martes, 22 de abril de 2014

Una entrada cortita pero muy bien enlazada. O eso espero.



Ha llegado la primavera, las alergias, los escotes  y ya todo el mundo anda pensando en fo… por lo que últimamente he visto como las visitas del blog descendían alarmantemente a pesar de que los contenidos que pongo son igual de malos que siempre, por lo que he consultado con un tipo que entiende de estas cosas de escritura y me ha recomendado que utilice técnicas periodísticas para parecer más profesional y que la peña me tome más en serio. He estado informándome y he visto que una de las más habituales es la de enlazar temas. Eso consiste en que, si vas a hablar de algo no demasiado importante, comenzar hablando de otra cosa a modo de introducción y luego buscar un punto en común para cambiar hábilmente de tema sin que se note y todo el mundo piense que sabes un montón sobre ello sin que sea verdad. Así que, en primicia para todos vosotros, una entrada cortita pero con una introducción interesante que la enlazará y parecerá todo otra cosa.

Introducción no relacionada pero al final, hábilmente enlazada
Resulta que el otro día fui con mi camion a cargar unos materiales de construcción para llevarlos al chalet de un tal Leonardo, el cual debía acompañarme hasta el lugar. No suelo llevar gente conmigo en la cabina, pero no podía decirle que no a un señor que se llama igual que una tortuga ninja y acepté. Cuál fue mi sorpresa cuando, habiendo cargado ya los palés, se me montó un chino en el camión.
-¿Quién eres tu y qué haces en mi camión? –Le pregunté tratando de parecer hostil.

-¡Oh! Yo sel Leonaldo. Mi no plesental. Mi disculpal. –Me dijo algo cohibido.
-¿ Leonardo? ¿De qué parte de China eres tu? 

-No. Yo no llamal así, pelo chinos ponelnos  nombles españoles pala adaptalnos mejol.

-Ya. ¿Y puedo saber tu nombre real?

-Oh. Es implonunsiable pala vosotlos. Occidentales ignolantes. Tu nesesital vivil cien vidas pala aplendel’lo.  Yo en China llamalme “Wu”

-¿Wu? –Repetí yo.
-No, no. Wu, Wu. Tu no sabel.

-Si, yo si saber. Mira. Wu, wu.

-Tu no plonuncial una mielda de bien. Occidentales muy ignolantes. Nosotlos cultula milenaria. Nosotlos  nombles muy difíciles pala vuestlas plimitivas bocas.
Comenzaba a caerme mal el chino ese, así que contraataqué.
-Pues yo me llamo Josep.

-¿Comol? ¿You-set? ¿Llo-sep?  ¿Yung- Tse? No sel fácil. Mi leconosel. Mi inclinalse ante tu nomble.
Asentí y sonreí mientras conducía hacia su chalet.  Sabía ser humilde, por lo menos. Ya me iba cayendo mejor.
-¿Lleval mucho trabajando? ¿A que hola levantal de la cama tu? –Me preguntó durante el viaje para no caer en silencios incómodos, supongo.
-Me levanto sobre las seis y media todos los días.

-¿Seis y mieldia? –Se alarmó. –Mi vel. Ocsidentales muy vagos. Mi no extrañal que nosotros comelos. ¡Comelos con patatas!
¿Comernos decía? No si al final iba a ser un vampiro o algo raro. Con razón estaba tan descolorido el cabrón. Metí la mano debajo del asiento y aferré a Tatcher, la llave inglesa que uso para apretar las tuercas de las ruedas, dispuesto a estrellarle ocho kilos de acero en toda la cara si intentaba algo raro.
-¿Cómo que comernos? ¿De qué estás hablando?

-Vosotlos decil. Yo oíl. Nos comen los chinos, nos comen los chinos. Yo blomeal, jeje.
Solté la llave aliviado. Si era capaz de hacer un chiste con una frase claramente prejuiciosa hacia su pueblo era una muestra de inteligencia, sin duda, y me volvió a caer bien.
Pero en una de esas, me travisculé con el camión y me perdí un poco por la ciudad, lo que pareció indignar a Leonardo.
-Tu peldel.

-Si.

-¿Cómo podel peldel en un país tan pequeñol? China tenel mil millones de kilometlos cuadrados y cien mil billones de coches y nosotros nunca peldelnos.
El puto chino volvía a caerme mal y al final levanté la mano a modo de amenaza, momento en el cual se quedó mirándomela muy atento.
-Tu… Tenel gal’las de tigle.

-¿Si? –Le dije mientras volvía a caerme bien. -¿Lo dices por mis antebrazos poderosos, mis tríceps superdesarrolados, mis…?

-No no. Mi desil pol uñas lalgas y neglas que palesel que tu caminal a cuatro patas pol selva tda la vida.
Y tuvo suerte de que al final llegáramos al destino porque ya me estaba cayendo mal, mal del todo.
Pero cuando ya estaba la descarga casi terminada, pasó que la uña de metal que se utiliza para descargar los palés se quedó enganchada a causa del suelo irregular y le pedí a Leonardo que la sacara a mano, de lo cual fue incapaz y tuve que bajar yo a hacerlo. Y no es que yo sea supermán, pero tengo muchos años de práctica a mis espaldas y sería capaz de hacerlo con la punta del nabo, pero por decoro decidí utilizar las manos, con lo que el chino alucinó.
-Yo no podel ni movel’lo y tu sacal sin esfuelso. Tu tenel chi podeloso. ¡Tu tenel espílitu de dlagón!

-Si, bueno… Yo he terminado ya y me tengo que ir…

-¡No, no, tu quedal! Tu enseñalme, yo sel tu dissipulo pala siemple. 

-Que no, que no, que me voy ya Tu dejalme en paz. ¡Tu dejal vivil!.
Y mientras arrancaba el camión él seguía golpeando la puerta desesperado y gritando:
-¡Tu sel el elgido! ¿Tu venil a china y liblalnos del tilano comunista! ¿Tu devolvel nuestlo impelio a la ela de la dinastía Tang!

Y ahora la entrada original.
¿Os acordáis del Tang, esa bebida que se hizo popular en los ochenta que consistía en unos polvos que se mezclaban con agua y salía una especie de refresco de naranja nauseabundo? Pues una vez en mi casa nos dejamos una jarra de Tang fuera de la nevera todo un fin de semana y al volver habían salido mosquitos. Y eso que se supone que los mosquitos no pueden vivir en aguas edulcorada sin cosas raras.

Y ya está. Tema hilado, éxito asegurado.

jueves, 10 de abril de 2014

De numeros impares y balones prisioneros

A estas alturas del blog ya he hablado muchas veces de mis experiencias con el deporte en general (aqui por ejemplo) y más concretamente con los gimnasios (aqui), por lo que un lector soso y acostumbrado a otros blogs más mejores podrá pensar que ya está todo dicho y el tema cerrado. Pero no. Ya veréis como tengo razón.
Dos de las seis chicas (las mas feas, por cierto)

Y es que mi estancia como usuario de gimnasio fué breve pero me dejó varios momentos dignos de mención, como aquella vez que seis (si, seis) chicas (si, chicas) me pidieron que jugara con ellas (si, jugar) al balón prisionero (si, prisionero). Y a pesar de que pensar en ser prisionero de juego de seis chavalas puede parecer una gran experiencia a priori, la cosa no resultó tan agradable.

Era primera hora de la tarde y yo estaba durmiendo la siesta encima de una bicicleta estática como todas las tardes hacía; elegía esa hora porque era cuando había menos gente y así veía menos penes en el vestuario cuando se me acercaron seis chicas que querían jugar al balón prisionero (juego que yo desconocía absolutamente) y necesiataban a un séptimo jugador para ser impares. Nunca he entendido demasiado de matemáticas, pero ver a seis muchachas lozanas vestidas con mallas y top pidiendome colaboración era demasiado para mi como para ponerme a discutir sobre numeros primos. Y las seguí.

El juego consistía en formar dos equipos que debían pasarse una pelota el uno al otro sin que el "prisionero", que era el jugador impar, interceptara el balón, en cuyo caso cambiaba su posición por la de quien hubiese perdido el balón y así sucesivamente hasta el infinito. Y como yo era el añadido, decidí ejercer de prisionero y me situé en medio. ¿Y qué podría decir? Las chicas saltaban, se pasaban el balón, tropezaban y sus pechos rebotaban por todos lados. Podría haberme concentrado en el juego, es cierto, pero la visión de tanta carne femenina en movimiento me impedía ver ni siquiera el balón. Estuvo bien, lo reconozco, hasta que comencé a cansarme; y cuando yo me canso me canso mucho, así de repente, y cuando quise darme cuenta apenas tenía aliento. Me esforcé por hacerme con el balón de una vez pero mi estado ya no me lo permitía y así pasé un tiempo indeterminado dando tumbos, saltitos ridículos y alargando los brazos buscando pelotas que solo estaban en mi mente. Al final me pisé la lengua y me caí, con lo que dieron por finalizado el ejercicio y nos marchamos a los vestuarios.
A ver quien es el guapo que se fija en el balón

Y por si no hubiese resultado un dia ya agotador y frustrante de por si, cuando me metí en las duchas con ellas se pusieron a gritar como locas y me molieron a palos.

jueves, 3 de abril de 2014

De teatros y pezones rosados

Hace muchos años, cuando todo el mundo era jevi, acudimos a un festivalillo de bandas locales a ver actuar a unos amigos. Como siempre, al tratarse del grupo más duro de la noche, dejaban su actuación para el final con la sana intención de que los no acostumbrados a los sonidos estridentes y los gritos desgarrados pudiesen marcharse del lugar sin perderse nada más. Y como no, el aburrimiento hacía mella en nosotros esperando a que terminaran de tocar todos los mojigatos de la noche y llegara nuestro turno de desempolvar la melena a base de giros de cuello, empujones y codazos.

Pero cual fué nestra sorpresa al descubrir, después de la actuación del penúltimo grupo, que dos jóvenes del pueblo iban a hacer una performance. "¿Una qué?" Nos preguntábamos unos a otros sorprendidos. Y así averiguamos que era una especie de teatrillo semiimprovisado, generalmente cargado de crítica social a base de metáforas y recreaciones de algo habitual. "¿Una qué?" Volvimos a preguntar. Y así, mientras el escenario era tomado por una muchacha (de muy buen ver, hay que matizar) y un tipo (neutral), nos dirigimos a la salida para tomar un poco el aire antes de que el concierto comenzara.

Y allí estábamos, caminando despacio con el tintineo de las hebillas de las chupas, las muñequeras de pinchos, cinturones de balas y las calaveras de niños mientras pronunciábamos frases sabias del tipo de: "Bah, teatro... Casi en el siglo veintiuno que estamos... Menuda tontería... Donde esté una buena pantalla de cine..." Hasta que, una vez fuera,  llegó a nuestros oídos endurecidos por los dobles bombos y los chillidos imposibles el rumor de que la pareja del escenario se estaban desnudando. Los dos. Y nuestros cerebros repletos de calaveras, espinas ensangrentadas y dragones escupiendo fuego comenzaron a formar una imágen de la chavala tal como dios la trajo al mundo mientras nuestras piernas nos impulsaban, casi sin darnos cuenta, de nuevo hacia el escenario. Pero al parecer todo el mundo había pensado lo mismo ya que de pronto nos vimos sumidos en una vorágine de gentes venidas desde todas partes del pueblo que corrían, se pisoteaban y se golpeaban para llegar al lugar a tiempo. Y así, entre codazos, mordiscos, insultos y otros comportamientos antisociales nos abríamos paso entre una multitud enloquecida como ratas atrapadas en un incendio mientras se oían frases como "Que bonito el teatro... Hay que conservar ese arte a toda costa... Apoyar a los actores amateur es la base..." Y a partir de ahí poco puedo recordar salvo un mar de brazos que al caerme se convirtieron en un bosque de piernas que me arrastraban cual corriente submarina de un lado a otro hasta que mi cabeza chocó contra algo. El escenario. Trepé lastimeramente haciendo acopio de mis últimas fuerzas y allí estaba. Él. Había llegado hasta el lado equivocado de la representación y sin fuerzas para continuar avanzando, solo pude estirar el cuello para ver como la chica acababa de desaparecer y todos se alejaban, satisfechos por la visión de unos pechos jóvenes y desnudos, dejándome solo, aplastado y derrotado frente al escenario vacío.