viernes, 11 de octubre de 2013

El incidente de Belén 2 (Melchor2)

Melchor estaba confuso por el viaje en el tiempo y apenas lograba correr en línea recta a través de la llanura que se abrió, casi infinita ante él; además de que las gallinas eran mucho más rápidas que él. Sin otra opción que la de luchar, el rey maldito se paró en seco cuando la primera gallina estaba dándole alcance e impulsó su cuerpo hacia atrás mientras mantenía un codo en alto; la gallina no tuvo tiempo de detenerse y estrelló su cara contra el codo de su presa, rompiéndose varios dientes y cayendo aturdida hacia atrás. Melchor apenas tuvo tiempo de preocuparse por la carne desgarrada de su brazo, pues en un segundo más tendría a tres de esos monstruos encima. Esperó a que llegara el primero y cuando éste iba a morderle directamente en la cara, atrapó su cabeza entre sus dos manos y con un poderoso movimiento circular, rompió el cuello de la bestia, que murió al instante. La tercera gallina saltó sobre él y aprovechó para echarse al suelo e impulsarla sobre su cuerpo pero entonces descubrió dos cosas: Poseían unos enormes espolones en las patas que le abrieron una brecha importante en el pecho y además eran ligeras como plumas, por lo que su intento de herirla provocándole una caída había fallado al aterrizar sobre sus patas sin más problema.

Se levantó y tomó aire. Tenía a dos gallinas con dientes, que casi le igualaban en altura, dando vueltas a su alrededor, esperando el momento en el que atacar. Ellas sabían que era una presa peligrosa y él esperaba ser capaz de deshacerse de ellas antes de que lo devoraran vivo. Una gota de sudor resbaló por su sien, bajó por la mejilla y se detuvo en su mentón. Un segundo, dos, tres, y cayó al suelo. Justo en ese momento, como si fuese algún tipo de señal, los dos depredadores se lanzaron sobre su presa. Melchor saltó a un lado, evitando dientes y espolones y se agarró a la cola de uno de ellos; la bestia chilló de rabia mientras Melchor hacía acopio de todas sus reservas de fuerza y, haciendo girar su cuerpo, logró elevar al monstruo y hacerlo girar por el aire. Atrapado por la cola no podía morderle y el otro no osaba acercarse. Melchor le dio varias vueltas y esperó el momento oportuno, el de mayor velocidad, para soltarlo. La gallina gigante voló en dirección a su compañera y se estrelló contra ella, quedando ambas tendidas en el suelo.

Sangrando y completamente agotado, Melchor legó hasta un pequeño lago de aguas cristalinas y aprovechó para lavar sus heridas. Se desnudó y se miró en el reflejo del agua. Su cuerpo era musculoso y varias cicatrices se dibujaban en él; era el testimonio de la vida que había que tenido que llevar desde que Él lo maldijo. Estuvo a punto incluso de preguntarse dónde estaba, cuando un sonido le distrajo. Sonaba como unas pisadas lentas, pesadas, pero daba la sensación de que estaban aplastando toda la maleza a sus espaldas. Melchor se giró justo a tiempo para ver cómo la cabeza de algo mil veces más terrible que las gallinas que casi le habían matado, asomaba sobre los árboles. “Un dragón” pensó, y casi estuvo a punto de rendirse y dejarse devorar, cuando ésta le vio y soltó un chillido que hizo que todo lo que había oído anteriormente le parecieran susurros. Cualquier habitante del futuro identificaría a tal bestia como un tiranosaurio rex y se prepararía para morir, pero Melchor se puso tenso, dispuesto a luchar.






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