sábado, 30 de enero de 2016

De tetas y personajes.





A lo largo de nuestras vidas nos cruzamos con muchas personas… y personajes. Quede claro que cuando digo “personaje” lo hago despectivamente al referirme a alguien excéntrico hasta la incomodidad y tan cargado de manías e ideas repetitivas que no merece la pena estar a su lado. Afortunadamente para nosotros las personas normales, muchos de estos personajes, especialmente los casos más extremos, acaban siendo absorbidos por la televisión (me refiero a que se ganan la vida en apariciones televisivas, no a que la tele se los trague como a Carolain) y eso nos da la opción de verlos desde la distancia, con perspectiva y con la opción de apagar y ponernos a leer un libro (risas enlatadas).

Y precisamente hace unos pocos días, hablando con una persona conocida por mí pero que como vosotros no conoceréis no me tomaré la molestia de nombrar, estuvimos recordando a algunos de esos personajes que marcaron parte de nuestras vidas. Que si Rapel (el obeso de las gafas al revés), que si aquél concursante de gran hermano que tenía el nivel cultural de una ameba testácea (aplicable a cualquiera de ellos de cualquier edición), la Ane Merdaint (la cual se largó con la pasta de gran cantidad de pardillos que ahora parece que lo hayan olvidado por pura vergüenza)… Y de entre ellos destacó la figura del Padre Apeles. ¿Alguien se acuerda de él? Yo mucho; primero porque salía todo el rato por la tele en una época en la que no habían smartphones ni internet; segundo porque era coterráneo mío; y tercero… Porque viendo un programa ridículo que le dieron junto a la Rociito… Toqué la primera teta.

Puede sonar absurdo así explicado. “¿Y qué nos importa a nosotros?” estaréis pensando así, en plural y al unísono; pero es que la cosa tiene su misterio. Han pasado muchos años y sigo maravillándome al pensar qué llevó a dos adolescentes (macho y hembra) a pasar una noche juntos viendo semejante bodrio del entretenimiento y en qué punto ella decidió que esa mano que se deslizaba bajo su camiseta no la molestaba. Y por ello tengo varias teorías:

1: El programa era tan malo que cualquier otra cosa parecía mejor. ¿Por qué no? Vivimos en una sociedad comparativa y por ello siempre tratamos de optimizar aquello que tenemos, sean objetos, personas o momentos. Es por ello que ante una perspectiva de noche soporífera e intelectualmente humillante, ella pensara que “vale, me dejo hacer y por lo menos no pienso tanto en esta mierrr…”

2: El programa era tan, tan, tan malo que la muchacha quedó narcotizada. Lo he pensado mucho; puede que el visionado prolongado de esa cosa hubiese accionado un interruptor autodefensivo en su selevro y quedara en un estado de semiinconsciencia, con lo cual yo pude actuar y, aunque sería algo contrario a mis principios, aprovechar la situación.

Y 3: El programa daba absolutamente igual porque ella sabía lo que quería, yo sabía lo que quería y el Padre Apeles también lo sabía. En este caso solo puedo arrepentirme de no haber apagado la tele a tiempo, ya que a día de hoy, cada vez que veo una teta, se me aparece el Apeles ese y no, no es agradable.

Y he aquí...

...una pequeña muestra de...
 
...mi terrible maldición.

Y ya está. Así termina esta reflexión de viernes por la tarde, que aunque no es ni frío ni lluvioso, invita a pensar, recordar, y desear que todo esto pase pronto.

sábado, 23 de enero de 2016

Los peligros del microondas (Una entrada divulgativa)





Los electrodomésticos hacen nuestras vidas más cómodas, ahorrándonos gran cantidad de tiempo que antes debíamos invertir en tareas más complejas y largas. Desgraciadamente, algunas veces no somos conscientes de que éstos pueden ser perjudiciales para nuestra salud por el simple motivo de desconocer su funcionamiento a nivel interno. Y el más claro ejemplo de esto es el microondas.

Los microondas funcionan como emisores de ondas que aumentan la velocidad a la que giran las moléculas del agua, lo cual calienta los alimentos (pero no los platos, por ejemplo) de aquello que ponemos en su interior. Pero… ¿Son nocivos para nuestra salud? Algunos expertos afirman que sí, mientras que otros aseguran que no hay peligro para las personas. Por supuesto, como suele suceder en estos casos, llegar a un acuerdo resultaría imposible, por lo que no queda más remedio que hacer un trabajo de campo y preguntar a usuarios de microondas en busca de posibles efectos secundarios. Y como éste es un blog entregado a la causa de la salud y el conocimiento, hemos buscado y al final hemos encontrado tres casos que demuestran los efectos perniciosos de utilizar estos calentadores rápidos de comida. Y a las pruebas nos remitimos.

El Sr. Remington de Wisconsin (o como se escriba) de 44 años asegura que una vez metió un vasito de agua en su microondas con la intención de calentarla para prepararse un rooibos (un tipo de infusión muy famosa en Estados Unidos) pero confundió los segundos con los minutos de la manivela y cuando sacó el vasito al cabo de casi media hora de girar allí dentro se quemó los dedos de mala manera.

La Sra. Juana de Arcos de la Frontera (Arcos de la frontera es un pueblo de Sevilla, no es que la señora se llamara como la famosa… eh… actriz) de 57 años se decidió un día a apartar el microondas para limpiar la basurilla que siempre queda detrás de las cosas en la cocina y sin darse cuenta se le cayó de la encimera, dándole de lleno en el dedo gordo del pie. Por lo visto la gravedad del asunto fue considerable al suceder en verano y llevar chancletas.

Y por último tenemos el escalofriante caso de Armando Eduardo Adelaido de Bogotá, de 36 años, al cual en medio de una discusión con su esposa, ésta le metió la cabeza en el microondas y abrió y cerró la puertecita repetidas veces y con todas sus fuerzas, lo cual le dejó (a él, claro) visibles hematomas, una migraña que duró días y, según algunos testigos, aunque esto es algo que no hemos podido comprobar, un pequeño corte en la oreja derecha. Uno de esos que según él “No paresía gran cosa pero dolía mucho”.

Y hasta aquí el fruto de nuestra investigación exhaustiva acerca del tema. Por supuesto seguiremos investigando otros electrodomésticos y trataremos de desenmascarar todo su potencial nocivo en futuras entregas.

lunes, 18 de enero de 2016

Ser o no ser... Mutante radiactivo



Hoy mismo, en medio de una conversación normal tratando temas normales del día a día y el tiempo, me han llamado “mutante radiactivo”. Así, tal cual, sin venir a cuento. Al principio, con el tema del factor sorpresa y mi habitual lentitud de asimilación de las cosas, no le he dado importancia. Je je, ji ji, tu madre más… Pero luego, ya en casa y relajado, me he dado cuenta de que el adjetivo no me había sentado muy bien. Y ahora os preguntaréis el porqué. Y ahora os lo explicaré.

Lo primero que hay que tener en cuenta cuando a uno lo adjetivizan, es si ese adjetivo es ofensivo o no, y en caso de serlo, si lo mereces o no. Por ejemplo, que te llamen tonto después de haber tirado cinco duros en una recreativa y darte cuenta a la media hora que la moneda había caído en la cazoleta y que estabas jugando a la demo del juego (caso verídico), es de ser tonto, y por lo tanto no procede a ofender. Pero lo de mutante radiactivo… es para pensarlo.

Los primeros mutantes radiactivos que me vienen a la cabeza son los de la película Humanoides del abismo (Humanoids from the Deep), los cuales habían evolucionado a partir de salmones a causa de unos vertidos tóxicos en el río. La película, por si no la habéis visto, es un drama social en el cual los salomones mutados descubren que son todos machos y que si quieren continuar con su especie deben aparearse con hembras humanas. Pero a causa de los cánones de belleza que imperan en la sociedad humana éstos no son aceptados por ninguna mujer y se ven obligados a manifestarse públicamente causando el rechazo y la ira de los aldeanos. Al final la cosa acaba mal, pero tampoco os la quiero espoilear.

Aqui vemos a uno tratando de entablar conversación
Estos mutantes, como muchos otros, no deben ser vistos como seres horribles ni monstruosos, sino más bien como inadaptados que tienen tanto derecho a estar entre nosotros como cualquier otro hijo de dios (o de los vertidos tóxicos). Ejemplos a puñados. Vease el archiconocido Vengador Toxico tratando de ser aceptado en la uni, Las tortugas ninja haciendo buenas obras desde las sombras, Godzilla buscando un lugar tranquilo donde poner huevos… En fin.

Que al principio si pero ahora ya no me siento ofendido. Que quien me lo haya dicho, si está leyendo este blog, sepa que estoy tan campante; que no soy una cosa de esas pero no me importaría; que no estoy mal. Y no voy a llorar. No voy… a…
Al monstruo de "Le bette" también le iba la cháchara.

lunes, 11 de enero de 2016

Regalos de mierda (parte 10 de 284)



El niño (el de siempre) se despierta de un salto en medio de la noche. Su cama está empapada en sudor y todo su cuerpo tirita a causa de los nervios que le dominan. La madre al notar la vibración de la cama de su pequeño (las madres notan cosas que los no-madres no podríamos ni imaginar) sube a ver que le sucede.
-¿Qué te sucede? –Es la pregunta obvia.
-¡Mamá, mamá! Que mañana hay una fiesta de disfraces importantísima y ni me acordaba y si no voy disfrazado de algo molón voy a hacer el ridículo y sabes que soy muy sensible a esas cosas.
-Tranquilo hijo mío, que yo bajo al chino 24h de la esquina y…
-No mamá. No más regalos del chino que luego ya se sabe lo que pasa. La cagas, hago el ridículo y mi autoestima ya no puede con más humillaciones.
-Pues nada, hijo mío. Tu apúntame en un papel como es exactamente el disfraz que quieres y yo sigo al pie de la letra tus indicaciones y te traigo justico justico eso.
El niño se pone a pensar un disfraz molón para impresionar a las chavalas y rápidamente viene una imagen a su mente.

-Ya lo tengo mamá. Dame papel y boli que te lo apunto.
-¿Te vale un lápiz?
-¡No!
Y así el niño agarra el boli y escribe exactamente en una hoja de papel (sobra decir que con letras bien claras en mayúscula: “Dragon Ball Movie Goku Cosplay Costume” y le indica a su madre que para que no haya errores debe contener exactamente todas esas palabras. La madre se guarda el papel, sonríe y arropa al crío.
Al día siguiente no suena el despertador a tiempo (ver anteriores entregas para comprender los problemas del chaval con el tema horario) y el niño se levanta de un salto. Llega tarde a la fiesta de disfraces, por lo que no tiene tiempo ni de abrir el paquete que su madre ha dejado preparado, aunque al ver el tique de compra, corrobora que por una vez, su progenitora lo ha hecho bien, y sale pitando a la fiesta.
A las pocas horas regresa. Le han escupido tanto y lan tirado tantas piedras, que es apenas irreconocible incluso por su propia madre.
-¿Pero qué te ha pasado? –Pregunta ella sin entender nada.
Como respuesta el niño deja caer en el suelo el disfraz, ahora inservible, y sube las escaleras en dirección a su cama, con la esperanza de acostarse y no despertar jamás.
He aquí el regalo de mierda.

 
Y he aquí la pinta aproximada del niño con él.

jueves, 7 de enero de 2016

Crónica de un siete de enero.



Seis y media de la mañana. Suena el despertador. Me incorporo, me levanto y en seguida noto algo raro; la ropa de trabajo no está hecha una bola en el suelo sino perfectamente plegada en el armario. Y con más ropa encima. No logro recordar qué ha pasado. Me visto, me pongo las botas de seguridad y me parecen aún menos cómodas que de costumbre; como si mis pies estuviesen reblandecidos. Bajo a la cocina, almuerzo polvorones y turrones… que raro. Y salgo a la calle sin tener muy claro todavía qué ha sucedido en estos últimos días.

El escenario es desolador. Luces de colores colgando de las ventanas, apagadas y balanceándose como cuerpos de ahorcados; trozos de papel de regalo rodando por las calles desiertas crujiendo lastimeramente. Cajas vacías cubriendo los contenedores de basura, árboles resecos adornados con bolas abolladas asomando en las ventanas… Todo huele raro hoy, y mi mente está embotada por una especie de bruma densa que no me deja acceder a mis recuerdos.
Ésta es la pinta que tiene mi pueblo ahora mismo.

Cuando llego al trabajo veo los primeros signos de vida humana; rostros grises, tristes, apagados… Los supervivientes se mueven como autómatas guiados por una mente superior… y maligna. Trabajan sin parar, sin rechistar, sin mirarse a los ojos, como llenos de una tristeza o vergüenza jamás vista hasta el momento. Yo les sigo la corriente y paso junto a ellos sin hablar ni cruzar mi mirada con la suya. Y a medida que pasan las horas pienso en las posibilidades más lógicas de este inesperado cambio: Una dominación alienígena que por algún motivo no me ha afectado y ahora estoy destinado a salvar a la humanidad y fecundar a todas las mujeres humanas de edades y medidas comprendidas entre… Un virus zombificante al que por algún motivo soy inmune y que ahora me obligará a acabar con cuantos me descubran y luego tendré que salvar a la especie fecundando a todas las hembras humanas… Un meteorito que ha pasado demasiado cerca de la tierra afectando a todo cristo excepto a mí a causa del revestimiento de plomo de mis paredes (y mis colegas se reían de mí, a ver cómo se ríen cuando fecunde a sus novias y esposas)… Vainas del espacio exterior… Suplantaciones de intraterrestres… Hastur el Innombrable…

Hasta que finalmente alguien me mira, me saluda y dirige la palabra. “Un superviviente, como yo” pienso, hasta que me pregunta cómo me ha ido la navidad, que si los reyes, que si las campanadas y los cuartos, que si las basculas y los propósitos y el año que nos espera… Y al final acabo recordando qué ha pasado y abandono mis sueños de grandeza en pos de otro año de ilusión y alegría, uniéndome a las masas grises y aletargadas, a la espera de que caiga un rayo y me fulmine. O algo.