jueves, 23 de enero de 2014

De fe y rodillas peladas



Cuando yo era niño (joder, ya empiezo igual que siempre) fui adoctrinado en la fe católica (pero es que he tenido una infancia taaan interesante…) por mi abuela, que era una mujer de bien. Puede parecer raro para quien me conozca actualmente, imaginarme arrodillado ante la virgen rezando el jesusitodemivida, pero así era. Por aquella época yo no me cuestionaba nada, ya sabéis cómo funciona eso de la fe (tanto si sois creyentes como si no) con conceptos tan abstractos y confusos como el de “eternidad, sabiduría infinita, omnipotencia, omnipresencia…” y otras muchas cosas que nuestras pobres mentes no son capaces de asimilar, reforzando así los cimientos de unos y otros por igual. Pero no nos vayamos del tema que lo que quiero contar es mucho más sencillo.

Hubo un momento en mi vida en el que llegué a creer que dios, al estar en todas partes, verlo todo a la vez y poder afectar a la realidad de nuestro mundo sin esfuerzo alguno, era directamente responsable de todas las cosas que pasaban, y que cada vez que me pasaba algo malo, era obra suya, reprochándome así alguna falta. Entonces, si yo un día me tropezaba y me caía, luego me esforzaba en recordar qué podría haber hecho ese día para ofender a tan misericordioso ser; acordándome entonces de ese día que no quise terminarme el plato o engañé a mi madre diciéndole que no tenía nada que ver con la rotura de ese vaso. Y así una y otra vez hasta que mi existencia se convirtió en una paranoia en la que debía medir mis acciones para no sufrir un castigo divino en forma de esmorramiento contra el suelo. Pero a pesar de poner toda mi voluntad en ello, recibía a menudo los castigos divinos en forma de caídas y en cada una de ellas me esforzaba en recordar mis faltas que, claro está, cada vez eran más rebuscadas.

Y así fue durante un tiempo que no me siento capaz de determinar, en el que mis rodillas ya no recordaban qué era estar recubiertas de piel y mis valores morales se tambaleaban desconcertados tratando de imaginar qué sería realmente justo y agradable ante los ojos de un Dios que cada vez me caía peor. Y es que lo peor de que un ser omnipotente te castigue, es ver cómo los demás hacen cosas peores y no les pasa nada. Porque anda que no conocía yo niños cabroncetes que merecían, no caerse cada dos por tres como me pasaba a mí, sino despeñarse por un acantilado sobre un mar embravecido. Y fue por ello que no aguanté más.
Un día me levanté del suelo tras una caída especialmente dolorosa, miré mis rodillas que más que heridas tenía estigmas y alcé mi puño al cielo renegando de Dios y de sus injustas normas, gritándole algo así como:  

¡Yo quiero ver, yo quiero ver, mi Dios!
¡Quiero saber, quiero saber, Señor!
Si he de caer...
Dime si es porque he de ser mejor de lo que fui,
Dime si mi vida con mis rodillas he de cumplir.
Yo quiero ver, yo quiero ver, Mi Dios
Quiero saber, quiero saber, Señor,
¡Con caer que voy a conseguir!.
Quiero saber, quiero saber, Señor,
¿Por qué he de caer? ¿Por qué?....
Dime por qué quieres que me claven en su cruz,
Muéstrame el motivo, dame un poco de tu luz,
Di que no es inútil tu deseo y caeré,
Me enseñaste el cómo, el cuándo, pero no el por qué.
Muy bien, ¡yo moriré!,
Pero por favor,
Cuando muera, cuando muera
¡Mírame!,
Por favor, ¡mira mi caída!...

Es curioso, pero ahora que lo he escrito, no tengo claro si es eso lo que dije exactamente o si es una canción del Jesucristo Superstar del Camilo Sexto. Pero es igual, porque al final me llevaron al médico y resultó que tenía los pies planos.

2 comentarios: