sábado, 6 de diciembre de 2014

De vaginas y amistad (Y cerramos la trilogía)



Ayer mismo me encontré con un amigo por la calle. Un amigo de los buenos, de confianza, de hablar mucho y entenderse, de risas y llantos; de esos que solo se puede tener uno porque son irrepetibles. Y estaba un poco preocupado e intranquilo, como si no se sintiera del todo bien en mi presencia.

-¿Qué te pasa, amigo? –Le pregunté con voz cálida.
-Tengo un problema… Pero no quisiera ofenderte ni que cambiaran las cosas entre nosotros al contártelo. –Me respondió él secándose el sudor de la frente.
-Claro que no. Sabes que lo que sea, podremos resolverlo, como hemos hecho siempre. 

Y entonces ambos a la vez recordamos aquella vez en el templo subterráneo huyendo de dinosaurios con la Gema del Saber en nuestras manos, mirándonos convencidos de que jamás veríamos de nuevo la luz del Sol.

-Verás… -Comenzó a explicarme. –Desde hace un tiempo, cuando hago el amor con mi mujer… No deja de pronunciar tu nombre.

Yo le miré con cierta severidad, pero rápidamente mi expresión pasó a la calma y le puse la mano en el hombro a la vez que le sonreía.

-Pero no te preocupes. Esto no es malo.
-¿No? –Me responde con los ojos húmedos de lágrimas reprimidas.
-Por supuesto que no. –Prosigo. –No es malo, es normal. Tú mírate bien, y ahora mírame a mí. Eres un cagarro de hombre y deberías dar gracias al cielo de que hayas encontrado una mujer dispuesta a acostarse contigo. Déjala que fantasee, hombre, déjala.

Y entonces me sonríe, estalla en llanto y me abraza, dándome las gracias. Y yo le digo que no hay de qué; que los amigos estamos para eso y que me siento satisfecho de haber aclarado sus dudas. Y ya puestos le pido cincuenta euros para comprarme unas miniaturas que necesito y él me dice que para qué las quiero si ya no juego nunca y yo le respondo que ya lo sé pero como me lo paga él me lo compro aunque tenga que dejarlas allí cogiendo polvo. Y cuando agarro el billete me recuerda que está en paro y que tiene serios problemas económicos y yo le doy unas palmaditas en la espalda y me alejo. 

-Recuerdos a tu mujer.

Qué bonita es la amistad verdadera.

2 comentarios:

  1. Hola,

    Aprovecho que soy el primero en comentar esta entrada para elogiarla. No diré más, que sobraría.

    Ps. Me sigue doliendo la lengua. (Ya se entenderá por qué lo digo)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El primero... y el último. Jejej jeje je... No sé de qué me rio.

      Eliminar