miércoles, 26 de junio de 2013

Grandes profesiones: El delfín



Los delfines son unos mamíferos que viven en el agua. Vale. Los delfines se suponen muy inteligentes. También vale. Los delfines quieren controlar a los humanos con sus poderes PSI y adueñarse del mundo. ¿No os vale? Seguid leyendo y os convenceré.

Resulta que los científicos están desconcertados, ya que están seguros de que los delfines poseen un lenguaje complejo al nivel de “Oye, cómo te ha ido la tarde?” y “Pues bien, pero me duele un poco la aleta dorsal, habré hecho algún mal gesto acuático”, pero a pesar de ello son incapaces de descifrar una sola palabra. ¿Por qué? Muy sencillo: Los delfines se cachondean de nosotros. Todos somos mamíferos, evolucionados a partir de un mismo ser y cuya única diferencia es el entorno en el que vivimos. Deberíamos entenderles pero no, ellos no quieren. 

Pero pongámonos en su lugar utilizando un supuesto perfectamente posible: Una noche  estamos paseando por el campo, cerca de un prostíbulo y de pronto nos envuelve una luz dorada y nos teletransporta al interior de un ovni donde un grupo de seres de otro universo quiere estudiarnos; pero como nos han tocado la moral con su abducción, cada vez que nos preguntan algo respondemos “Blublublubub” y cuando nos colocan los sensores para traducir nuestro lenguaje decimos “Blebliblebibub” y los pobres no se aclaran. Pues eso es lo que nos hacen los delfines. Confundirnos, desconcertarnos, mezclarse con nosotros y estudiarnos para conocer nuestras debilidades y mandar toda la información a sus colegas mar adentro que, haciéndose pasar por animalitos dóciles y simpáticos, preparan  el golpe final a nuestra civilización.
Aqui tenemos una prueba clara d eque los delfines son muy inteligentes... y muy mamíferos.

Que no os den pena, amantes de los alimanes. Los delfines no viven en cautividad en nuestras piscinas por culpa de la curiosidad y la codicia humana. Se dejan capturar, aprenden trucos cutres de circo para que nadie sospeche y el día menos pensado los veremos emerger del agua, flotando en el interior de una burbuja de agua y despojándonos de nuestra dignidad y libertad.
Pero no debemos odiarles por ello, simplemente reflexionemos. ¿No haríamos lo mismo nosotros en su lugar? Pues eso.

PD: Si, ya sé que un delfín no es una profesión, pero tenía muy abandonada esa sección y algo tenía que poner.

jueves, 20 de junio de 2013

De escotes y apariencias



El otro día estaba viendo un programa en la tele en el que salían un grupo de mujeres y hombres todos ellos muy jóvenes y apuestos con la sana intención de hacer el amor entre ellos pero sin atreverse a decirlo directamente y perdiendo el tiempo con rodeos innecesarios; no voy a hablar del programa, que me pareció algo absurdo y cansino, pero si de algo que ví en él y que ya llevaba algo de tiempo advirtiendo también en otras partes: Los hombres con escotes.
Para quien se esté imaginando a un travesti debo aclarar que los hombres con escotes a los que me refiero son señores jóvenes, muy masculinos, que poseen músculos pectorales y que para poder mostrarlos al mundo no pueden llevar camisetas normales, ya que no lucirían. Debo reconocer que a primera vista la idea me horrorizó. ¿Pero dónde va este? Pensé.  Qué cosa más ridícula de persona. Continué pensando. Pero al final, tanto pensar y tanto pensar me hizo llegar a la pregunta que todos nosotros deberíamos plantearnos antes de juzgar a alguien: ¿Y qué haría yo?
Y entonces imaginé el pasar tres horas al día metido en un gimnasio, venga a hacer repeticiones de pesas una y otra vez, a tener que ducharme rodeado de tíos con el pito al aire, a llegar a casa y meterme inyecciones intramusculares de anabolizantes, a desayunar batidos asquerosos con apio y huevos crudos, a perder lentamente el control de mi pene debido a la acción de las hormonas… Y llegué a la conclusión de que yo me pondría escotes hasta el ombligo, como Elsa Pataki.

 Puede que éste sea un chaval simpático, con mucha conversación y un experto en informática y realización de tareas domésticas varias, pero... en el fondo sabemos que no es así. 


¿Por qué juzgamos a los demás, entonces? Porque hay que hacerlo, ya sea por envidia, por rabia o por asco, juzgamos y juzgamos a los demás, sin pararnos a compararlos con nosotros mismos y haciendo que nos juzguen a su vez. Todos somos jueces en este mundo de  apariencias y por ello nos esforzamos también en parecer “algo”, aunque ese “algo” solo sea parecer una persona que no parece nada. No nos engañemos;  podemos enseñar a nuestros hijos que la apariencia no es lo importante, que lo valioso está dentro, que todo el mundo merece que se mire en su interior, pero en el fondo sabemos que no es así. Podemos engañar a niños y jóvenes incautos pero los que llevamos un buen puñado de años pateando este mundo sabemos, que las apariencias no engañan.

jueves, 13 de junio de 2013

De impactos críticos y toallas mojadas



Desde hace algún tiempo, pero especialmente desde que escribo de forma pública en este blog, he ido fijándome en la extraña credulidad/ incredulidad de la gente. Por algún motivo que no alcanzo a comprender, hay veces en que alguien se muestra reacio a creerse la cosa más sencilla y mundana con un “¿Pero tú no ves que eso no puede ser?” pero luego son capaces de tragarse las más fantásticas historias con ese “Es que hay cosas que no podemos comprender” y sí, estoy hablando de cuando no se creen que has visto un famoso por la calle pero luego intentan convencerte de que el espíritu de un soldado muerto en la guerra les visita por las noches con sodomitas intenciones. Pero ya hablé sobre este tema en concreto aquí y no quiero hacerme tan pesado; Solo quiero explicar algo que me sucedió y que jamás logré que me creyeran.


Yo era un veinteañero feliz, trabajaba como repartidor de repuestos de automóvil y conducía una bella furgoneta blanca, roja y azul; mi radio de acción era comarcal, por lo que visitaba muchos pueblos pequeños perdidos de la mano de Dende; y en uno de esos pueblos había un tallercito, propiedad del Sr.B, que era legendario no por sus habilidades de mecánica sino por sus dos atractivas hijas. Cada vez que volvía de su taller (cosa que sucedía cada 10 o 15 dias aproximadamente), entraba en la tienda y todos me preguntaban aquello de “¿Has visto a las hijas de Mr.B? Como están las chavalas, eh?” Y mi respuesta siempre era que no, que las hijas no tienen por qué estar en el taller de su padre justo en el momento en el que yo voy. Pensándolo detenidamente, las probabilidades de toparme con una de sus hijas eran muy bajas, casi absurdas, pero a pesar de eso me lo preguntaban insistentemente todas y cada una de las veces que iba. En términos roleros podríamos decir que tirando dos dados de diez caras cada vez que iba a ese taller, debería haber sacado un 0 en el primero y de 1 a 5 en el segundo para encontrarme con una de ellas. Pero ya se sabe, la probabilidad está ahí y en uno de esos viajes, saqué un 01 que es un crítico. Y con los críticos siempre suceden cosas geniales.
Llegué el día del testi… del crítico perdón, al taller y éste estaba cerrado; era raro, así que llamé a la puerta de su casa, adyacente al mismo, pero nadie me respondía. Me desesperé un poco a pesar de que yo no pagaba la gasolina y trabajaba por horas, no por reparto entregado y volví a llamar. Sin respuesta. Pero cuando ya me iba, la puerta se abrió y allí estaba. ¡Una hija! Pero cuidado, que estaba como estaba. Apareció mojada de arriba abajo y cubierta solamente con una toalla. Me explicó que su padre, LordB no estaba y que a pesar de haberla avisado de que yo iba a ir, había cometido la imprudencia de meterse en la ducha; creo que dijo algo más pero no me enteré; solo podía fijarme en cómo la toalla mojada se pegaba a sus pechos y en una de sus  caderas que se dejaba ver con cada movimiento. Le entregué la cajita (unas pastillas de freno creo recordar) y me marché.
Este es el recuerdo que hoy dia me queda de tal suceso.
El viaje de regreso se me hizo más largo que nunca. Estaba impaciente por llegar y contarles a todos lo que había visto. Quise hacerme el interesante y esperar a que me preguntaran pero ese día estaban todos muy ocupados y nadie me hizo la habitual pregunta. Al final se lo tuve que decir yo y como ya supondréis… nadie me creyó. Fantasioso, mente calenturienta, flipado… Todo eso me llamaron los muy gilipollas. Hace mucho que dejé ese trabajo y me marché a vivir lejos, pero todavía a día de hoy, les deseo mal.