jueves, 27 de octubre de 2016

De nervios y presentaciones.





A veces a uno le pasan cosas, y otras veces se las busca. Y a veces incluso le pasan cosas porque se las ha buscado pero como sin querer. Y fue en esta coyuntura extraña donde me encontré este fin de semana, sentado en una mesa ante una abundante audiencia, micrófono en mano y con una tenue luz iluminando mi careto. Pero vamos a hacer memoria, que estoy empezando por el final.

Como ya sabréis, queridos lectores del blog, hace cosa de un mes y medio publiqué mi primer libro, llamado “Textos de mediocridad e hiperrealismo” impulsado por alguna fuerza interna que me pedía algo de individualismo en medio de una vida en la que no hacía más que recibir órdenes y llevarme collejas y bofetadas. No fue un proceso fácil, ya que por mi falta de tiempo y recursos logísticos, tuve que trabajar sólo frente al ordenador y encargarme no solo de seleccionar los relatos, poesías y demás que formarían el libro sino de revisarlos, corregiros, maquetarlos, buscar una imprenta (online, claro) y cruzar todos los dedos de mi cuerpo esperando a que todo esto no resultara en una enorme pérdida de tiempo, esfuerzo y dinero. Pero no. La cosa salió bastante bien.

El libro se publicó, la gente se lo descargó en este mismo blog, algunos compraron su edición física y comencé a recibir críticas de toda índole con una notable inclinación hacia lo positivo. Y como ya se sabe que cuando a uno le alaban se vuelve un poco idiota, en un arranque de confianza decidí plantarme en mi pueblo natal (el otro), mover algunos contactos del mundo literario y organizar una presentación de esas de verdad, como los escritores de verdad que escriben libros de verdad. Y aunque técnicamente todo eso sería perfectamente aplicable en mí, no tardé en arrepentirme de haber tomado tan precipitada decisión.

No era la falta de confianza en mi libro. De hecho, eso era lo que me había llevado allí. El problema era la falta de confianza sobre mi propia persona. Yo, un tipo tímido que tartamudea a la mínima y que se queda paralizado cuando le miran más de dos personas a la vez, me había embarcado en algo que, aunque no iba a ser gran cosa para los posibles asistentes, superaba en mucho cualquiera de mis expectativas de consecución. De pronto me sentía como un pingüino que tuviese que cruzar el desierto (o como un chacal en el polo sur, que viene a ser lo mismo) y con la cosa ya anunciada como estaba, no parecía haber marcha atrás.

Y llegó el día. Os diría que esa noche no dormí pero sería irrelevante ya que llevaba como veinte noches sin pegar ojo. La gente me mandaba mensajes diciéndome que nos veríamos allí creyendo que así me animaban cuando en realidad me estaban hundiendo aún más en el barro negro y maloliente de mi desesperación. Había llegado mi fin, y además sería en público. Y seguro que alguien lo grabaría en video y lo subiría al yutube en plan “Gilipollas se muere en la presentación de su propio libro”.
Pero antes de seguir debo decir que estaba bien acompañado. La encargada de hacer mi presentación (la de mi persona) y leer algunos de los relatos del libro era Clara Salvadó, ex librera y una de las mayores personalidades en el tema literatura de la zona; mientras que el lugar elegido era el Llar, un bar/ sala de exposiciones dedicado a la cultura en general tal como conciertos, presentaciones, talleres, cursos… con un patio acogedor y un ambiente distendido a más no poder. Además del público entre el que contaba con viejos amigos, familiares… El único problema allí era yo, que me sentía tan inestable como un reactor nuclear ruso.


Entonces la cosa comenzó. Las luces se apagaron, Clara me hizo una presentación realmente emotiva y la gente escuchaba en silencio. Leyó una de las poesías, “Lugar” para ser más concretos, y me pasó el micrófono. Una gota de sudor resbaló por mi sien, esquivó mi oreja y llegó hasta la barbilla, donde decidió independizarse de mí y se arrojó sobre mi pantalón, falleciendo en el acto. Pero entonces pasó algo mágico. O al menos extraño. Fuera por el influjo del micrófono, que vuelve un poco artistas a las personas o porque mis nervios habían alcanzado tal punto de tensión que se quedaron en estasis, las palabras comenzaron a fluir de mi boca y fui capaz de pronunciar mi discurso de memoria y sin titubear. La gente reía y aplaudía, lloraba y saltaba en sus sillas y por un momento llegué a pensar que ya me había desmayado, golpeado con el canto de la mesa y que lo estaba soñando todo de camino al hospital. Pero no. Lo estaba haciendo bien. 


Finalmente Clara leyó uno de los relatos, llamado “De silencio y tiempo”, el cual arrancó algunas risas y exclamaciones por igual entre los oyentes, cosa que me llenó de orgullo (y satisfacción) hasta que pasé a la parte de publicidad, expliqué una última anécdota graciosa y todavía no había dicho adiós cuando me vi sorprendido por una avalancha de  gentes que venían a que les firmara el ejemplar que acababan de comprar. Y cuando digo avalancha lo digo desde el punto de vista de alguien que está sentado y se enfrenta, boli en mano, a una cola de gente que se pierde más allá del campo de visión. 

El resultado final de toda esta experiencia: Muchos libros vendidos (todos los que había llevado, de hecho), la alegría de haberme visto capaz de superar mi miedo escénico, aunque fuera con ayuda, las ganas de seguir escribiendo y como no, la sensación de que sí me desmayé golpeándome la cabeza y sigo en un hospital, debatiéndome entre la vida y la muerte con una sonrisa rara del que está soñando algo bonito.
La cola de fans, claramente dominada por el género femenino, como es natural.

jueves, 20 de octubre de 2016

Back from the dead

No. No estaba muerto, aunque en algunos momentos habría sido mejor así. En realidad he tenido una mudanza, un problema con internet (a causa de la mudanza), mucho trabajo (nada que ver con la mudanza) y para colmo este fin de semana comienzo el "Spanish tour" en el que promocionaré mi libro "Textos de mediocridad e hiperrealismo" (que podéis descargar aquí) con el consiguiente proceso de preparación de discursos, compra de rotuladores textiles (para firmar bragas y tal) y ataques de nervios premonitorios de que TODO VA A SER UN DESASTRE!!!
Que por cierto los de hollywood ya me han llamado diciéndome que van a adaptar uno de mis relatos al cine y... bueno no. No me han llamado pero lo han adaptado igual, que por algo son hollywood y hacen lo que les rota. Pero ya hablaré de la peli en una futura entrada, no nos adelantemos.
Y no solo eso sino que estamos preparando otras jornadas roleras en el pueblo (Las Novelda Rolea 2) que serán como las del año pasado pero más mejores y si a pesar de todo eso sigo funcionando como organismo vivo pluricelular, ya veremos...
Pero resumiendo todo esto... Que he vuelto. Estad atentos a vuestras pantallas porque iré apareciendo por aquí, en mejor o peor forma, pero apareciendo, como los plonsterjeists esos.

sábado, 8 de octubre de 2016

Una tarde en las carreras.



Hace un número indeterminado de semanas, acudí con mi hija a un velódromo a ver “una cosa que hacían”, sin tener muy claro qué era un velódromo. Debo reconocer que soy algo ignorante en el tema deportes y guiándome por el nombre del lugar, pensé que se trataría de luchas de gladiadores o algo así. Cuando empezaron a salir tipos en bicicleta me llevé un chasco, pero como ya había pagado las entradas, nos quedamos a verlo.
 
Oh sí. La diversión personificada.
La cosa es que era una especie de carrera sin obstáculos ni nada que pudiese hacerla interesante, donde media docena de señores pedaleaban como si eso les fuese a solucionar la vida (debo decir por la cantidad de asistentes que éramos y la escasa emoción de los mismos, que no iba a ser así) con la esperanza de ser los primeros en dar un número determinado de vueltas y así poder sentirse superiores a los otros. Lo que viene a ser el deporte, vamos. 

Y ahora, a título personal debo decir que siento cierta repulsión por los movimientos circulares en general. Es decir, cuando algo se va, da la vuelta y vuelve, me parece que no ha hecho más que perder el tiempo y la energía. No tengo nada en contra del que va, hace algo y luego vuelve, ya que eso es lo normal. Pero ir con el pretexto de poder volver, me enerva. Es por ello que no me gustan los tiovivos ni las atracciones de feria en general y ya que estamos en el tema, las carreras en circuitos cerrados. Pero esto solo ha sido una aclaración. Vamos a seguir con el asunto.

En un momento dado mi hija, que por lo visto no se aburría tantísimo como yo, señaló a uno de los ciclistas y me dijo “Mira papá, ese les está ganando a todos”, a lo que yo le respondí “No está ganando. Es que va tan lento que los otros están a punto de doblarle” Y es que el tipo era malo de cojones. No sé si tendría un mal día o es que ese deporte tiene tan pocos adeptos que tuvieron que rellenar con un ciclista mediocre, pero la cuestión es que llevaba casi una vuelta de desventaja y por ello a mi pequeña le había parecido que era el primero.

Y fue entonces cuando una luz brillante penetró a través de las nubes y me iluminó (debo decir que solo podía verla yo porque de lo contrario habría llamado bastante la atención) y apareció un gigantesco brazo robótico que alargó el dedo índice y tocó suavemente mi frente, otorgándome un instante de inspiración divina antes de desaparecer. Y lo comprendí todo. Bueno, todo no, pero comprendí algo. De repente me di cuenta de que el caso del ciclista podría aplicarse a muchos otros ámbitos de esta vida. Podría ser que hubiera gente tan sumamente inepta en este mundo que a nuestros ojos inexpertos pareciera brillante. Podría ser que estuviéramos a casi una vuelta de ventaja de aquellos a los que creemos mejores en algo y por ello no reparáramos en su ineptitud. Quizás Einstein no fuera tan listo al fin y al cabo sino más bien un megaidiota que hacía garabatos en una pizarra y que personas mucho más inteligente que él, la gente mediocre, los hubiese interpretado y transformado en algo lógico. Podría ser que las ovejas del rebaño estuviesen obedeciendo al perro simplemente por no saber que los perros son animales mucho menos capaces de cuidar de ellas que ellas mismas.

Entonces me levanté de mi asiento de plástico y miré a la gente de mi alrededor. Carraspeé y me preparé para revelarles la verdad con un discurso que me convertiría en su líder absoluto; en la oveja reina del rebaño. Pero cuando comencé a hablar, me di cuenta de que llevaba la bragueta abierta y al subírmela perdí toda mi majestuosidad y supe que no me harían ni caso, así que me senté otra vez a mirar la carrera. En algún lugar del cosmos, una entidad cibernética sobrenatural, sacudía la cabeza.
Para mi, las bicicletas lucen mejor por la calle.