Es el
título del folleto que me dan nada más salir de quirófano. Lo miro extrañado,
intento pedirle explicaciones a la guapa enfermera que me lo ha puesto en las
manos pero solo alcanzo a ver su trasero alejándose por el pasillo. Intento
ponerme cómodo en el sofá de la sala de postoperatorio y lo abro para
encontrarme con un sencillo manual enumerando los leves cambios que mi vida va
a experimentar a partir de ese momento.
Dificultad
de erección, falta de apetito sexual, aumento de peso, eyaculaciones escasas y
aguadas, voz de flauta… Todo ello ilustrado con simpáticos dibujitos de hombres
alegres ante su terrible metamorfosis. Lo cierro horrorizado y espero
pacientemente a que aparezca de nuevo la enfermera. Al rato se asoma y me
pregunta si puedo caminar a lo que le respondo que sí, y que caminar sea
posiblemente lo único que pueda hacer a partir de ese momento. Trato de pedirle
explicaciones sobre el folleto pero como respuesta solo sacude la cabeza y
sonríe. Me siento pardillo, sea lo que sea eso. Pero al final me envalentono y
voy hacia la consulta del médico. Ese viejo loco tendrá que darme
explicaciones.
Entro
en la consulta abriendo las puertas en plan Aragorn; el aire generado por las puertas oscilobatientes apaga
todas las velas y candiles, dejando al médico y a un sorprendido paciente en
penumbras. Pero cuando llega la hora de sacar mi hombría y cantarle las
cuarenta por haberme vendido una operación inocua y sin efectos secundarios
inesperados cuando en realidad no era así, siento como todo mi arrojo e ímpetu,
ambas virtudes muy masculinas por todos es sabido, parecen no aflorar y me
quedo en la puerta como un gatito mojado. El doctor viene hasta mí, me pasa un
brazo por los hombros y me mete en el ascensor ante la divertida mirada de todo
el personal sanitario presente.
Camino
arrastrando los pies hasta la calle. Antes de llegar al coche me cruzo con un
grupo de adolescentes de esas de culo ceñido y cuando intento girarme a
mirarlas me siento incapaz. Estoy abatido. Hundido. Desgranizado. Conduzco
hasta casa y cuando me doy cuenta voy tarareando una de Justin Biver y apago la
radio con violencia. Con cierta violencia. Poca violencia en realidad. No quiero romperme una
uña.
Aparco
a medio metro de la acera y me siento a hacer ganchillo frente a la ventana.
Pasan unos jóvenes caminando alegremente. Tienen mal aspecto. Todos los jóvenes
lo tienen. Se están perdiendo todos los valores. Esto con Franco no pasaba. Me
está quedando una bufanda de puta madre.
Capdemut sense tita?
ResponderEliminarSi. M'han capat.
EliminarJuas. Me has hecho lanzar una carcajada, mamonazo. ;)
ResponderEliminarQue facil es reirse de las desgracias ajenas...
Eliminarburro mal esquilado
ResponderEliminara los tres días igualado
esto es es un corte igual... a los tres días igual de burro...
puede que no sea así, pero por ahí irán los tiros
Curiosos que un hombre de ciudad como tu utilice dichos tan de pueblo. Inquietante.
Eliminarinquietante que vuelva a publicar en G+ esta entrada... ¿qué querrás decir?
EliminarPues que con el tiempo, la hombria va a menos.
EliminarY lo bien que lo vamos a pasar haciendo calceta...
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