sábado, 3 de junio de 2017

Microfelicidad efimeropasiva





No sé si hoy en día queda alguien que viva ajeno al fenómeno del “coaching”, pero por si acaso y en mi afán divulgativo y culturizante con el que escribo en este blog, voy a permitirme el ofrecer una pequeña explicación para aclarar posibles dudas sobre este nuevo fenómeno cultural y social.
La palabra “coach” es un anglicismo de ésos que tanto nos gusta utilizar para sentirnos modernos y cosmopolitas y que significa “preparar” de modo que un coacher vendría a ser un preparador. ¿Y prepararnos para qué? Pues para que va a ser: Para la vida. Y es que dama y caballeros, aunque seamos gente adulta, madura y con toda una vida repleta de experiencias más o menos constructivas… No tenemos ni puta idea de qué estamos haciendo.

El coacher generalmente es un señor (o señora) que es guapo, viste bien y se nota que tiene pasta porque va al gimnasio y lleva el pelo muy arreglado, al que a todos nos gustaría parecernos, el (o la) cual nos cobra por hacernos creer cosas como que somos mejores de lo que en realidad somos, que podemos alcanzar todas nuestras metas y cumplir con nuestros sueños, obviando que podríamos vivir tan tranquilos sin metas ni sueños llegando a viejos y muriéndonos apaciblemente como se ha hecho siempre. El coacher nos miente y nos engaña poniéndonos ejemplos de personas mejores que nosotros (aunque ficticias en muchos casos) y utilizando la clásica treta de la comparación para hacernos sentir desgraciados y por lo tanto con el absurdo deseo de mejorar. Tal artimaña, por supuesto, tiene sus inconvenientes, ya que cuanto más altas estén nuestras aspiraciones, más gorda será la ostia que nos demos al aceptar finalmente que nosotros no podemos alcanzarlas; pero para entonces, el coacher ya se habrá ido muy lejos con su cochazo y no podremos reclamarle que nos devuelva nuestro dinero ni nuestra dignidad.

Porque no debemos olvidar NUNCA que no somos más que basura. Pequeñas bolsitas de basura malolientes y rezumantes que se juntan para darse calor y crear este enorme vertedero llamado sociedad, el cual es tan repugnante que nos da asco a nosotros mismos pero que al mismo tiempo no nos permite escapar, obligándonos a acomodarnos como buenamente podamos para resistir el mayor tiempo posible este incómodo tormento que es la vida. Porque si en sociedad somos insoportables, en soledad ni siquiera valemos nuestro peso en excrementos de rata. Y da igual lo que hagamos. Da igual escribir un libro que ganar mucho dinero prostituyéndonos en una gran empresa multinacional como irnos de vacaciones a un lugar exótico y recoger envidias y “me gusta” en redes sociales a capazos. Pero eso el coacher no lo dice, aunque lo sabe, porque es mucho más rentable animar a quien está hundido que hundir a quien cree tener posibilidades de escape dejándole vivir un tiempo en la extraña felicidad de la inopia, que no viene a ser otra cosa que una pequeña Corea del Norte particular.

Pero yo, oh fieles lectores, siendo demasiado pesimista para verme afectado por el influjo de cualquier preparador, he ideado mi propio método para subsistir en este mundo alienante y opresivo de decepciones apilables. Y lo he llamado: Microfelicidades efimeropasivas. Y encima, os voy a explicar en qué consiste.

Una microfelicidad efimeropasiva es, tal como habréis deducido por su nombre, un pequeño momento de satisfacción que obtenemos sin habernos esforzado lo más mínimo. Por ejemplo, cuando vemos como ese compañero de oficina (o de camión, o de lo que sea) que tan mal nos cae se cae (ahora literalmente) rodando por las escaleras y se hace daño. ¿Ha molado? Si ¿Hemos tenido algo que ver en ello? No. Por eso hay que nutrirse del momento y disfrutar. Otro ejemplo, esta vez más personal y menos genérico:
Yo a veces voy a la playa, no porque me guste sino por obligación familiar. Y una vez allí, veo tipos con músculos; porque los hay. Hombres altos, guapos, bronceados, con sus pectorales, sus bíceps con venas y sus abdominales marcados; y siento envidia, porque están buenos y todas las mujeres les miran y les desean dentro de ellas. Pero luego pienso en las horas de gimnasio, los batidos de huevo crudo con polvos de proteínas, los remordimientos después de comerse una palmera de chocolate… y se me pasa un poco. ¿Es esto una microfelicidad efimeropasiva? No. Pero si lo es cuando veo a otro tipo, más bajito y gordo que yo y me doy cuenta de que estoy mejor que él y sin haber hecho nada por conseguirlo. Ahí si. Ahí puedo regodearme, hinchar pecho y sentirme bien.
 
Cuando te caigas por unas escaleras, estaré observandote
Y aunque penséis que alegrarse de las desgracias ajenas es de ser malas personas, quitáoslo de la cabeza ya que como he comentado antes… Nosotros en ningún momento hacemos nada por forzar ninguna situación. Simplemente contemplamos el mundo a nuestro alrededor y somos felices comparándonos con aquellos que están peor. Y si eso es malo… Que baje dios y me juzgue.


Próxima entrada: Juicio en el purgatorio.

5 comentarios:

  1. "una pequeña Corea del Norte particular." Eso me ha encantado.

    ResponderEliminar
  2. Tuve una novia que quería ser coach. Al final me dejó porque a ella siempre la habían tratado como si fuera "jamón serrano" y yo solo llegaba al nivel de "chóped". Yo creo que ya estaba en el buen camino.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hay quien prefiere el tierno y sabroso chóped (o la mortadela) al duro y grasiento jamon serrano. Diselo cuando la veas.
      ¡Y gracias por comentar!

      Eliminar