lunes, 18 de mayo de 2020

De gallinas y hombres, parte 2

 
Vivimos en un sistema capitalista que nos impulsa a comprar de forma compulsiva, donde la inmediatez es la norma y ello muchas veces ni siquiera nos deja opción a plantearnos de donde vienen esos productos que creemos necesitar. No dejamos de ver señales que abogan por el comercio justo, la ecología, sostenibilidad y respeto por la vida y la dignidad de humanos y animales, pero nosotros, al final, terminamos comprando sin control ni criterio, como borregos a los que dejan salir un momentito de su corral para que crean que eso es libertad. Y no me gusta, por supuesto, aunque reconozco que incluso teniendo esta idea en mente, a veces es difícil escapar de lo establecido. Incluso sabiendo que el cobalto que va a llevar nuestro nuevo móvil es fruto de la esclavitud, que ese aguacate de la ensalada es el final de una cadena anti-ecológica o que esa figura tan bonita de Songoku ha sido pintada por un niño chino privado de su infancia, no somos capaces de decir que no. ¿Significa eso que somos malas personas? Quizás sí, pero a mi me gusta más pensar que la culpa es de los demás, del sistema y de esta sociedad. Y por si os queda alguna duda, permitidme que os ilumine con un ejemplo.

Hace no demasiados meses acudí a un conocido supermercado del que no voy a decir el nombre, aunque empieza por Merca- y termina por -dona para abastecerme de huevos. Desde que mi tía falleció (ver entrada anterior) me vi obligado a echar mano del comercio tradicional, por supuesto con la inocente idea de que todos los huevos proceden de corrales tradicionales, hasta que me di un golpe con la realidad. Acudí, como decía, al supermercado y me planté delante de la chica que se encarga de vender los huevos y en cuya tarjeta decía “Trina, encargada de la sección de derivados avícolas”.
-Hola Trina, me llamo… -comencé a decirle cortésmente.
-No me importa como te llames -me respondió ella más seca que un bistec demasiado hecho. -Que yo lleve mi nombre apuntado no significa que puedas usarlo a tu antojo ni mucho menos, que yo deba hacer lo mismo con el tuyo. Estamos aquí por una transacción comercial y nada más.
-Ah, de acuerdo no pasa nada.

-¿Qué desea caballero?
-Media docena de huevos, por favor.
-¿Camperos o normales?
Ahí me sentí algo confuso porque nunca había oído hablar de huevos camperos y al dudar, me sentí obligado a preguntarle.
-Perdone que me salga un poco de nuestra transacción comercial, pero no sé qué son los huevos camperos.
-Pues los huevos camperos son aquellos que dan las gallinas que viven en corrales. Éstas gallinas pueden caminar, entrar y salir, estirar las alas e interactuar con otras gallinas, si es que esos bichos son capaces de tener algo parecido a conversaciones. Los huevos normales, en cambio, son los que producen gallinas que viven encerradas en jaulas diminutas desde el día que nacen, obligadas a comer y poner sin contacto alguno con el exterior u otras compañeras, muriendo prematuramente debido al estrés y la ansiedad que son sometidas.
-Ostras… No sabía yo que a las gallinas las trataban de esta forma. ¿Y no sería mejor llamar a los huevos camperos huevos normales y a los normales llamarlos algo así como huevos de agonía?
-No estoy aquí para discutir ni entrar en debates -me respondió con brusquedad. -Vamos a ceñirnos a nuestro cometido.
-Claro, claro, lo lamento.

-¿Qué desea caballero?
-Media docena de huevos camperos, por favor.
-¿De gallinas felices?
Otra vez la duda. ¿Como se podía saber si una gallina era feliz o no? ¿Como medir un factor tan abstracto viniendo además de un animal tan inexpresivo como es la gallina? Los seres humanos somos capaces de adivinar las emociones de nuestros semejantes fijándonos en la posición de las cejas, labios y arrugas de expresión. Pero las gallinas no poseen ninguna de esas cosas. No tuve más remedio que volver a preguntar.
-¿Gallinas felices? ¿Como se sabe si una gallina es feliz?
-Si tenemos en cuenta las gallinas que viven en corrales… -comenzó a explicarme la chica con desgana. -...la mayoría de ellas los tienen situados en el interior de grandes naves industriales. Temperatura y luminosidad controladas artificialmente, alimentación basada en piensos compuestos y esas cosas. Pero algunas gallinas viven en corrales tradicionales, situados en el exterior, con lo que tienen contacto con los elementos, consciencia de las fases del día, y además se alimentan de grano natural y algún bichejo que se encuentren por ahí. Es por eso que consideramos que esas gallinas, las del corral en exterior, son más felices que las otras.
-Entiendo perfectamente. En ese caso las gallinas que criaba mi tía se considerarían gallinas felices a estos efectos de clasificación.
-Ni conozco a tu tía ni me interesa lo más mínimo. Una vez más me estás sacando de mi tarea esencial y obligándome a derivar por derroteros no deseados.
-Usted perdone. Podemos volver a empezar si lo desea.

-¿Qué desea caballero?
-Media docena de huevos camperos de gallinas felices, por favor.
-¿Y qué tipo de felicidad desea?
-¿Comorl?
-Que si está pensando usted en la felicidad que proporciona la ignorancia de no saber que fuera de ese corral hay todo un mundo que explorar y conocer, o la felicidad de esa gallina que aún a sabiendas que vive encerrada, se siente segura y protegida y por lo tanto no anhela escapar?
-¿Me estás dando a elegir entre gallinas que viven en la inopia y gallinas que viven en una distopía?
-Algo así, sí, supongo.
-¿Ha leído usted A George Orwell? Me recuerda mucho al argumento de una de sus novelas en las que…
-No me importa tampoco ese George Orwell o como se llame.
-Lo ha escrito bien.
-…

-¿Qué desea, caballero?
-Póngame media docena de huevos camperos de gallinas felices viviendo en una distopía de corral, por favor.
-¿Pero qué tipo de distopía? ¿Una en la que las gallinas veneran a un líder supremo que…
-¡Huevos normales! -la interrumpí mientras me estiraba del cabello con las dos manos y golpeaba el suelo con mis zapatos de tacón. -Huevos normales y póngame dos docenas, que así tardaré más en volver.

Y fue así, queridos amigos y lectores, como incluso teniendo una idea clara en mi mente como era la de preservar el estilo de nuestros ancestros y dotar a los animales de los que nos alimentamos de la mejor vida posible, al final el sistema capitalista venció y se salió con la suya.
Espero que mi ejemplo os sirva para algo en el futuro, aunque seguramente no os servirá para nada, nunca.



No os perdáis la próxima entrega a la que llamaré: De gallinas y hombres 3: Apocalipsis.

5 comentarios:

  1. Espero anhelante Apocalipsis. Recuerdo una historia que contaba mi yayo, que estaba en el corral, fastidiado, porque le salió un bulto doloroso en la espalda, por el hombro, él lo llamaba "furúnculo" y se puso a tomar el sol, para ver si eso le ayudaba, no me quedó claro si era recomendación del médico, de su madre o de otra persona. Pues estaba así al sol, secando el bulto, cuando una gallina, llegó a traición y ¡ZAS! le robó el grano. Sí, se llevó el bulto, dejándole mondado y limpia la zona, como un profeta le dio la vista a otro, así le quitó el bulto.
    Siempre me he imaginado, que luego se lo desinfectó, pero esa historia no puede completarla.

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  2. Y ese corral era peligroso, yo de pequeño tenía que salir huyendo de los gallos, que se ponían muy valientes con un niño cobarde que no sabía que eran esos bichos emplumados, con cuchillos en las patas y con sed de carne de niño.

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    1. Nos hemos alejado tanto de nuestros orígenes que el mundo campestre se ha vuelto hostil con nosotros. Excepto con tu abuelo, claro, que tenía a la gallina cirujana a su servicio.

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  3. Perfectamente explicado el sistema capitalista. Muy ilustrativo. Gracias J.

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    1. Tú siempre buscando dobles sentidos a mis inocentes relatos, Sr Rojo.

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