sábado, 17 de febrero de 2018

De celos y flores de jazmín.




Como la anterior entrada al final resultó ser un burdo remake de otra publicada dos años antes, tras mucho deliberar he decidido contar algo original en ésta. No solo original si no algo que me sume en tan profunda vergüenza que no pensaba sacar jamás a la luz. Pero voy a hacerlo precisamente para recuperar mi honor como bloguero tras la pifia anterior. Así que pónganse cómodos, damos y caballeras porque comienza el relato que jamás debió ser contado; el episodio más extraño en el que jamás me vi sumido (más incluso que aquella vez que creé un gusano mutante que destruyó el mundo); voy a contaros cómo una vez me confundieron con la amante de mi jefe.


Contaba yo con 21 añitos. Tierno, rosado, redondito, imberbe… O quizás nada de esto pero sí con una larga, rizada y rubia melena. Eso no lo puede negar nadie. En esa época yo me dedicaba la jardinería y trabajaba en lo que cayera en mis manos: Ayuntamientos, parques naturales, empresas privadas… Hasta que me contrataron para suplir la baja de una monitora de un centro para personas con discapacidad (ahora capacidades especiales, pero estoy hablando de hace casi veinte años así que utilizaré las nomenclaturas de la época) cuyo compañero era un tal J. Si. Se llamaba como yo.
Ese tal J me sacaba diez años y no era un hombre que destacara por cuidarse. Estaba regordete, un poco calvo (eso no era su culpa) y desaliñado… pero como no le comenté nunca las impresiones que tenía respecto a su persona, nos hicimos buenos amigos. Ambos compartíamos una visión parecida acerca de la profesión que desempeñábamos, ambos compartíamos los pormenores de un trabajo harto estresante como monitores y así surgió la idea de trabajar por nuestra cuenta haciendo horas extra los fines de semana como jardineros freelancers. 

Él se asignó el papel de jefe al ser el que invertía el 100% de la pasta para el negocio (vehículo, maquinaria, gastos…) y yo me limitaría a seguir ordenes y cobrar una cantidad fija por hora. Y todo iba bien durante las primeras semanas hasta que me habló de su novia. 

Resulta que la novia de J era una chica muy celosa. Eso no debería haberme importado lo más mínimo en un principio, pero como trabajábamos con el vehículo habitual de J y teniendo en cuenta que a un ser humano normal se le caen una media de 50 cabellos al día, su novia solía encontrar alguno de mis rizos dorados en el asiento del copiloto de J, sospechando que éste tenía una amante. A mi esa historia me pareció del todo insulsa, por lo que la olvidé, pero para J se estaba convirtiendo en todo un problema, por lo que decidió forzar un encuentro casual con su novia, para que ésta comprobara que el origen de tales cabellos no era otra mujer. 

Me comentó que teníamos que pasar por su casa a recoger algo que se había olvidado y dejó la furgoneta aparcada conmigo dentro en la puerta. A esa hora llegaba puntual su chica y él pensó que al verme la cara, todas sus dudas desaparecerían, pero no contó con que ella no vendría de cara…
Y ahí estaba yo, esperando, sin poder mirar el móvil porque no existían todavía tales aparejos, cuando de pronto una mano fina y delicada pero imbuida con la fuerza de cien jabalises salvajes me agarró por el pelo y me sacó por la ventanilla de un tirón al grito de “¡Zorra!”.

Así recuerdo yo la escena. Más o menos.
Apenas pude reaccionar. Bofetadas, tirones, arañazos, patadas… No entendía el porqué de esa agresión y lo único que podía hacer era cubrirme la cara para que no me desfigurara. Afortunadamente, los gritos de “Te estás tirando a J te voy a matar” y “Todas las rubias sois igual de guarras” que profería la encolerizada chica me dieron a entender que me estaba confundiendo por otra persona y además de otro género, así que opté por zafarme de ella y apartarme la maraña de pelo de la cara parta demostrarle que era un tío. Al verme cesó en su ataque, me miró sorprendida y dijo… “¡Encima fea y más plana que una tabla de planchar!”. Arremetiendo con más fuerza aún. Me iba a matar, estaba seguro, así que salté por encima del capó, corrí hasta la parte trasera de la furgoneta y agarré una azada con la que sacudí a la novia de J en la cara cuando se lanzaba sobre mí de nuevo.
Sonó un apagado “clonc” y cayó al suelo hecha un guiñapo. La miré. La verdad es que no estaba nada mal la chica. No había motivos para que se sintiera celosa de un tipo como J. Pero como ya se sabe que el amor no conoce de apariencias ni de pensamientos racionales, no quise pensar demasiado en ello. Aquí cada uno con sus relaciones y sus problemas. La metí en el remolque donde llevábamos el compostaje y en el primer jardín que paramos la enterré bajo unos jazmineros sin que J se diera cuenta. Ese año las flores crecieron más bonitas que nunca.

7 comentarios:

  1. Por que sé que nunca has sido jardinero, que si no me preocuparía mucho...

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    1. Pues sabe mucho de plantas, yo no le pegaré para no criar malvas o margaritas.

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    2. Te aseguro que si ha sido jardinero... cuantos cuerpos habrà enterrados por la zona...

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    3. allí donde haya jazmines, puede que haya alguna víctima. Suerte que no sé que es un jazmín, sino estaría asustado cuando los viera.

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  2. Efectivamente, querido Sesmero.
    He sido jardinero y he estudiado el tema por lo que sé que el jazmin, al igual que las malvas son capaces de sobrevivir sobe un cadáver gracias a su alta tolerancia a la liberación de nitrógeno por parte de éste.

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  3. Me ha gustado mucho esta entrada. Me he partido de risa.

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