martes, 20 de marzo de 2018

De koalas y convencionalismos antropológicos




Como todos y todas ya sabréis, nuestra sociedad se mueve a base de modas. Algunas son cosas superficiales, como la de vestirse de adefesio en los ochenta o el teñirse el pelo de amarillo pollito cuando el primer Gran Hermano y suelen escapar de cualquier discusión con esa frase de “es que a mi ya me gustaba de antes”; pero hay otras modas que afectan a lo más profundo, a las ideas y principios de cada uno, haciendo que ciertas cosas afloren con mayor o menor facilidad. Y si hasta hace poco lo que molaba era decir cosas como “todas las personas somos iguales independientemente del color de piel” ahora mismo y tras la tragedia sucedida en Nijar y los disturbios de Lavapiés, la frase más escuchada en las calles los medios y los bares es “yo ya sabía que había sido la negra” o “es que ya son mas de los suyos que de los nuestros” y ello, con el apoyo de los poderes fácticos ha hecho que el racismo vuelva a estar de moda y cuando se acusa a alguien de ello te responda “es que yo ya era racista de antes”. Si señores. Si señoras. Esta sociedad no deja de sorprender buscando excusas hasta debajo de las piedras para ser más insolidarios, intolerantes, irrespetuosos y mezquinos cada vez. ¡Bienvenidos al mundo del mañana! Pero no nos emocionemos que esta entrada va en otra dirección.

Como ya sabréis si sois habituales de este blog o incluso si tenéis el infortunio de conocerme en persona, soy un gran defensor de las palabras, de la correcta dicción y me gusta guiar a mis conocidos y no tan conocidos por el verdadero camino del lenguaje bien utilizado y es por ello que ante esta avalancha de racismo que no puedo hacer otra cosa que escribir para aclarar algo que quizás el grueso de la población (y con ello no me refiero a un gordo en concreto si no a la gente en general), no sepa. Y mi reivindicación no es otra que la de utilizar bien la palabra racismo. Vamos a ello.

Según todos los expertos en antropología, también llamados “antropologos”, subdividir la especie humana en razas es un error, ya que genéticamente todos somos idénticos (si, si, ya lo sé, esa peli porno que viste el otro día no decía lo mismo, pero eso son detalles casi sin prácticamente demasiada importancia), por lo que no existen razas dentro de nuestra especie y autodenominarse racista es, por lo tanto, un error. Yo, por ejemplo soy racista. Racista de verdad. Racista de los buenos. Y es que yo odio a los koalas. Esos putos monitos orejones de mierda. Os lo explico:

Los koalas parecen inofensivos si los miras así de refilón. Viven en sus árboles, comen hojitas y si los agarras te abrazan con cariño. ¿No es así? Pues no. Los Koalas tienen una mirada cruel, impasible, oscura… Sus ojos son pozos insondables de maldad y esperan pacientemente, ocultos bajo esa apariencia inofensiva, a evolucionar un poco más y despedazarnos con sus abrazos estranguladores y sus garras aceradas +2 al GAC0. La misma naturaleza nos avisa, ya que la ingesta de hojas de eucalipto en los seres humanos provoca nauseas, vómitos, epilepsia y contiene una neurotoxina que en dosis altas causa muerte permanente no revisable. ¿Qué esperar de un animal cuyo sustento básico es veneno para nosotros? Pues eso. Son el mal. Nuestros sustitutos como especie dominante en este planeta. Odio a los koalas y puedo asegurar que si por el motivo que fuera tuviese que irme a vivir a Australia, me daría mucha ansiedad.

Y volviendo al tema anterior para ponerle fin a esta entrada que ya se me hace larga (como el de la peli porno de antes), comentar que cuando queráis mostrar vuestro desprecio hacia aquellos y aquellas con otro color de piel, religión, idioma o cultura, la palabra a utilizar sería “etnocentrismo”, que se utiliza menos porque hasta ahora se solía sustituir por “ser gilipollas” y éstos, faltos de capacidad para aprender palabras nuevas, sustituían por “racismo”. Así que ya lo sabéis. Cuando os pongan a alguna persona de otra nacionalidad/ color en la tele culpable de algún delito por común que este sea y aunque el porcentaje de crímenes cometidos por personas parecidas a vosotros sea muchísimo mayor, decid “yo ya lo sabía porque ya era gilipollas de antes”. De nada.

sábado, 10 de marzo de 2018

De distopias y bollitos rellenos





Dicen que caminar es uno de los ejercicios mas sanos que existen, además de uno de los grandes placeres infravalorados de esta vida; es por ello que yo añado que si a la vez que caminamos nos comemos un buen pastelito de chocolate, mejor que mejor. Y fue a causa de esta filosofía que ayer mismo mientras regresaba de una de mis peregrinaciones a librerías para comprobar que mi libro definitivamente no se vende, me topé con una panadería que me llamó la atención. En su interior se exhibían cual prostíbulo del azúcar, dulces de toda índole y forma. Atraído por el aroma a hipoglucemia entré y de entre toda la variedad (cruasanes, pasteles, bollos, rosquillas…) me fijé en un pastelito no demasiado grande pero recubierto con una fina capa de chocolate. Me gustó pero no me precipité, si no que le pregunté a la bella dama de detrás del mostrador cuales eran sus características.
-¿Lleva chocolate también por dentro, o SOLO por fuera? –le dije dejando claro que no aceptaría un bollo sin chocolate por dentro.
-No, don caballero lleva solo por fuera– me respondió ella un poco asustada pero sin perder la exquisitez de su educación-, pero puedo rellenarlo.
-¿Cómo?
-Rellenarlo.
-¿Así de fácil?
-Claro. Esto es una repostería y tenemos instrumentos diseñados especialmente para tal cometido –me explicó.
-En ese caso no veo porqué no deberías rellenármelo.

Y así la chica se hizo con el bollo señalado sabiamente por mi índice, que es mi dedo mas goloso y experto en el tema y se lo llevó hacia dentro, pero antes de que desapareciera por completo le pregunté si podía acompañarla a presenciar tal milagro a lo que ella, tras mirarme de arriba abajo y seguramente verme demasiado débil e incapaz de hacerle ningún daño, accedió.

La máquina de rellenar bollos recordaba a un telescopio gigantesco adosado a un depósito de chocolate líquido a una temperatura diez grados superior a la ambiente. Su parte superior rebasaba el techo de la sala, que se abría en una cúpula acristalada desde la que se veía Casiopea de una forma bastante clara para ser media tarde y la inferior terminaba en un émbolo que supuraba chocolate. Ese extremo fino como una aguja de anestesiar cabras silvestres para sus habituales chequeos veterinarios se introducía en una cápsula estanca a baja presión en la que la chica depositó el bollo listo para la rellenación.
-Métete en la sala de seguridad y colócate las gafas de seguridad, los guantes de seguridad y la bata de seguridad –me dice casi como una orden. Parece que se ha puesto seria.
-¿Si todo era de seguridad porqué lo has dicho tantas veces en lugar de poner comas? –trato de bromear con ella para distender los ánimos.
-Porque tengo mala ortografía hablada –me responde mientras acciona los mandos del dispositivo.
La máquina empieza a emitir sonidos y a activar paneles y medidores. El depósito comienza a burbujear y lentamente el chocolate desciende desde la parte más alta hacia el punto estrecho del aparato. El bollo comienza a adquirir una forma mas redondeada.
-¿Está bien así? –me pregunta – Este es el nivel de relleno estándar para un bollo de estas características y supone la ración recomendada por todos los especialistas.
-¿Se puede mas?
-Si, pero…
-Pues dale caña al émbolo, nena.
Mis palabras parecen devolverle el humor y acciona una palanca que hace que de la parte superior unas turbinas dejen escapar sibilantes chorros de vapor. El chocolate se introduce en el bollo que cada vez está más terso y brillante.
-He duplicado la cantidad de relleno –me dice satisfecha. –Cualquier nutricionista a la vista de este bollo se vería obligado a huir al máximo permitido por su movimiento y de no poder escapar, sería destruido.
-¿Se podría mas?
La chica se queda en silencio, me mira a través de los cristales empañados de sus gafas protectoras y me sonríe.
-Quizás otras reposteras no podrían, pero yo puedo intentarlo.
-Hazlo o no lo hagas… -comienzo a decirle.
-…pero no lo intentes –termina ella.
Levanta un panel cubierto con una tapa con señales de advertencia y comienza a accionar conmutadores. Una serie de luces se encienden una tras otra creando una línea cromática preciosa y la máquina vibra violentamente. El zumbido inunda la sala mientras el bollo se hincha peligrosamente.
-Ponle un poco mas y ya está –le digo.
-¡Que! –grita ella entre el ensordecedor ruido del chisme.
-¡Que le pongas un chorro mas y ya estará bien!
-¡De acuerdo, pero si nos pasamos podríamos crear un agujero neg…

Y de pronto la realidad se pliega sobre si misma, el tiempo se desvanece y la galaxia entera es absorbida con la implosión del bollo, que colapsa el tejido espaciotiempo con su densidad chocolatera. Todo se va a tomar por culo excepto yo que en mi cámara de seguridad contemplo como el universo se desintegra y reintegra de nuevo, expandiéndose a una velocidad de vértigo y volviendo a tejer la realidad ante mis sorprendidos ojos.

La repostera me entrega mi bollo con un relleno ridículo y le pago. Salgo a la calle y no tardo en darme cuenta de que la realidad ha cambiado. Banderitas en los balcones, gentes absurdamente felices llevando camisetas blancas atadas al cuello… No es apreciable en la calle, pero cuando llego a casa y pongo la tele es cuando descubro la diferencia. El mundo tal y como lo conocía ha sido desintegrado y retransformado en un presente distópico en el que los humanos no eligen a sus lideres entre los mas cualificados inteligentes y capaces si no todo lo contrario. Los discapacitados que gobiernan el mundo en esta realidad son aplaudidos y vitoreados incluso cuando toman  las decisiones más absurdas, injustas y retrógradas posibles. Las escasas personas que se libran de tal característica luchan en vano contra los grandes medios, los cuales los vilipendian y les sofocan con titulares absurdos pero que parecen calar en la gran población idiotizada, que ve con buenos ojos que metan en la cárcel a los artistas y opositores al régimen que ellos mismos han elegido. 
Definición gráfica de la realidad social.

No sé donde iremos a parar… aquí a cualquier cosa lo llaman relleno.





jueves, 1 de marzo de 2018

De hormigas y Norah Carter



Habréis notado, oh fieles y abnegados lectores, que el blog se está actualizando menos últimamente. Los que todavía conserváis algo de fe en mi pensaréis que estoy trabajando duro en mi próximo libro, el cual me catapultará por fin a la fama y con ello podré dejar de escribir en este infecto lugar, pero lo cierto es que no. Escribo menos porque tengo hormigas en el escritorio y cuando me siento a ser productivo pierdo el tiempo espolsándolas.
 
Para que veáis que es verdad
Al principio pensaba que venían en busca de comida pues es lo normal en estos bichos. Solía almorzar delante del ordenador y eso implicaba mollas de magdalena (ahora fragmentos de muffin), trocitos de galleta, gotitas de leche con colacao que se me salen a veces por la nariz… Así que me tomé en serio el tema de la limpieza y dejé la mesa y sus aledaños como los chorros; además dejé de comer aquí y si lo hacía era bajo una estricta supervisión de residuos móllicos, pero ni así. Las hormigas seguían apareciendo, cada día, en cada momento. Las mañanas, que hasta ahora consistían mi único momento productivo se perdían quitándolas de mi zona de trabajo (yo no las mato pues soy pro vida aunque como carne y me dan igual las cabras esas que se mueren cuando compramos aguacates) y cuando quería darme cuenta ya se había agotado mi tiempo de asueto.

Comencé a preocuparme. Si no era comida… ¿Qué otra cosa podrían querer esos insectos himenópteros? Decidido a llegar hasta el fondo de la cuestión, comencé a observar sus hábitos. Al contrario de lo que suele suceder, esas hormigas no se movían en fila india si no que parecían actuar por libre, cada una a su puto gáser y tal comportamiento me intrigaba. Finalmente y tras varios días de seguimiento intensivo logré descubrir algo extraño: ninguna de esas hormigas parecía interesada en la comida; de hecho la ignoraban cuando se la ponía como cebo. En cambio, deambulaban entre mis papeles, el teclado y la impresora. Parecían atraídas por las letras, sin duda, así que me fijé en una de ellas que se había metido entre unos relatos impresos, la esperé sin molestarla y pude ver como se hacía con una letra S y se la llevaba hacia su nido, seguramente. La seguí sigilosamente hasta una pequeña oquedad tras mi escritorio en la que varias de sus compañeras arrastraban letras impresas o virtuales, acumulándolas con vete tu a saber qué motivos. Me sentía profundamente inquieto así que decidí averiguar qué pasaba ahí dentro.

Afortunadamente todavía guardaba una microcámara de un colonoscopio que el médico se olvidó en mi última exploración y tras aclarar un poco la lente, la introduje en el hormiguero. Al principio solo veía hormigas asustadas ante el nuevo invasor pero lentamente fui adentrándome en las galerías inferiores donde guardaban varios folios extendidos, los cuales supongo que introdujeron dificultosamente bien enrollados y en ellos iban ordenando las letras. Gracias a la tecnología rectal pude leer un fragmento de una de ellas y decía así:

Es el silencio la única flor
que horada la tumba
y busca la pérdida
y anhela el pasado
parecido a una oruga
como hormiga pisoteada
como flor bajo el zapato
como hombre
barrido por el viento
.”

Mi sorpresa fue mayúscula cuando recité ese poema escrito en prosa de excelente manufactura. ¿Pero cómo era posible? Quizás esa colonia viéndose saciada a nivel alimentario habían decidido, utilizando su inteligencia comunitaria dedicarse a otros menesteres ¿Podría ser que la proximitud de mi estudio las hubiese imbuido de cierta curiosidad y ello a aprender a escribir? En cualquier caso la perfección del poema era tal, que sin ninguna duda me habían superado a mi, su mentor, su maestro… Turbado seguí leyendo:

Yo he sabido ver el misterio del verso
que es el misterio de lo que a sí mismo nombra
el anzuelo hecho de la nada
prometido al pez del tiempo
cuya boca sin dientes muestra el origen del poema
en la nada que flota antes de la palabra
y que es distinta a la nada que el poema canta
y también a esa nada en que expira el poema:
tres son pues las formas de la nada
parecidas a cerdos bailando en torno del poema
junto a la casa que el viento ha derrumbado
y ay del que dijo una es la nada
frente a la casa que el viento ha derrumbado:
porque los lobos persiguen el amanecer de las formas
ese amanecer que recuerda a la nada;
triple es la nada y triple es el poema
imaginación escrita y lectura
y páginas que caen alabando a la nada
la nada que no es vacío sino amplitud de palabras
peces shakespearianos que boquean en la playa
esperando allí entre las ruinas del mundo
al señor con yelmo y con espada
al señor sin fruto de la nada.
Testigo es su cadáver aquí donde boquea el poema
de que nada se ha escrito ni se escribió nunca
y ésta es la cuádruple forma de la nada
.”

Esta segunda lectura me dejó todavía más asombrado que la primera. ¿Acaso me encontraba ante una forma superior de literatura que había aprendido del humano para llegar a un nivel suprahumano? ¿Acaso eso era la prueba irrefutable de que...? Pero un momento… ¿Cuádruple forma de la nada? Eso me sonaba. Me recordaba a… ¡Leopoldo Maria Panero! ¡Era un plagio! Las hormigas comenzaron a correr desesperadas, avergonzadas por mi descubrimiento, desordenando las letras de nuevo y tratando de componer nuevos y originales versos que ni siquiera pasaban de mediocres. Estúpidos insectos… No se puede rimar con diminutivos… Y así sellé con silicona su agujero dando por terminada esa absurda distracción.