y uno de esos divertimentos era el “hacer la nave espacial” o, como lo llamaban los mayores “hacer el tonto con la puerta”, y os explico:
El juego consistía en abrir una puerta (preferiblemente la de la calle, para que todo el mundo pudiera ver cómo me divertía), agarrarme con una mano en cada pomo y con las piernas abiertas, balancearme de lado a lado imaginando cualquier chorrada fantástica y maravillosa.
Era algo así pero cambiando la barra por una puerta y a la rubia por un niño. Por lo demás, igual.

Total, que tanto hacer el tonto, una de esas veces se me resbalaron los pies y me di con el canto de la puerta en los testículos, quedando tendido en el suelo hecho una bola incapaz de articular palabra, hasta que mis padres me recogieron y me llevaron al médico. 

Una vez en la consulta, el doctor me examinó sin tocarme como solo saben hacer los doctores de pueblo y les explicó a mis padres que el golpe no era más que la típica contusión huevera de la que me recuperaría en unos minutos, pero que al mismo tiempo, me había golpeado un nervio que llegaba hasta la cabeza y que había estimulado el hemisferio izquierdo de mi cerebro de modo que a partir de ese momento iba a tener más facilidad para aprender idiomas, por lo que acabó recomendando a mis padres que me apuntaran a alguna academia de inglés.

Al cabo de una semana ya estaba yo dando clases extra de inglés con un profesor del que solo recuerdo su extraño bigote y su voz grave junto a unos compañeros con los que no me acababa de integrar. Pero el roce hace el cariño y al cabo de mucho tiempo me hice amigo suyo, haciendo un descubrimiento muy extraño.

El descubrimiento extraño.
En cuanto lo supe, corrí a decírselo a mis padres y se mostraron muy sorprendidos al saber que todos mis compañeros de academia, en algún momento de sus vidas, se habían dado un golpe o sufrido algún accidente que les había estimulado el hemisferio izquierdo. Una breve investigación hablando con los padres de algunos de ellos les llevó al punto en común de que todos habían acudido al mismo doctor que yo, el cual resultó ser… ¡El cuñado del tipo del bigote!
Y así se destapó uno de los casos de corrupción, tráfico de influencias y estupidez pueblerina más sonados de la región. Y yo, como no, me largué de la academia, pero me llevé conmigo todos los conocimientos adquiridos. Porque señores y señora, el tipo del bigote sería un jeta, pero inglés, sabía lo suyo.

Y hasta aquí otra de esas historias sin moraleja ni sentido. Una de esas que escribo por escribir y que si han logrado entretener a alguien ya me doy por satisfecho. Y ahora… Ya sabéis qué blog no debéis seguir leyendo.