miércoles, 23 de noviembre de 2011

Fantasmilla

Hallábame yo realizando tareas de reparación y mantenimiento en el tejado de mi casa, cuando vi aparecer por el camino, a un individuo flamélico y desgarbado que, viendome ocupado me preguntó en qué empresa trabajaba y que me permitía tener labor en estos tiempos de miseria y escasez. Contestóle yo que mi trabajo no venía de terceros sino que eran mis propias tareas domçesticas las que realizaba y él, poniendo expresión triste y desolada me dijo que podría hacerlo por mi si le daba 10€, ya que se hallaba sin sustento alguno. Pero no vé usted, le dije yo, que el hecho de estar tal dia como hoy entre semana y a estas horas aquí arreglando mis cosas es señal inequívoca de que me encuentro en la misma situación que usted y que cualquier aportación económicomonetaria solo serviría para empeorar mi situación. A lo que el hombre agachó la cabeza y se marchó con paso lento.
Pero a los minutos de su partida el cielo se ensombreció, un viento frío sopló y una figura pálida de blanca faz y vestimentas apareció ante mí, diciendo ser el fantasma de la navidad. Le comenté que estabamos en noviembre y el fantasma me respondió que la navidad ya había llegado al Corte Inglés y al Carrefur y que los fantasmas no iban a ser menos.
Y de la mano me llevó hasta el hogar de aquél a quien había negado mi socorro para que yo viera cuán lastimera era su vida. Y allí pude ver a dos niños que no tenían videojuegos que introducir en sus PSPs, a una esposa triste por no poder comprar esas botas de piel que tanto necesitaba y un BMW en el almacén sin gasolina que pudiera hacer rugir su motor. Y entre sus cosas vi un teléfono móvil de segunda generación, un diso duro de menos de 500 gigas y joyas de plata. Y díjole yo que eso era realmente triste pero que yo nunca pude tener nada de eso ni siquiera en proyecto y él excusose con argumentos balbuceantes e imprecisos y con voz familiar. Y al estirar de su máscara vi que el fantasma no era otro que el hombre miserable de antes disfrazado de fantoche y yo, lleno de rabia y compasión le dí 10€ por las molestias y quedamos, como un trato de sangre entre hermanos fieles, que si volvía a verle aparecer por mi camino, le daría tal paliza que no sería capaz de reconocerse al mirarse en el espejo.

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