sábado, 14 de febrero de 2015

De tatuajes y delfines: Una fábula de amor y odio, vida y muerte, amistad y furia...

A este tauaje me gustaría meterle mano a mí...


Hacerse un tatuaje es siempre una decisión complicada; elegir un dibujo que nos va a acompañar toda la vida no puede hacerse a la ligera, y al mismo tiempo el dejarse aconsejar por otros en una decisión tan personal puede dar lugar a conflictos y desavenencias varias. Pero hay veces en las que la vida nos pone ante situaciones críticas que se acaban convirtiendo en puntos de inflexión en nuestras sendas vitales y que no dejan lugar a dudas respecto a ser representadas en nuestra piel. Y para ilustrar esta afirmación, nada como un buen ejemplo. Veamos el relato de Agripino.

Agripino era un hombre normal; tenía sus cosas raras, sus inquietudes, sus obsesiones y sus transtornos, pero normal al fin y al cabo. Un día decidió adquirir un pack de vacaciones a unas islas tropicales que incluían un paseo en barca. Era el segundo día de asueto cuando se embarcó rumbo a una cala rocosa inaccesible donde los turistas se podían bañar en el mar abierto. Pero Agripino no sabía nadar y se sentía ridículo vistiendo un chaleco salvavidas, por lo que se quedó apoyado en la borda, mirando las nubes y tanto mirar arriba se mareó, perdió el equilibrio y cayó al mar sin que nadie lo viera, pues lo hizo por el lado contrario al de los bañistas. ¿He dicho ya que no sabía nadar? ¿Si? Entonces ya os imaginaréis que comenzó a bracear y patalear inútilmente mientras se hundía hacia el fondo marino donde yacería su cuerpo. Pero no. De pronto Agripino sintió un empujón en su espalda y una fuerza marina desconocida lo sacó a la superficie y lo llevó hasta la orilla. Al mirar a su salvador descubrió que se trataba de un delfín, un delfín que se quedó observándole durante unos instantes antes de volver a desaparecer bajo las olas. Y en ese instante Agripino tuvo tiempo de descubrir que había inteligencia en esos ojos, de que no somos la única especie intelectualmente capaz del planeta y su escala de valores respecto a la vida, cambió radicalmente. Ese delfín no solo había salvado su insulsa vida; también era el responsable de un nuevo “yo” que ni siquiera conocía con anterioridad:
 
Y decidió tatuarse al delfín. 

Y a esto es a lo que refería con eso de plasmar sobre la piel cosas que forman parte de nosotros mismos y de las que nunca podríamos renegar. Y hasta aquí la entrada de esta semana. Si os habéis quedado satisfechos/as, podéis dejar de leer, pero si echáis en falta algo, tranquilos, que hay segunda parte.



Y es que algunos años después, Agripino regresó a esa cala inaccesible, esta vez a pie porque habían construido un hotel ilegal y ahora se podía llegar en autobús, y se puso a contemplar la inmensidad del océano cuano, sorpresivamente, el mismo delfín de la otra vez apareció ante él. Agripino se metió en el agua (hasta la cintura, porque no había aprendido a nadar, ni lo haría ya nunca porque sin él saberlo estaba a punto de morir de una forma horrible) y abrazó al delfín, que hizo lo propio dentro de sus posibilidades. Entonces él se quitó la camiseta y le mostró el tatuaje que adornaba su espalda, el cual el delfín observó con los ojos muy abiertos y la mandíbula cada vez más abierta.

-¿Quién coño es este? –Dijo el delfín con un tono muy serio.
-Eres… tu. Me salvaste una vez y quise llevarte para siempre conmigo.

-No. Ese no soy yo. Para nada. Se parece un poco a un primo mío que vive en el coral de al lado, pero yo no soy.

-Es que… Bueno. Todos los delfines sois iguales al fin y al cabo. ¿No?

-¡Iguales! –El delfín parecía fuera de sus casillas. -¡Entonces yo soy igual que mi primo para ti! ¿No? ¿O qué?

-Ehm… ¿Si?

-VAS A MORIR, HUMANO DE MIERDA.

Y no fue hasta dos días después cuando encontraron el cuerpo de Agripino. Algo lo había enganchado de una pierna y lo había arrastrado hasta el fondo, donde, incapaz de nadar por sí mismo, se había ahogado. Y fin de la historia.

¿Y a qué venía esta segunda parte? Pues a decir que aunque a nosotros todos los delfines/monos/cabras, etc… nos parezcan exactamente iguales, dentro de su misma especie ellos son capaces de encontrarse tantos matices y diferencias como nosotros, los humanos. Y por si os ha parecido exagerada la actuación del delfín, imaginemos la situación contraria. Imaginemos que salvamos a un delfín de una de esas sangrías que hacen los japoneses todos los putos años; y luego volvemos y vemos que el delfín se ha tatuado al Che Guevara porque su tatuador delfínico le dijo que era la cara del humano medio.… 


¿Es para matarlo o no?

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