jueves, 23 de octubre de 2014

La paradoja inmisericorde



La hora se acerca. El segundo advenimiento está aquí. Nº2 está a la vuelta de la esquina. Y como pasa en estos casos, hay que amueblar habitaciones, adecentar la casa y comprar, comprar, comprar muebles en el IKEA. Pero tranquilos, que ya hablé en su día de la experiencia de recorrer tan temida tienda sueca y no voy a repetirme. Lo único que hay que tener en cuenta es que es una excursión en familia altamente estresante y que por ello, hay que disfrazarla de ocio y diversión. Comida en restaurante, paseo por las atracciones infantiles, algunas compras… Y es en este punto cuando debo detenerme para explicar la cuestión en cuestión.

En un momento dado, mi mujer y yo decidimos separarnos: Ella iría a ver ropa de embarazada “last stand” y yo me quedaría con la niña mientras tanto. Ella se marchó y yo me metí en el FNAC (del que ya hablé hace un tiempo aquí y no, tampoco pienso repetirme) para mirar cuentos y desquitarme de tanta frustración y dolor comprándome un CD de Motorhead de saldo. Y es entonces cuando, al acercarme a la caja para pagar las cosas, la ví.

Debo reconocer que siento debilidad por las melenas. Las melenas largas, rizadas, abundantes… me fascinan. Y la chica de la caja, además de joven y guapa, tenía una de las cabelleras más rubias y frondosas que yo hubiera visto nunca. Y no, no voy a caer en tópicos lujuriosos de chulito de playa, pero reconozco que pensé cosas poco apropiadas para un padre que va de compras junto a su hija de cuatro años. Y entonces, no sé si por algún tipo de conexión psíquica con la niña, ésta pronunció justo lo que yo estaba pensando “¡Anda, eres la chica más guapa del mundo!”, lo que sorprendió a la cajera que le devolvió el piropo, con lo que mi hija remató con un “De verdad, que pareces una princesa” y a partir de ahí comenzó una bonita conversación entre ellas, encantadas de la vida y yo, mirando estupefacto me di cuenta de algo significativo: La tenía en el bote. Me había ligado a la rubiaza del FNAC sin ni siquiera abrir la boca. La situación me dio un poco de vértigo. Cada vez que me miraba y me sonreía con esos ojos profundos como abismos que se abrían a otra vida distinta, enigmática… el mundo se desvanecía y creía caer al vacío. Pero soy un padre de familia responsable y sabiendo que eso no debía durar más me despedí de la chica sin caer en la tentación siquiera de leer el nombre apuntado en su pecho y salí de la tienda sin mirar atrás.

Fuera esperaba mi mujer, cansada, con las ojeras hasta las rodillas y aguantándose la barriga para decirme aquellos tan romántico  de “Lleva tú las bolsas, que yo no puedo más” y antes de marcharme para siempre jamás, miré de reojo al interior donde la chica de la cabellera rubia brillaba con la luz de cien mil amaneceres y pensé en qué sería de mi vida si todo hubiese sido distinto para mí… Claro que sin mi mujer no existiría mi hija y sin ella no me habría atrevido a decirle ni mu a esa chavala, lo que convierte toda esta historia en una simple paradoja. Una paradoja inmisericorde, tal como anticipaba el título de esta entrada.

 
No tengo ni idea de qué es esto, pero sale en el google imágenes si pones "paradoja"

jueves, 16 de octubre de 2014

20 años de "Pulp Fiction"



Como ya anuncié en la anterior entrada, a partir de ahora se acabaron las tonterías en este blog; el que quiera risitas y cachondeo tendrá que comprarse un libro de Groucho Marx porque yo, lo que vengo a ser yo, estoy un poco cansado de aparentar y de ir de bueno, por lo que desde este momento mis entradas hablarán de cosas reales, con crudeza, sin florituras, os gusten o no. Pero voy al tema, que ya toca.


Resulta que esta semana se cumplen 20 años del estreno de la película Pulp Fiction, para muchos la obra maestra de Tarantino y para otros “esa película de trozos mezclados”. Pero no, no voy a hablar de cine porque en ese campo (como en todos) soy bastante inútil. Hoy voy a hacer una reflexión sobre el paso del tiempo, teniendo en cuenta que yo fui a verla al cine. Y eso es horrible. Pero paso a la anécdota insulsa de rigor.

Tenía yo 15 añitos cuando acudí al cine de debajo de mi casa (sí, antes habían cines por todas partes) acompañado por JM y su hermano a ver una “peli que me han dicho que está muy bien”; debo reconocer que no me apetecía, pero no tenía mucho más que hacer y al fin y al cabo el cine estaba debajo de mi casa y la entrada me la pagaba mi abuelo.
Lo curiosos del caso fue que detrás de nosotros se sentaron tres señoras mayores, jubiladas, que al parecer acudieron por el reclamo del entonces guaperas John Travolta; pero las señoras no tenían ni idea de Tarantinos ni cosas Pulp; ellas iban a ver bailar a Travolta y aunque bailar bailaba, parece ser que no estaban entendiendo nada y a nuestros oídos llegaban frases como “¿Pero qué pasa aquí?”, “¿Por qué ese vuelve a estar vivo?” o “¿Para qué serán esas pelotitas rojas de la boca?”. Al final de la película salieron completamente perplejas y confusas y apostaría a que no volvieron al cine jamás.

Y ahora viene la hora de la verdad. ¿Qué conclusión sacamos de esta historia? Pues que lo recuerdo todo perfectamente, lo que demuestra que veinte años no son nada, que pasan como un suspiro y que cuando nos queramos dar cuenta habrán pasado veinte más, y otros, y otros, y todo lo que hayamos hecho en esta vida, nuestros sueños, nuestras luchas, victorias y derrotas, se habrán convertido en polvo que se llevará el viento del olvido. Y es que no somos más que condenados desde el momento en que nacemos; moribundos aferrándonos a algo que no nos pertenece; sombras efímeras en el mural de la existencia… Mirad si no a las jubiladas que compartieron el cine con nosotros ese día: Posiblemente ya estén muertas.

domingo, 12 de octubre de 2014

Una entrada inapetente



No creé este blog con la intención de escribir cosas graciosas para que la gente se riera de mis estupideces, sino más bien como un medio para expresarme libremente y desahogarme de todas aquellas cosas, más o menos serias, que podían ser relativizadas hasta el absurdo; y resultó que eso era gracioso. Y esa dinámica es la que ha perpetuado un blog que, sin ser demasiado leído, me ha proporcionado ratos de satisfacción escribiendo y, aunque parezca algo narcisista, también leyéndolo. Pero como la duda forma parte intrínseca de mi existencia, han sido varias las ocasiones en las que me he planteado poner el freno de mano, dejarme de tonterías y olvidar este “día del testículo”  para dedicarme a otras cosas. He escrito entradas de despedida (¿Deberían llamarse “salidas”?) en un par de ocasiones, he pedido consejo a otros blogueros al respecto y al final nunca me he atrevido a cerrar esto. ¿Por qué? “Porque no hay huevos” sería la respuesta corta y “por muchos factores variables” la larga.

Estoy pasando por una mala racha, supongo. Desde hace unos meses me siento como un marinero en plena tormenta que ve la luz del faro que le guía a la costa de un nuevo mundo pero que es incapaz de guiar su mierda de barca hasta allí. Y ya sé que las metáforas de marineros están muy trilladas, pero qué más da; cualquiera que acuda aquí seguro que no busca poesía. El caso es que no tengo ganas de buscar dobles sentidos a las cosas para que parezcan lo que no son, ni colocarme en puntos de vista positivos para explicar de forma divertida cosas que fueron un puto asco. Estoy algo cansado, pero no lo suficiente como para echar el cierre. Puede que me tome un descanso, o que mañana mismo vuelva a la carga con choradas varias y fotos de chicas ligeritas de ropa, pero de momento aquí dejo esto, para que lo leáis y daros un poco de pena, aunque solo sea por una vez.

viernes, 3 de octubre de 2014

Pornografía gastronómica



Yo no veo mucho la tele, pero mi mujer sí y por lo tanto yo también, y es así como me he ido fijando en la enorme cantidad de programas gastronómicos que existen. Será moda, será que la gente de repente quiere aprender a cocinar o será que no dejan de ser un Gran Hermano en la cocina, pero sea como sea, parece que han venido a sustituir a todos esos cantarines y tertulianos exaltados a los que nos tenía acostumbrados la mal llamada caja tonta (los tontos somos nosotros por mirarla todo el rato como gilipollas).

Pero el caso es que, además de que he empezado a escribir una entrada sin tener muy claro de qué voy a hablar y mucho menos como la terminaré, me parece que he ido pillando las pautas básicas de esos “realitys” y cómo se hacen con la atención del público, y no son tan diferentes a las de otros programas relacionados. Y ahí van:
1: Gente anónima. Lo más parecido a salir por la tele (y cumplir así el sueño de todo ser humano) es sentirse muy identificado con alguien que sale en ella. Es por ello que meter una enorme variedad de seres humanos con sus defectos, sus neuras y sus idioteces ante las cámaras es el primer paso.
2: Gente con habilidades limitadas. Vale que van de expertos y que algunos saben bastante, pero siempre llega un momento en el que piensas: “Mira lo que ha hecho el inútil este, será posible…” y ello nos hace sentir bien.
3: Gente llorando. No hay nada como ver cómo humillan a los demás y les presionan hasta el límite de sus fuerzas. Un adulto llorando a moco tendido porque el pollo le ha quedado salado y el chef le ha pegado la misma bronca que si hubiese envenenado a su madre es un espectáculo irrepetible.
4: Personajes extraños. Además de los concursantes, algunos de los cuales son gentes de museo, tenemos a cocineros profesionales como el chef Ramsey “escupesalsas” que disfruta diciéndoles a los concursantes que lo que han hecho es basura  o en la edición española a un tal Yayo Laporta que está entre Forrest Gump y el T-1000 de Terminator2. 

Pero a lo que quería ir desde el principio es que estos programas son a la cocina (doméstica) lo mismo que la pornografía al sexo (domestico). Es decir que allí ves cómo se hacen las cosas que nunca comerás, cuales son los ingredientes que nunca tocarás y las cocinas en las que nunca te verás. Es un programa que ves en pareja y te abre el apetito de cosas que luego no te van a salir igual y que aun poniéndole empeño, muchas de ellas acaban dando un poco de asco, como los testículos de mono con curry y leche materna de perro.
Así que habrá que esperar, a ver qué será lo siguiente. Yo tengo varias ideas pero no voy a pronosticar nada, que luego me dicen que soy influencia y creador de tendencias y no, ese rollo no me va.

Aquí vemos a Courtney, la ganadora de la quinta edición del Masterchef americano. En serio.