jueves, 2 de julio de 2015

Músculos (Paternidad 37)




Cuando los pequeños llegan a cierta edad, el papel de los padres en los parques de columpios y otras zonas habilitadas para la diversión de los críos, es el de guardia de seguridad/guardaespaldas; es decir que mientras nuestro retoño juega despreocupado, nosotros observamos desde una distancia prudencial, tras nuestras gafas de sol, por si sucede algo que requiera nuestra ayuda. Y generalmente sucede. Siempre hay un niño mayor que trata de echar al nuestro del columpio o uno más pequeño que no para de estirarle del pelo o la ropa. En ese caso hay dos formas de actuación: La primera es esperar a que el nuestro solucione sólo la situación; algo necesario si queremos que el día de mañana sepa arreglar sus propios problemas cuando nosotros ya no estemos. La segunda es coger carrerilla y darle una reprimenda al abusador a base de patada voladora con vuelo de triple tirabuzón; opción mucho más vistosa que la primera, sin duda alguna.

Y resulta que ayer mismo, en un parque habitual, un niñato malcriado comenzó a molestar a la mía, que aunque algo mayor que él, se desesperaba al ver que no podía quitarse de encima al pesado del crio que le pedía sus chuches. Al final la niña me miró desesperada en plan “Papá, ya no puedo más con éste.” Y yo le devolví la mirada por encima de las gafas diciéndole “Te lo quito de encima al estilo 1 o estilo 2?”. A lo que ella me respondió levantando dos dedos. Ya no necesitaba más. 

Me levanté y di cuatro largos pasos hacia atrás, con lo que casi me atropella un coche porque llegué hasta la carretera, y comencé a correr dando largas zancadas, acelerando más con cada una de ellas hasta que mi cuerpo no era más que una estela borrosa; entonces, utilizando un hábil giro de cadera que aprendí viendo videoclips de Van Hallen giré sobre mí mismo y me lancé con los pies por delante cual torbellino de amor paterno filial dispuesto a trasladar al crio pesado a otro parque. Pero algo falló cuando el padre del niño lo apartó hábilmente de mi trayectoria.

Me incorporé y lo miré. Normalmente no tengo problemas con otros padres. Estoy acostumbrado a encontrarme con ancianos que cuando tenían treinta años decidieron que “querían vivir la vida” y no tuvieron hijos hasta los cuarenta y cinco, con lo que ahora son cincuentones cansados de vivir que no resultan ninguna amenaza para mí. Pero este era diferente. Era algo mayor que yo pero de figura bien definida por una musculatura que solo puede conseguirse con un bono de diez años en un gimnasio. Me miró con ojos azules tan fríos como el hielo y un escalofrío recorrió mi espalda. Cuando levantó a su hijo para acurrucarlo contra su pecho, en su bíceps, del tamaño de mi muslo, apareció una vena de color azul eléctrico que latía a un ritmo regular. El hombre estaba tranquilo. Tranquilo y confiado. A pesar de eso mantuve la mirada y me arremangué. Apreté el brazo para demostrarle mi fuerza pero mi vena no era tan azul como la suya ni mi brazo tan ancho; además me dio un tirón en el cuello y me quedé con la cabeza de lado; pero ni así me rendí. Le señalé con un dedo, cogí aire y le dije. “Te voy a… Te voy a… Te voy a poner mirando a Cuenca. Bribón.” Y el padre musculoso pareció ser invadido por el terror, palideció, se dio la vuelta y se marchó diciéndole a su pequeño que fuera la última vez que molestaba a una niña cuyo padre no tenía bien definida su sexualidad.

3 comentarios:

  1. JAJAJAJAJAJAJA

    Sigue así que cada día te superas...

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  2. Mi lumbalgia me impide hacer la 2.¿Qué me recomiendas para suplirla? ¿la táctica bribón?
    Muy buena entrada

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  3. Gracias por vuestros comentarios, amigos...
    ¿Qué digo amigos? ¡Hermanos!

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